martes 08 octubre 2024

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Foro Hemisférico en las Américas

La ciudadanía de las mujeres

Probablemente uno de los indicadores de mayor rezago en las democracias emergentes en el continente americano sea la exclusión de las mujeres de las élites del poder real, donde se decide el destino de las mayorías. Ni en Estados Unidos, el campeón de los derechos civiles, las mujeres han mejorado su participación política. Para América Latina lo grave es que el déficit angustiante es la desigualdad social y la pobreza, reconociendo que han mejorado las economías en algunos países en los últimos años, la desigualdad es su signo: una desigualdad entre pobreza y riqueza, cierto, pero la que más duele es la de trato, clase y oportunidades, en las que están insertas las mujeres.

 

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Según la Comisión para América Latina (CEPAL), la región es considerada como la más desigual del mundo. El 33% de la población vive bajo la línea de la pobreza, esto significa cerca de 200 millones de personas. La mitad o un poco más son mujeres. Los tres países más desiguales son: Bolivia, Haití y Paraguay, con casi el 60% de la población en esa condición. Y los más igualitarios son: Venezuela, Uruguay y Ecuador, con cifras de pobreza, no obstante, mayores al 45%.

Ante esta realidad lo que urge es una reformulación del sistema. Así lo dijeron recientemente ministras, congresistas, especialistas y feministas en torno a un diálogo/debate convocado por la Comisión Interamericana de Mujeres (CIM/OEA) en la cuál se puso en el centro una desigualdad básica entre hombres y mujeres: la política, esa que construye camino ciudadano para las mujeres y abona para que ellas puedan actuar directamente en políticas más humanas y de cambio.

El contexto de la discusión, celebrada en Washington D.C., entre el 4 y 6 de abril últimos, fue desde luego el tema de los obstáculos: uno principal es la pobreza, pero la existencia de la violencia machista y social, profundiza esta desigualdad, que para países devastados por el uso de la fuerza para la resolución de los conflictos como Colombia, México y Guatemala, los déficits para las mujeres están cubiertos de una discriminación y un atraso inaceptables. Los 41 países latinoamericanos y caribeños, según los datos disponibles tienen una población aproximada de 573 millones de personas, más del 51% son mujeres, es decir 285 millones. Y son ellas, las que, de acuerdo con CEPAL han evitado el quiebre de sus países, son las principales productoras de alimentos y sostienen hasta en un 30% de las familias, a esas familias y numerosas comunidades.

En la reunión, desarrollada en los auditorios de la Organización de Estados Americanos (OEA), en el seno mismo del imperio norteamericano, en una ciudad amable y placentera, hubo de todo. Debate, explicación de datos, testimonios vivos, traslado de experiencias, estudios y estadísticas.

 

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Una de las cosas que ahí saltó a la vista, es la dificultad para que los hombres de la política, el gobierno y los liderazgos sociales, comprendan que hay que reconocer ese aporte de las mujeres, la conveniencia de darles valor y abrir oportunidades.

Reunión aleccionadora por la calidad de quienes participaron en el foro, como la primera ministra de Trinidad y Tobago, Kamla Persad-Bissessar; como la directora ejecutiva de ONU Mujer y ex presidenta de Chile, Michelle Bachelet; expertas conocedoras y luchadoras como Virginia Vargas de Perú y Line Bareiro de Paraguay, y numerosas congresistas y ministras o secretarias o presidentas de la mujer en la reunión. Presidido el debate por la presidenta de la CIM la mexicana Rocío García Gaytán y la secretaria ejecutiva de la misma, la embajadora Carmen Moreno, la reunión no estuvo exenta del discurso de los hombres, el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza y Enrique Iglesias de la Secretaría General Iberoamericana.

Y fue aleccionadora porque a pesar de las cuentas alegres del avance de las mujeres, se pusieron en el centro dos grandes asuntos: ni las mujeres tienen reales oportunidades para gobernar o participar en las decisiones de alto rango, y viven, como nunca antes, en un escenario de violencia machista, que cobra miles de vidas anuales en toda la región latinoamericana y también en América del Norte.

Es decir, el sueño que vino envuelto en discursos y políticas públicas aplicadas en los últimos 30 años, ese que produjo que todas las constituciones de las Américas reconozcan la igualdad entre hombres y mujeres, ha dejado saldos nefastos y los avances están siempre obstaculizados por la realidad, esa que mantiene bajo la línea de la pobreza a poco más de 100 millones de mujeres, especialmente indígenas, campesinas, obreras y afrodescendientes y las resistencias ideológicas para considerarlas en igualdad.

 

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Lo que se dijo reitera las decenas de informes: las mujeres ganamos menos salarios que los hombres en actividades idénticas; las oportunidades se dan a cuenta gotas, sigue diletante la cultura machista en las familiar, en las escuelas y en todos los escenarios de los medios de comunicación y se propicia desde los ministros de culto de todas las religiones. Pero además, como diría Bachelet, creada la ley, creada la trampa. También los países de las Américas han firmado la Convención contra todas las Formas de Discriminación de la Mujer (CEDAW), y la regional contra la violencia conocida como Convención Belén do Pará; en prácticamente todos los países se han declarado políticas y programas “para el avance de la mujer”, pero en la misma medida se niegan los recursos, se propician las resistencias y las mujeres de los círculos del poder o de las élites, o tienen grandes dificultades para actuar o no tienen conciencia de mujeres, que para el tema de los resultados es exactamente lo mismo. No hubo como se esperaban un plan de trabajo o un programa de seguimiento, pero en esta reunión denominada “Foro Hemisférico: Liderazgo de las mujeres para la democracia de ciudadanía”, sin duda se plantearon con suficiencia los principales problemas que hacen de las mujeres de las Américas un vida con ciudadanía incompleta. En algunos lugares de América, inopinadamente, funciona el acoso político, la impunidad ante la creciente violencia y asesinato de mujeres; se les niegan derechos fundamentales como la interrupción voluntaria del embarazo y también se les obstaculiza participar en política, de jure o de facto.

Y se está perdiendo, según el discurso de Enrique Iglesias, la oportunidad única después de derrotar a las dictaduras e intentar procesos democráticos para la elección de gobernante, esa oportunidad de contar con las mujeres como socias no sólo del progreso sino de la democracia.

Se logró, eso quedó bien claro, un foro para la expresión de las mujeres feministas, a dos niveles, las que ahí contaron como desde sus lugares de trabajo han realizado todos los diagnósticos e iniciativas y las que desde un foro virtual -más de 700 participantes- en que dijeron cuáles son las mayores insatisfacciones frente a la realidad que vive la mayoría de las mujeres y pusieron una agenda mínima para los próximos tiempos:

1. Erradicación de la violencia machista.

2. Demandar la despenalización del aborto y el acceso de las mujeres a un aborto seguro y gratuito.

3. Proponer la abolición de la prostitución.

4. Demandar una educación libre de sexismo en todos los niveles y el acceso de las mujeres a la ciencia y la tecnología.

5. Reivindicar la paridad política como derecho constitucional.

6. Impulsar la corresponsabilidad entre hombres y mujeres, tanto en las tareas domésticas y de cuidado, como la conciliación del ámbito laboral y familiar.

7. Exigir la eliminación de las barreras de género en el mercado laboral.

8. Reclamar el acceso de las mujeres a la propiedad e independencia económica.

9. Divulgar la contribución de las mujeres a la historia y destacar los aportes del feminismo en la construcción de la democracia.

10. Desactivar los usos y costumbres que impiden a las mujeres constituirse como sujetos políticos, especialmente en las comunidades indígenas.

La propuesta vino del foro virtual, una síntesis de la mexicana Norma Reyes Terán. Lo que de ello se rescata, es la enorme energía de las mujeres y la disposición a contribuir en el cambio y transformación de la democracia para todos y todas, como rescató Bachelet, al señalar que “las mujeres de la élite política están en la obligación de tomar la agenda y promoverla en los espacios donde se desempeñan”. Una esperanza en tiempos en que América Latina, la región más desigual del planeta, debe mirar la realidad.

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