La alegría tomó las calles de Brasil y se extendió por todos los rincones hasta el amanecer. “Bom Dilma!” se saludaban los militantes y votantes envueltos en banderas, felicitándose, cantando y bailando en ese mañana festiva, externalizando la presión acumulada en esta dura campaña, que eligió a Dilma Rousseff, con más el de 56% de los votos válidos, como la primera presidenta del Brasil en sus 510 años de historia.
En el transcurso de la campaña, el tratamiento absolutamente diferente que tuvo en los medios de comunicación sirvió de paño de fondo y de coadyuvante del candidato de la oposición (*). El período del tratamiento de la salud de Dilma sirvió como plato del día, mientras les era posible comentar el tema y los temores. Más adelante, su aspecto, su pelo, eventuales cambios en el estilo de la ropa, todos los detalles fueran objeto de comentarios, como si estuviéramos en una especie de semana del Brasil Fashion Week, más que qué en unas elecciones.
Más adelante, su posición ya no era verla linda o no. Se la criticó como mujer frágil, inexperta, desconocida, fantoche del presidente Lula que continuaría controlándola a su gusto. Ahora, como mujer intolerante, arrogante, demasiado fuerte para ser una simple mujer. Internet se encargó de complementar el cuadro, diseminando calumnias y temores infundados.
Su pasado de lucha contra la dictadura fue rotulado de bandidaje.
Su declaración inicial, que caracterizaba el aborto como una cuestión de “Salud pública” dio lugar a una acción orquestada de la campaña por parte de los segmentos más conservadores de algunas iglesias, que convocaron a sus fieles a que no votaran por ella (**). Mónica Serra (esposa del candidato José Serra) la llamó “asesina de niñas”. Los vídeos preparados mostraron declaraciones hasta de una pretendida enamorada, que exigía el título de primera dama.
Al final, su vida personal fue rastreada y denigrada con una serie de mentiras, vitaminadas con miedos sobre la implantación de una dictadura del Partido de los Trabajadores (PT) -que ella no alcanzaría a controlar- sobre un futuro de caos absoluto para el país y la democracia.
Las tácticas, del marketing electoral americano, sorprendieron a todos. No era fácil pautar la discusión política del programa de los candidatos; a propósito, el programa del candidato José Serra ni fue registrado, alegando el temor de que Dilma Rousseff lo copiase. Serra, más ágil y acostumbrado a las discusiones y el timing en directo, ejercitaba la sincronización y su verbo ante una Dilma todavía poco acostumbrada a tales enfrentamientos televisivos y cronometrados.
Pero la verdad ganó a la mentira.”Llegamos al final del camino con la certeza de que luchamos un buen combate. Ahora, damos un paso al frente y Brasil nunca caminará hacia atrás”, declaró la presidenta electa, en su primer mensaje a la nación.
Con ella tenemos la seguridad de la continuidad de la ruta iniciada por el presidente Lula da Silva al país, así como, simbólicamente, una generación de combatientes de la redemocratización. Con la inclusión de las mujeres y todas las personas que abrazan la posición de contestación a todas las formas de opresión y explotación, y aquellas que defienden la ampliación de los derechos sociales y políticos para la población más pobre.
Todavía tenemos, por tanto, la promesa del sol en el horizonte y de días mejores aún, en este país tropical.
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(*) Al final de la primera Conferencia Nacional de la Comunicación, los dueños de las grandes medios habían identificado en Dilma Rousseff la candidatura que más podría amenazar su dominio y, en un seminario articulado por el Millenium Institute, habían elaborado la estrategia que se utilizaría para frenar su elección posible – separar, en todos los espacios, tantas desinformaciones y mentiras, que no serían factibles contradecir. Temieron el establecimiento de cualquier especie del control social, que decidieron rebautizarlo como “atentado contra la libertad del expresión”.
(**) Por defender “el aborto hasta los nueve meses (), la unión de personas homosexuales y la posibilidad de adopción de menores por parejas del mismo sexo.”
Rachel Moreno, es periodista brasileña
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