OPINIÓ
El pasado fin de semana (13-14 y 15 de mayo) una localidad del Maresme acogió por primera vez la feria literaria Vila del Llibre: Cabrils, mi pueblo de adopción, que para el cronista Joan Simó i Rodríguez es una especie de aldea perdida en el far west maresmeño a la que se llega en diligencia.
Al menos, así lo expresa en Núvol, una revista cultural digital que valoro y sigo por la calidad de sus artículos y reseñas.
Algo tenía que escribir, es lo que tiene ser cronista, y empezó por hacer la descripción de un lugar que, claramente, desconoce. Además de la pijolandia de piscinas con exceso de cloro y la americanización del modelo de convivencia con alarmas de Prosegur que retrata, a Cabrils se la ha reconocido como modelo de integración. En nuestro letargo habitual y el aburrimiento al que nos somete la vida rural, cada primavera la comunidad musulmana nos invita a compartir la celebración del Ramadán, a conocerla un poco más y a convivir mejor. Y, mira por dónde, la mortecina población cabrilense sale del salón de su casa y, durante una larga cena, vecinos y vecinas de diversas creencias comparten charla y, aunque no se lo crea, jarana en torno a sopas harira, breuas y pasteles árabes.
Seguro que tampoco sabe que además de la archiconocida Feria Gastronómica, cada verano se celebra el Musicb, un festival de música per el que han pasado artistas de la talla de Jean Pierre Rampal, Maite Martín, Meritxell Nedderman, Roger Mas, Kiko Veneno, Estrella Morente o el pianista Marco Mezquida. Creo que ninguno de ellos y ellas se ha quejado nunca de la falta de público debida a esta vida puertas adentro que llevamos, entre barbacoas y hierba artificial, ni de los perros que ladraban durante su actuación, acostumbrados como están al silencio rural.
Se nota que no ha venido un día cualquiera a tomarse unas bravitas en la Concòrdia para comprobar si hay vida más allá del desenfreno urbanita.
Se nota también que en Cabrils Vila del Llibre solo estuvo la mañana del sábado porque hace una estreñida referencia a los actos de aquellas primeras horas y obvia el resto de actividades. Aunque no era tan difícil hacer mención, solo había que mirar el programa, le recordaré algunas. El reconocimiento a dos creadoras que tuvieron relación con la villa: Maria Dolors Orriols y Josefa Tolrà; las actividades para el público infantil: cuentacuentos, yincana literaria, taller de hacer papel y de encuadernación japonesa; el recital de mujeres poetes de la maresma; los maridajes, vermuts, speech corner o las otras mesas de escritoras. Habría sido un detalle por parte del cronista mencionar, al menos, la de la tarde sobre la literatura feminista de hoy, en la que participaban Jenn Diaz y Júlia Barceló y que moderaba Maite Viñals, no en calidad de alcaldesa de Cabrils sino ejerciendo su profesión de periodista. Claro que, como servidora también estaba en la mesa, con esta reivindicación me pongo a tiro de ser acusada de envidia y celos hacia la mediática Silvia Soler a la que sí menciona, no sé si por su trayectoria o por ser mediática.
No hacía falta. No hacía ninguna falta presentar un relato tan parcial y reduccionista del acontecimiento ni esa crítica tan cutre hacia el pueblo y sus costumbres. Tanto las organizadoras como las participantes estamos orgullosas de que nuestro amodorrado, letal y desértico pueblucho acogiera la feria literaria con tinta violeta y no porque Maria Mercè Marçal tenga más fallowers que cualquier señor, sino porque en los procesos de transformación social, el feminismo, el movimiento que más derechos ha conseguido y siempre de forma pacífica, tiene mucho que decir.
Qué bonito habría sido y qué acertado, en cambio, explicar que por la feria pasaron más de 50 escritoras llenando un programa en el que la participación de las mujeres llegó al 90%. ¿No resulta interesante el dato, teniendo en cuenta que solo el 20 % de las obras que se publican son de mujeres?
Como dice Francesc Ponsa, comisario de la Feria, “con nuestra edición hemos contribuido a enmendar una anomalía del sistema”. Lástima que las crónicas, en lugar de recogerlo, se queden en la fruslería.
Pero, qué le vamos a hacer si hay quien ve cactus donde hay palmeras.