martes 03 diciembre 2024

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Sara Cuentas

Señor Wody Allen, ¿por qué tanta impunidad?

 

Sara Cuentas

 

OPINIÓN

El antepasado fin de semana me preguntaba una amiga qué película le podía sugerir para pasar un tiempo de entretenimiento inteligente y con sentido. Inmediatamente pensé en Woody Allen.

El director ganador del premio Óscar en cuatro ocasiones, reconocido como uno de los directores más respetados, influyentes y prolíficos de la era moderna. Pues sí, todo un genio.

Le recomendé “Poderosa Afrodita”, una divertida comedia que narra la historia de una galerista que convence a su marido (Woody Allen), periodista deportivo, para adoptar a un bebé. Éste, asombrado por la inteligencia del niño decide buscar a su madre biológica para comprobar si es también una superdotada. Cuando la localiza, resulta que se trata de una joven prostituta que aspira a ser actriz. Esta es la historia nominada como una de las comedias más tiernas y brillantes del director.

Le dije a mi amiga “seguro te gustará”. Además, agregué: “Es una película muy irónica e hilarante, sobre todo los diálogos tan mordaces”. Sí, recuerdo bien haberle dicho eso. Cuando colgué el teléfono, me había animado a ver nuevamente la película. Así que cerré ese fin de semana con “Poderosa Afrodita”.

Pero el sábado pasado, me encontré en el diario The New York Times, dentro del blog del periodista Nicholas Kristof una carta abierta dirigida a la ciudadanía mundial de parte de Dylan Farrow, hija que Woody Allen y Mia Farrow adoptaron cuando eran pareja.

La carta de Dylan empezaba así: “¿Qué película de Woody Allen es su favorita? Antes de responder, les contaré algo que deben saber: cuando yo tenía siete años, Woody Allen me cogió de la mano y me llevó a un ático sombrío, casi un armario, que había en la segunda planta de nuestra casa. Me dijo que me tumbara boca abajo y jugara con el tren eléctrico de mi hermano. Y entonces me agredió sexualmente…”

Sinceramente, me quedé estupefacta. Pensaba en su pregunta mientras rememoraba una de las escenas de la película “Poderosa Afrodita”, en la que el personaje que interpreta Woody Allen está cenando con la madre biológica del niño adoptado por éste:

Hombre (Woody Allen): Cuéntame cosas de tu familia.
Mujer: ¿Qué? Ya te lo he contado, tienes para escribir un libro.
Hombre (W.A.): No, no… Pero, ¿había un pariente fuera de lo normal? ¿Muy listo, o inteligente, o con talento?
Mujer: Sí que lo había, el hermano de mi padre. Dicen que era un genio. Yo no lo conocí pero decían que era listísimo.
Hombre (W.A.): ¿En serio? ¿A qué se dedicaba?
Mujer: Era un psicópata violador, se pasó la vida en la cárcel. Si hubiera estado cuerdo habría sido muy bueno en matemáticas.
Hombre (W.A.): ¿En matemáticas? Eso está bien…
Mujer: sí, creo que yo he heredado su inteligencia, porque el resto de mi familia eran unos gusanos y unos rastreros… yo soy la única que he tenido ambición.

Entonces, imaginé a ese supuesto “genio listísimo” del que la mujer había heredado su inteligencia. Sí, el “psicópata violador”, y de inmediato se dibujó el rostro de Woody Allen en mi mente. Y continué leyendo la carta. “No dejó de hablar mientras tanto, de susurrar que era una buena niña y que aquello era un secreto entre los dos, de prometer que íbamos a ir a París y yo iba a ser una estrella en sus películas. Recuerdo mirar fijamente el tren, no perderlo de vista mientras daba vueltas por el ático. Todavía hoy, me resulta difícil contemplar trenes de juguete”. Es así como Dylan, hoy a sus 28 años, iba narrando la manera en que fue violada sexualmente a los 7 años en un desván de la casa familiar.

Y me enteré que esta revelación no era nueva. Hace veinte años atrás, la periodista de Vanity Fair, Maureen Orth, había denunciado este hecho. Ella se había documentado bien, antes de publicar su artículo. Entrevistó a más de una veintena de amistades de Allen y Farrow, y pudo concluir que la conducta paterna era “inapropiada”. Su artículo iniciaba así: “Había una regla no escrita en casa de Mia Farrow: Woody Allen nunca se podía quedar solo con la hija de siete años que ambos habían adoptado”.

En 1992, mientras Mia Farrow y Woody Allen se encontraban en proceso de divorcio, -al haber descubierto ella que él mantenía una relación con otra de sus hijas adoptivas, Soon-Yi Previn-, la actriz le acusó de haber agredido a Dylan. Sin embargo, nunca fue legalmente acusado. Pero, en 1995, un tribunal de New York le retiró el derecho de ver regularmente a Dylan. En ese contexto, la prensa acusó a Mia Farrow de aprovecharse de la situación para obtener beneficios del divorcio. Por ello, Dylan en su carta sentencia: “Woody Allen es la prueba viviente de la manera en la que nuestra sociedad falla a los supervivientes de abusos y violaciones sexuales”. También señala, “Había expertos dispuestos a atacar mi credibilidad, había médicos dispuestos a hacer enloquecer con trucos a una niña maltratada”. Me pregunté: ¿Acaso la palabra de una niña no es válida? ¿Acaso tiene que esperar 20 años más para ser creíble y que se le haga justicia?

Me temo que esta realidad se repite, y viene a mi recuerdo el caso de un sacerdote católico italiano, Piergiorgio Albertini, quien en el 2013, en Brasil, fue condenado a nueve años de cárcel por violar a una niña de 9 años en 1993. ¡Diez años después de este acto inhumano! Y aunque las cifras mundiales de casos de violación sexual hacia niños y niñas son alarmantes, al parecer la conciencia de que son vidas humanas con pleno derecho a tener una vida digna se nos olvida, y sólo vemos números. Recién cuando sale a la luz un caso, entonces, evidenciamos que detrás de las cifras hay historias, hay personas, hay niños y niñas.

El año pasado, la Fundación Plan Internacional, organización con presencia en 70 países, señalaba en un informe “En el mundo más de 200 millones de niños y niñas han sido víctimas de violencia sexual. Son 150 millones de niñas y 73 millones de niños los que han experimentado violencia sexual”. Además, agregaba: “casi la mitad de todas las agresiones sexuales se cometen en contra de chicas menores de 16 años”.

¿Señor Woody Allen, por qué tanta impunidad? ¿Pueden la fama, el reconocimiento, los premios y el ser considerado un genio del cine convertirse en factores tan poderosos para impedir que una persona sea llevada ante la justicia? ¿Es acaso -como señala Dylan- que a Hollywood le fue fácil mirar hacia otro lado y hacer como si nada sucediera? “¿Qué pasaría si el abusado hubiera sido uno de tus hijos?” pregunta Dylan a Cate Blanchett y Alec Baldwin, protagonistas de ‘Blue Jasmine’. “¿Y si hubieses sido tú, Emma Stone? ¿O tú, Scarlett Johansson? Diane Keaton, tú me conociste cuando era una niña, ¿me has olvidado?” Con estas preguntas ella cuestiona la hipocresía de la industria cinematográfica.

Diversos organismos de derechos humanos coinciden en señalar que el abuso sexual infantil es una de las formas más graves de violencia contra la infancia y genera efectos devastadores en la vida de las niñas y niños que lo sufren. Sin embargo, estas prácticas inhumanas, que se han dado a lo largo de la historia humana, sólo han empezado a considerarse como un problema que transgrede las normas sociales cuando -por un lado- se ha reconocido su impacto y las consecuencias negativas que tienen en la vida y el desarrollo de los niños o niñas víctimas y -por otro lado- cuando se ha reconocido al niño y a la niña como sujeto de derechos.

Sí, sujeta de derecho para evitar que permanezca en la invisibilidad, para denunciar sin miedo y evidenciar esta realidad. Ese parece ser el proceso que animó a Dylan a compartir su historia. “La semana pasada, Woody Allen fue nominado a su más reciente Oscar. Esta vez, me negué a desmoronarme. Durante mucho tiempo, el reconocimiento público de Woody Allen me silenció. Sentí un reproche personal, como si los premios y reconocimientos fueran una manera de decirme ‘Cállate y vete’. Pero quienes han sobrevivido al abuso sexual se acercaron a mí, me apoyaron y me animaron para ir hacia adelante, y no tener miedo a ser llamada mentirosa. Me dieron razones para no permanecer callada, y animar a otras personas a no callar”.

Definitivamente, la violencia sexual contra la niñez es una de las formas más degradantes que tiene el patriarcado de ejercer el poder. Pone de relieve la persistencia de la mirada colonial hacia el cuerpo humano, que lo sexualiza y lo ve como un objeto más. Esta mirada, socializada por siglos, considera a los pequeños cuerpos de niños y niñas como territorios que se puede invadir con absoluta impunidad, aprovechando el contexto de indefensión y vulnerabilidad de la edad temprana.

El que se considere a un hombre genio, inteligente y el más renombrado ser de la sociedad humana de ninguna manera ha de ser un pretexto para seguir ocultando y evitando que esclarezca la verdad. Un perpetrador de los derechos humanos de niñas y niños siempre lo será, aunque pasen los años, y tarde o temprano esperamos se haga justicia.

 

 

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Fundadora i Co-coordinadora de La Independent. També és psicòloga menció en Psicologia d'Intervenció Clínica i menció en Psicologia del Treball i les Organitzacions.
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