Como si se sintiera reconfortada, la religiosa María Angélica Robledo Álvarez se limpió el sudor de su frente y respiró esperanzada. Había marchado por las calles de la ciudad de México por primera vez en sus 30 años de vida. Su madre, Martha Álvarez, y su hermana, Blanca Robledo, fueron asesinadas el 15 de diciembre en la ciudad de San Luis Potosí. Ambas fueron mutiladas y torturadas, sin que autoridad alguna haya investigado, y todavía no se lavan los pisos del lugar del crimen. La casa familiar ha sido sellada.
El pecado de su hermana Blanca fue pretender la organización de un sindicato campesino en el poblado de San Luis de las Salinas, según dijo Robledo a SEMlac. Una marcha potente, en silencio, nacida el 5 de mayo en la ciudad de Cuernavaca, se dirigía al Zócalo como destino y 71 personas subieron al templete de esa plaza para hablar de su caso particular, recordar la impericia de las autoridades, la falta de justicia e investigación, el baño de sangre diario en las ciudades identificadas como de crimen y narcotráfico.
En plena plaza capitalina, un cartel grande tirado en el suelo pedía parar el feminicidio que se ha denunciado, sin resultados, desde hace 18 años; y el ingeniero Carlos Castro demandó la aparición de su esposa Josefina Campillo y sus hijas Johana Monserrat Castro y Karla Verónica Castro, secuestradas impunemente desde el pasado 11 de enero . Castro dijo a SEMlac que ha tocado todas las puertas oficiales y nadie le da razón. Contó que, junto a sus hijas y esposa, se llevaron a Araceli Utrera, la trabajadora doméstica de la familia.
La religiosa, la tía de un asesinado y los hermanos de un hombre ultimado en el Estado de Hidalgo fueron integrantes de una inmensa y larga caminata el 8 de mayo en la capital de México. Cientos de miles de personas tomaron las calles, las avenidas y las carreteras para una sola demanda: que no se derrame más sangre en el país. Al menos 70.000 personas llenaron totalmente la plaza principal de la capital, tras caminar durante ocho horas por la ciudad; ahí su convocante, el poeta y escritor Javier Sicilia, pidió la renuncia del Secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna; y retó a los partidos políticos a “limpiar su prestigio” antes de pedir un voto.
Sicilia llamó a los actores responsables de que en México se viva un estado de emergencia nacional; pidió que cambien su estrategia contra el crimen y escuchen lo que llamó testimonios de los horrores que viven las mexicanas y los mexicanos comunes.
La protesta estuvo nutrida por miles y miles de jóvenes que dijeron ya basta de sangre. Menudearon las pancartas con denuncias específicas, con reclamos y un rechazo absoluto a que continúe la violencia y que ésta se combata con más violencia: la institucional.
Pacto civil y plazos al gobierno
La estela de oprobios es larga y pesada. El 5 de junio de hace dos años 35 niños murieron dentro de una guardería en la ciudad de Hermosillo (Sonora) por un incendio que reveló la falta total de seguridad en el espacio, y todavía no hay culpables. Quizás por eso se asignó a Patricia Duarte, una de las madres y constructoras de lo que se conoce como movimiento 5 de junio, para leer el acuerdo de los marchistas que propuso a la multitud un Pacto Civil, bajo el compromiso de contribuir a reordenar al país.
Duarte anunció que el próximo 10 de junio todos los asistentes serán nuevamente citados al Zócalo, para comprobar si alguna autoridad responde. Dijo que ese pacto civil tenderá a buscar los caminos para reconstruir el tejido social, el reordenamiento de las instituciones y el cese de la violencia como medida de acabar con el crimen organizado. Un pacto entre las y los mexicanos para vigilar si hay alguna actitud en el gobierno que “nos aliente” al cambio, que fije fechas y peticiones concretas al gobierno federal, a los locales, al congreso de la nación, a los dirigentes de los partidos políticos, a las autoridades judiciales de todo el país, para que frenen el baño de sangre que está hundiendo a México.
Un pacto para pedir y vigilar que, de una vez por todas, se investigue el lavado de dinero y se reconstruya el sistema educativo nacional para salvar a las y los jóvenes.
La propuesta de pacto analiza, establece y señala que el fondo del problema es la pobreza y la desigualdad; el debilitamiento de las instituciones nacionales y la incapacidad gubernamental para perseguir el delito e identificar a los criminales. También pide que se reconozca y castigue la corrupción y la complicidad de autoridades a todos los niveles del Estado y el gobierno.
No podía seguir hablando Patricia Duarte. La multitud pedía la renuncia de Felipe Calderón, presidente de la República. Los coros eran inacabables, que “se vaya”, gritaba la gente.
Sicilia, el último orador de esos 72 ciudadanos y ciudadanas que hablaron de sus casos particulares y de la injusticia que viven, pidió que el movimiento que él impulsa se dirija a sus objetivos: colocar a la clase política y a los poderes ante una disyuntiva: o hay cambios radicales en México o “no aceptaremos más una elección”, y al mismo tiempo dijo que no era un movimiento revanchista, que no se puede combatir la injusticia con violencia, como tampoco se puede combatir la violencia con más violencia, como ha sucedido en los últimos cuatro años en México.
La multitud que caminó desde las 8.30 de la mañana y llegó a la plancha del Zócalo a las 16.30, se fue yendo, lentamente, por las calles del centro de la ciudad, con banderas, globos blancos, con sus carteles hechos a mano o sus proclamas pintadas profesionalmente, con todos los colores, pidiendo paz con justicia y dignidad.