OPINIÓN
¿Es posible que en todo un país no haya ninguna mujer que pueda ser considerada apta para ministra? Esta pregunta nos la hicimos muchos cuando se presentó el nuevo gobierno griego. Y sin embargo, el caso de aquel país lo podemos considerar extremo, pero de ninguna manera excepcional.
Son muchos los lugares de poder en los que la sobrerrepresentación masculina es la norma: consejos de administración, patronales, sindicatos, academias, rectorados universitarios, etc. Los hombres poderosos aparecen en las fotos oficiales uniformados y con traje oscuro (como si éste fuera un hábito sacerdotal o marca de poder).
Hay quien critica la política de cuotas femeninas, pero no oimos tantas voces alzarse contra este acaparamiento de lugares de decisión en manos de hombres. En aquellas instituciones que han adoptado la política de cuotas (fijando un mínimo de presencia para cada uno de los sexos), ha aumentado el número de mujeres, pero parece que la complicidad de género entre varones impide una presencia femenina equiparable a la de los hombres.
Un estudio de las naciones Unidas (CEPAL) para América Latina1, hecho a fines del 2011 señalaba que en aquel continente había 13 países con leyes de cuotas. Y que todos ellos, sin excepción, las incumplían: el porcentaje de mujeres parlamentarias oscilaba entre el 8% y poco más del 38%2 Pero es que en Francia, donde cuentan con una ley de paridad muy estricta, en las recentísimas elecciones departamentales han salido elegidas 8 presidentas provinciales ¡y 90 presidentes!3 Queda clara, pues, esta resistencia numantina masculina a ceder cuota de poder. Y eso se confirma aún más cuando observamos el poder de verdad, el poder económico y académico. Porque el poder se manifiesta de muchas maneras y una de ellas es invisibilizando a los grupos desposeídos (en este caso, las mujeres, que, además, son la mayoría de la población en todos los países).
En las fotos oficiales aparecen, sin embargo, algunas mujeres. Son pocas y vestidas de forma menos uniforme que sus compañeros. Muchas de ellas han subido travistiéndose. Para esquivar aquella resistencia, han tenido que adecuarse a la cultura masculina dominante.
Incluso algunas han llegado arriba a base de oponerse a los avances de los derechos femeninos o haciéndose corresponsables de los recortes de derechos de las clases populares.
La igualdad, como la paridad, no puede ser sólo una fórmula matemática. No se trata de una cuestión cuantitativa, sino cualitativa. Implica un cambio de mentalidad hacia una manera inclusiva de contemplar las prioridades sociales. De hacer política escuchando a todas las voces, atendiendo a las necesidades de la mayoría.
Hace falta, pues, que los hombres nos retiremos de muchos lugares de decisión, que renunciemos a nuestros privilegios. Hacen falta más mujeres allá arriba para que el arriba refleje el abajo. Pero no para que las mujeres se incoporen a lo que hay, sino para que lo que hay cambie profundamente para todos y todas.
Entonces, ¿podemos considerar un cambio de tendencia el hecho de que en las recientes elecciones andaluzas por vez primera las parlamentarias hayan superado el 54%? Sin duda es un hecho relevante, que se da por primera vez en nuestro país. Un paso necesario, porque la situación anterior, con la mencionada sobrerrepresentación masculina era injusta y un abuso ¿Pero es suficiente? Lo será si la política que salga agrieta la barrera entre representantes y pueblo; si esta nueva visión va penetrando también en el poder mediático, financiero, académico y judicial. Si esta entrada mayoritaria de mujeres significa un cambio en la forma de administrar los recursos, una transformación de las relaciones sociales.
La paridad, por tanto, me parece una condición necesaria, pero no suficiente. Los hombres por la igualdad queremos romper la complicidad de género de los hombres poderosos y pensamos que la paridad puede contribuir a ello. Yo, al menos, estaré alerta para ver cómo cambian las cosas.