domingo 28 abril 2024

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Esquiroles

Hace poco viajé a Tailandia y en la muy recomendable ciudad de Chiang Mai fui a ver la que quizás es la más importante pagoda de la ciudad vieja, la Wat Chedi Luang. Entre otros elementos muy relevantes, el principal y más sagrado es un pequeño templete que alberga el pilar de la ciudad, el núcleo central del antiguo reino de Lanna.

Las mujeres no podemos entrar porque tenemos la regla y, por tanto, textualmente —según la traducción del cartel tailandés al inglés—, por un lado «humillaríamos» a la columna y, por otro, nuestra simple presencia corrompería su santidad. Esto sí que es poderío. Así las gasta el budismo. Los hombres entran tan panchos, como si nada de todo eso fuera con ellos.

Me acordé del magnífico libro de Alana S. Portero, La mala costumbre (Barcelona: Seix Barral, 2023), que describe de forma tan amorosa como intensa y maravillosa Madrid. Como muestra un botón: «Ajena a las monumentalidades, toda la reputación madrileña, toda su belleza, recaía en sus habitantes, que en aquellos años ya votaban mal pero seguían acogiendo bien».

Hija de clase obrera, su padre porfiaba por inculcarles a ella y a su hermano la solidaridad obrera, el valor de los piquetes, de la palabra «compañero»; sí, así, sólo en masculino.

Lo primero que sí entendí fue que un esquirol, esa palabra que escuchaba a menudo y que me intrigaba muchísimo, era alguien que abandona a los suyos y los traiciona por medrar, o, peor aún, por mantener una posición de miseria más o menos segura. Quizás es que el espionaje no se aplicaba al ámbito doméstico o que traicionar a las mujeres no era lo mismo que presentarse como un desgraciado ante los compañeros, que entonces era otra palabra sagrada.
[…] Decían que era un criminal [es refereix a un ferotge i abjecte maltractador]. Les repugnaba pero parecían haber formado en torno a cualquier hombre un piquete que no se podía cruzar.

El fragmento es expresivo. Páginas después vuelve a constatar que, traicionando todos aquellos valores, los hombres se comportan como esquiroles respecto a las mujeres.

Si con cinco años me preguntaba por qué las mujeres no parecíamos formar parte de «los compañeros», como mujer trans, como maricón en la práctica, lo había asumido con naturalidad.

Seguramente recordarán que en una reunión de abril del 2021, el esquirol Charles Michel dejó en la estacada, es decir, sentada en el diván, a la presidenta de la Comisión Europea y médica Ursula von der Leyen. Michel. Su «compañero», ni rechistó cuando el tirano turco Recep Tayyip Erdogan la insultó dejándola sin silla; ninguna capacidad de reacción.

A raíz del caso de la agresión por parte de quien era su jefe (no olvidemos el detalle) a la valiente Jennifer Hermoso, hemos escuchado declaraciones y más declaraciones por parte de esquiroles de todo pelaje, color y condición.

Tenemos las del jugador del Madrid Daniel Carvajal, que por no querer opinar si se descuida… Pide presunción de inocencia respecto a un abuso que todo el mundo vio en directo y que el propio depredador ha reconocido. Lleno de confusión, no sabe exactamente quién es la víctima: «Y lo que tú consideras víctima, ¿no?, en la pregunta que me estás haciendo, hay estamentos legales que están considerando si realmente Jennifer es víctima de algo que se está tramitando»; en fin. Duda de Hermoso porque no lo ha denunciado (por cierto, la futbolista ha formalizado ya la denuncia en la Fiscalía; que tenga mucha suerte, la necesitará en ese camino envenenado y lleno de obstáculos). Como si no le asistiera el derecho de no denunciar; como si no hubiera agresión si no hay denuncia, diga lo que diga la futura sentencia. Es difícil una actitud menos empática. Parece más bien que sus compañeras le den asco.

Llueve sobre mojado. Miren el vídeo del comunicado sobre la agresión de Álvaro Morata y sus compañeros de la selección masculina (sospechosamente todos ellos sin excepción de estricta observancia heterosexual). Morata no levanta los ojos del papel en todo el rato, no se sabe si avergonzado por su papelón o porque se ve obligado a cuestionar, aunque sea levemente, al agresor. No cita ni una vez a Jennifer Hermoso.

El nefasto comienzo es ya extremamente desgraciado puesto que tilda al acoso como «últimos eventos», cuando dice que «los jugadores de la Selección queremos subrayar varias cuestiones a propósito de los últimos acontecimientos que han perjudicado a la imagen del fútbol español». A su juicio, el perjudicado es el fútbol (masculino) y no las jugadoras ni Hermoso.

El final es de traca: «Nos gustaría que, a partir de ahora, nos pudiéramos centrar en cuestiones deportivas ante la relevancia de los retos que tenemos por delante». Dejen de tocarnos los rubiales, no nos molesten más.

Parece que les repugnen sus compañeras, que más que como compañeras las vean como rivales, como enemigas. No se pueden pedir peras al olmo. El mismo desprecio de tanta prensa, tantos clubs, tantos jugadores.

A veces hay hombres de buena fe (los otros importan tan poco) que se preguntan o preguntan qué deben hacer para ser hombres sin ser machistas. Es fácil: evitar entrar en cualquier templete al que sus «compañeras» de viaje no puedan acceder. E ir adaptando esta fórmula en consecuencia y sucesivamente.

Foto Portada: Wat Chedi Luang (Chiang Mai, Tailandia). Entrada al pequeño templete que atesora el pilar de la ciudad. Foto: Eulàlia Lledó

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