Cuando en diciembre de 2022 estrenaron en los cines la película-documental ”El techo amarillo” de Isabel Coixet quedé con dos amigas para ir juntas a verla y poder comentarla después. El documental explica los abusos sexuales que se produjeron por parte de dos profesores entre los años 2001 y 2008 en el Aula de Teatro de Lleida cuando las alumnas eran adolescentes. Ver mujeres que explican una vivencia de abuso sexual terrible que sufrieron cuando eran niñas inquietas a cualquier persona; pero, al mismo tiempo, ver mujeres valientes y fuertes con capacidad de señalar a estos individuos indeseables, e incluso de hacerlo con arte, con cine, en la forma que sea, refuerza y empodera. Era ideal ir con amigas y poder charlar después.
Pero llegamos al cine y no ofrecían la película, anunciada en la cartelera un par de días antes. El hombre de la taquilla nos dijo que como ya llegaba Navidad y habíamos pasado una pandemia, la gente no estaba para ver este tipo de película, la gente quería divertirse. ¡Pum! Vas a ver una película de denuncia de un acosador y abusador de menores, que además está libre porque el caso prescribió y se archivó, y te topas de golpe con un tabú social de los del día a día, de los supuestamente inofensivos, ¡y sin opción de ver la película!
La vi finalmente cuando estuvo disponible en RTVE Play, a partir del 6 de febrero pasado, después de haber ganado en enero de 2023 el Premio Gaudí al Mejor Documental, y de ser nominada como Mejor Película Documental en los Premios Goya 2023.
El documental está muy bien organizado y se nota el savoir faire cinematográfico de Isabel Coixet para irnos llevando por una cronología en capítulos de los hechos explicada de forma coral por las víctimas e intercalando escenas del pasado. El profesor es presentado inicialmente como admirado, creativo, simpático y seductor. Erotiza la enseñanza teatral, se aprovecha de alumnas y profesoras, asusta por su influencia, abusa sexualmente de todas las que él elige, y se sale con la suya. Es mediático, muy relacionado con el alcalde, domina la situación. Ellas son niñas que en esta película coral, nos explican el desconcierto, el abuso de quien tiene poder sobre ti, el asco, la incomodidad, el miedo, la indefensión, el sentimiento de estar desprotegida, la culpa. La culpa, que tiene cinco letras, pero una sombra muy larga: cuando te pasa, cuando te das cuenta del abuso, cuando lo compartes, si lo denuncias, la molestia que te hace sentir tu entorno inmediato y la incomodidad social que causa que haya pasado esto, algo que no gusta saber. Todo esto que nos pasa a las mujeres… ¡imaginarlo en una niña! Qué momento intenso y durísimo cuando una de las víctimas interpreta fabulosamente una canción acompañada de un muñeco al que acaba abrazando: “No tengo la edad…”, justo antes de la VIII parte del film, donde se empieza a plantear la denuncia: se empiezan a curar, empiezan a tapar la herida cuando tienen claro lo que ha pasado, cuando comprenden bien que no había consentimiento, había abuso de poder, ejercido de manera obscena e impune, contra todas ellas. Verlo claro las une, las hace fuertes. ¡Cómo impresiona la queja de todas cuando proclaman que el profesorado lo sabía y dejaba que ocurriera, qué doloroso que resulta! ¡Cómo avergüenza y llena de rabia la complicidad institucional! ¡Cómo indigna que estos hechos puedan prescribir judicialmente!
Repara ser escuchada, dice una de las chicas. Repara y da fuerza que el y la periodista Albert Llimós y Núria Juanico del diario Ara hicieran un reportaje a fondo sobre este caso, y que se publicara; y, por supuesto, que Isabel Coixet se interese por el tema y cree este documento único donde se describe perfectamente el abuso, a través de las voces que le dan forma. Está filmado con tacto y la espectadora lo agradece, no hay que gritar ni ser desagradable para explicar una atrocidad como esta. Ellas tienen luz y brillan más cuando se sacan de encima la losa del silencio y la complicidad con hechos terribles.
¡Y qué necesario que es su testimonio y su reparación!
Tres de ellas han respondido a tres preguntas que les he hecho y las respuestas nos interpelan personal y socialmente, porque queda mucho por hacer y hay que cambiar muchas cosas:
La sororidad y la comprensión y apoyo entre amigas quedan claras y son un aspecto positivo y esperanzador de la película. ¿Te has sentido igual de cuidada y protegida socialmente?
Marta Pachón: Por desgracia, a nivel de nuestra ciudad, no. Lleida es muy pequeña y hemos sentido una revictimización feroz, por la que tanto nosotras como las personas que nos acompañaban perdieron espacios, proyectos, amistades y trabajo. Las nueve, el círculo, hemos sido nuestro mayor apoyo. Es triste y precioso a la vez. Hemos necesitado que llegara primero un artículo y después un documental de Isabel Coixet para empezar a recibir feedback de fuera, en el que las personas han estado mucho más comprensivas y empáticas; a partir de ahí, la mirada de las personas más próximas ha empezado a suavizarse.
Sònia Palau: No. Ingenuamente pensaba que me sentiría así, pero los hechos me han abierto los ojos. Si preguntas a alguien si está a favor o en contra de los abusos, obviamente todo el mundo dirá que está en contra, pero cuando pides a alguien que se posicione, muy poca gente lo hará. El entorno adopta una opción de silencio, que considera neutra, pero que en realidad es ponerse del lado del agresor.
Violeta Porta: Me he sentido cuidada y protegida por Dones a Escena. Tenía fe ciega en que responderían por nosotras y en que nadie llegaría a contactarnos si ellas no querían. Nos hemos sentido desprotegidas y en parte también engañadas por parte del Aula y por el Ayuntamiento de Lleida.
¿Has tenido sentimiento de culpa con toda esta vivencia?
Marta Pachón: Sí, evidentemente la culpa nos acompañó durante veinte años hasta hace relativamente muy poco. La culpa es uno de los sentimientos que hacen tan difícil entender lo que te ha pasado, identificarte como víctima o llegar a denunciar. Personalmente he sentido culpa cuando veinte años más tarde, me doy cuenta de que después de abusar de mí, las situaciones de abuso se fueron perpetuando e intensificando de forma descarada. Solo me podía preguntar, al oír los relatos de las más jóvenes, por qué no lo había sabido detectar antes. Pero poco a poco te das cuenta de que el poder en estas situaciones, igual que en los casos de bullying, lo tiene el entorno de abusador y víctima que puede decidir actuar o mirar hacia otro lado.
Sonia Palau: Sí, mucho. Casi más que durante la vivencia en sí, donde también tenía sentimiento de culpa por no tener la fuerza suficiente para ser capaz de salir de la situación de abuso, cuando ya era consciente de que me estaba haciendo daño. Cuando hemos empezado a hablar me he vuelto a sentir culpable por no haber hablado antes, por no haber hecho más… Me he puesto muchas culpas encima hasta que he aprendido a sacármelas.
Violeta Porta: Con toda esta vivencia diría que hemos transitado y descubierto muchos sentimientos. Para mí algunos de ellos han tenido pinceladas de culpa, sobre todo por no haber hablado antes y así quizás entrar dentro del circuito legal y seguro evitar muchos casos más recientes. La culpa no es un sentimiento que me haya dominado en ningún momento del proceso como lo han hecho la rabia, la tristeza, la frustración, el miedo, la ira, la vergüenza y el agotamiento.
¿Cómo podemos explicar esta violencia a las niñas sin asustarlas?
Marta Pachón: Quizás lo que hace falta es que de una vez por todas es que el miedo cambie de bando. Quizás quien tiene que aprender que las niñas no han venido a este mundo a ser víctimas y estar calladas, sumisas y abnegadas, es el resto de la sociedad. Quizás son los otros los que tienen que vigilar con su discurso y tienen que revisar la violencia que ejercen sobre niñas y adolescentes víctimas de abusos.
Sonia Palau: Hablando de verdad. Lo que asusta es el desconocimiento, el tabú, la desinformación en la que hemos crecido. Creo que para que no se asusten se tienen que poner en palabras todos estos sentimientos que forman parte de la sexualidad y del cuerpo. Hablar de los límites y de la intimidad. Si no hablamos favorecemos los secretos, la culpa y el abuso.
Violeta Porta: Tenemos que dejar de educar a las niñas para que sean “buenas niñas”. Nuestra educación sexual siempre se ha hecho desde el peligro: peligro de violencia, peligro de embarazo, peligro de enfermedades de transmisión sexual, peligro de perder la “buena reputación”… Tenemos que educar escuchando al cuerpo y hablando de lo que sentimos, y también de lo que deseamos. Dejar de ser sujetos pasivos y ser sujetos activos. ¿Qué me gusta? ¿Qué me hace sentir bien? ¿Qué quiero hacer? ¿Qué quiero experimentar? Ya es hora de que ellos aprendan a ser “buenos niños”.