Conversación con Sara Catella, 55 anni, que en unos días partirá como guía en una expedición polar a la Antartida: en paisajes de un blanco deslumbrante, donde el silencio es protagonista.
¿Cómo llegaste allí?
Primero os cuento algo de mi trayectoria. Crecí en un pueblo cerca de Milán, donde mi padre, que comenzó a trabajar a sus 11 años, después de la guerra, me enseñó que en las dificultades hay que apretar los dientes y adelante, al final todo se va a superar. Un día pudo alquilar una pequeña casa a los pie del monte Rosa, y aprendí a escalar la montaña y tocar las nubes. Una maravilla.
A mis 19 años, para ser independiente, estudiaba y trabajaba a la vez, y de remate, practicaba deporte agonístico en un equipo de volley. Mis días comenzaban de madrugada y terminaban muy tarde: sí, era un morder la vida, corriendo a mil por hora. El deporte me enseñó a tener coraje y espíritu de equipo.
Después de graduarme en administración de empresas, recorrí todo un camino profesional, partiendo como secretaria comercial y llegando a ser dirigente, en empresas de ingenieria que vendían plantas químicas en todo el mundo. Se trataba de un trabajo delicado de mediación, que podía durar más un año antes de la firma de contratos. Era la única mujer en un equipo de hombres. A pesar de que los hombres tengan muchas veces una vida más facil, he aprendido a convivir con los prejuicios e igualmente abrirme camino en una industria tipicamente masculina. Mientras tanto, por 32 años, mi vida era todo un ir y venir entre Milán y nuestros clientes en China, Indonesia, Vietnam, India, Japón, Thailandia. Terminé por conocer las hostess de las líneas más frecuentadas. En algunos casos viví en un país por dos años, como en Algeria.
¿Cuáles fueron tus mayores sorpresas en el encuentro con estos países exóticos?
En Algeria, más que la influencia francesa, me encantaba el desierto con los pueblos Kabili y Tuareg, un mix de culturas diferentes sea de las africanas que de las europeas. Con mi sorpresa, descubrí que los musulmanes moderados trataban las mujeres con gran respeto, y en Alger los sabados los hombres se dedicaban a las mujeres. Yo trataba de respetar su cultura vistiéndome con modestia, recogiendo mi abundante cabellera rojiza en una trenza, y evitando caminar sola en la noche. Pude comprobar que una cosa son los regímenes, otras las personas, entre los amables iraníes o los sociables sirios. No se puede etiquetar como “retrasados” o “inciviles” enteras categorias de personas, o países.
(Ya, ¿cuán evolucionados somos en Italia, donde casi cada tres días una mujer es asesinada por un ex? Ndr.)
En Damasco podia tomar té en largas conversaciones con los comerciantes de tapices que me hablaban de sus familias, en China a pesar de las dificultades linguísticas encontré acogida afectuosa entre las manicuras de las provincias. Cuando todavía no habían muchos turistas y yo era una joven alta casi 1,80 cm., las mujeres chinas a veces acariciaban mi rara cabellera rizada para probar como se sentía al tacto, o miraban asombradas mis ojos verdes, mis pecas, mi nariz más grande que la suya. China se había abierto al mundo desde unos años, pero circulaban todavía en bici personas vestidas de chaquetas azules acolchadas, en los restaurantitos de pueblos remotos podías toparte en algun escorpión bajo tu silla, o en tu plato, mientras comías sopas humeantes de tortuga, y algun otro misterioso ingrediente que era mejor no investigar. Ahora China se ha vuelto una potencia global, como sabemos, llegando a muchas areas de nuestra vida cotidiana.
¿Lograste conciliar esta vida de alto kilometraje, con relaciones afectivas duraderas?
Solo en parte, y no necesariamente por mi trabajo. Hay hombres que viajan mucho por trabajo y tienen familia. También hay mujeres, yo entre ellas, que no sienten la necesidad de ser madres, (ahora pueden expresarlo), y apuestan a estilos de vida diferentes al de esposa y madre. A veces, conversando en China o Thailandia con alguna mujer, si le decía que no estaba casada y no tenía niños/as, algunas se ponían una mano sobre el corazón, para expresar su compasión. En muchas culturas la familia representa todavía una especie de garantía de supervivencia para el futuro, en la nuestra ha habido cambios solo desde un par de generaciones. Nuestras abuelas pasaban su vida procreando y criando turmas de infantes, y no les preguntaban si eran felices.
Como todo ser humano, en mi vida pasé por situaciones dolorosas, como la pérdida de mi padre, o un amor que me rompió el corazón. Probé alegría, mucha alegría, en cambio, descubriendo otras facetas del amor: la amabilidad gratuita, por ejemplo. La compasión, o empatía, es un lenguaje universal, que encontré muchas veces. No puedo olvidar cuando me quedé bloqueada en un hotelito de Asmara, en un viaje de trabajo a Eritrea, sola con una fiebre alta: ¡el personal de servicio, hombres y mujeres, se preocupaban por mi, me traían todos los días zumo de naranja, y cuando pude levantarme me prepararon lasaña! Sí, un episodio tras otro, un viaje tras otro, crearon en mi una firme sensación que tenemos mucho por compartir como seres humanos, a pesar de haber crecido en culturas muy diferentes. Cada viaje puede hacernos más abiertos y compasivos.
¿Cuáles las experiencias más insólitas, o dramáticas?
Por algunos días conviví con el pueblo Boschimano, habitantes del desierto del Khalahari, en Botswana,que nos mostraron como encontrar bajo la arena agua o raíces comestibles. Eran hombres y mujeres de mirada calma y profunda, en la aparente nada de su mundo, pero con una relación fuerte con la naturaleza, tan diferente de nuestro modelo plastificado de vida en que muchos niños nunca han visto un pollo vivo.
He reconocido en la humanidad y la naturaleza dos fuente de inagotables descubrimientos. Así, despues de unos treinta años de viajes de trabajo, a veces frenéticos y agotadores, y otros personales, decidí hacer del viaje un estilo de vida, exploración y conocimiento. Por dos años me fui a vivir en las Maldivas, en un barco de 30 metros como instructora de sub. Descubrí que en la naturaleza hay un equilibrio entre presas y depredadores, sin la crueldad y codicia que pertenecen el ser humano. Las escenas más dramáticas las vi en Eritrea, en un campo de refugiados/as. Una vista desgarradora de niños/as sin nada, ni alimentos ni ropa, ni atención sanitaria o educativa. Nada de nada. Y esas madres altas y dignas, a pesar de su extrema pobreza. Entendí en ese momento, que a pesar de cualquier crisis que podamos vivir en Europa, el simple hecho de haber nacido en este continente, nos hace unos privilegiados. Con mucha responsabilidad sobre los destinos del mundo, con nuestros despilfarros.
¿Por qué, después de haber interactuado con tanta gente diversa, te has orientado hacia el continente más despoblado, la Antartida?
Fue el día en que tuve la ventura de tomar un barco que partía de Ushuaya, Tierra del Fuego, Argentina, en el cielo rosado de la medianoche, hacia la misteriosa nada de la Antartida. Hubo un enamoramiento total.
Esa naturaleza incontaminada me recordaba el comienzo del mundo, sin el tamborileo de los seres humanos. Me emocionó hasta las lágrimas. Así, por dos años entre Estados Unidos y Dinamarca, me dediqué a estudiar para obtener la certificación necesaria al rol de guía de expediciones polares. Se trata de expediciones con barcos de crucero para un máximo de 200 personas, en compañia de biólogos/as y otros científicos/as que alertan sobre la acidificación del océano, el accelerato derretirse de un glaciar antártico grande como la Florida, la presencia de microplásticas hasta en los más remotos rincones. Esto es mi trabajo, ahora. Contemplar las orcas, las ballenas, las focas en sus fantásticas movidas, los increíbles pinguines, y contarlo para crear más conciencia sobre la responsabilidad que tenemos para cuidar y preservar el océano y las otras maravillas de la tierra. Lo que implica, por otro lado, hacer más esencial nuestra vida. Yo eliminé el coche, y muchas prendas superfluas en el armario.
Mientras tanto, fui seleccionada para formar parte de un grupo de (hasta hora) 36 mujeres científicas y exploradoras (entre ellas, dos indígenas canadienses) que organizan expediciones autogestionarias en el Artico y la Antartida, buscando sponsors, para difundir conocimientos sobre el medio ambiente. La lider, Susan Eaton, geóloga, periodista y exploradora canadiense, es considerada una de las 50 personas que a nivel mundial hacen la diferencia en la lucha al cambio climático. Estoy orgullosa de colaborar con estas magníficas mujeres, (ver la web en transicción “Sea women expeditions”).
¿Qué fue lo más importante que aprendiste hasta ahora?
Dos ideas fuertes, nada más. Hay una que resume mi filosofía: “En la vida no ganas, no pierdes, ni fallas ni tienes éxito, sino aprendes y creces”. Se encuentra en una poesía de los Purépecha, una cultura precolombina que habitó hace muchos siglos en Centroamérica y no se dejó conquistar por los Atzecas. Tenían una capital con un nombre también poético, Tzintzuntzan, “el lugar de los colibriés”. Y a mis sisters de toda edad animaría a volar más allá de lo conocido, persiguiendo intereses y pasiones, trabajando duro para alcanzar las metas. Podrán abrirse escenarios nunca imaginados. Pues la vida es mucho más de lo que pensamos, si logramos romper, primero, nuestras barreras interiores. Después, más y más mujeres seguirán. Y será otro cantar.