Por Silvia Gascón DDF
Hoy participamos del Conversatorio virtual – HelpAge International donde presentaron este informe sobre «Personas mayores y vulnerabilidad» de Argentina, que compartimos para que lo puedan descargar.
Lo primero que viene a mi mente cuándo releo el informe es que detrás de cada número hay personas. Esta oración que suena simple y que parece una invitación a caer en lugares comunes, debería ser la premisa para observar todos estos datos “duros”. Detrás de cada ajuste hay personas que no pueden acceder a sus necesidades básicas, aquellos que fueron a la farmacia y tuvieron que volver con uno sólo de los remedios, los que debieron reducir a una sola comida su alimentación diaria, los que dejaron de ir al curso que les gustaba porque no pueden pagar el transporte, o aquella que ya no puede cocinar con gas y que debió recurrir a la leña.
Son rostros concretos de quienes llegan a la vejez constatando que su calidad de vida ha empeorado, y miran con tristeza y mucha preocupación no sólo su presente, sino su futuro.
Si algo sabemos las personas mayores de Argentina, es de los sucesivos procesos inflacionarios. Así cómo en los 90 hablamos de los nuevos pobres, porque más del 90% tenían un ingreso, una vivienda y cobertura de una obra social, pero sus ingresos no eran suficientes para llegar a fin de mes.
Hoy en Argentina los ingresos están devastados, y el acceso a la vivienda y a la atención de la salud se han visto afectados. La situación de las personas mayores es realmente alarmante, sin embargo, parece invisibilizada, ignorada por las estadísticas. Como para el cálculo de la no se consideran las necesidades particulares de las personas adultas mayores, desde el Gobierno se ha llegado al extremo de plantear: “es el grupo menos pobre” y que “para que atenderlos si pronto van a morir”.
En los comedores barriales, los referentes comentan asombrados la presencia de personas mayores que hasta ahora no formaron parte de sus usuarios habituales, eran unos pocos, pero ese número aumentó exponencialmente.
Se trata en la mayoría de los casos de personas que han transcurrido sus vidas sostenidas por sus propios ingresos, producto de su trabajo a lo largo de sus vidas, apoyando a sus familias, a sus hijos y nietos y ahora, en cambio, dependen de la ayuda de ellos. O para el caso de las mujeres, la mayoría de ellas con doble o triple trabajo, el remunerado formal o informal en muchísimos casos, el cuidado de los niños y realizando tareas del hogar. También debemos recordar mujeres muy mayores que siguen cuidando ahora a sus maridos o hermanos también envejecidos. Muchas además cumpliendo tareas comunitarias con altos grados de solidaridad. Como dijo una joven dirigente argentina “la pobreza está hecha de mujeres que cuidan” (Lucía Cirmi, @luciacirmi_)
La política social no puede resolver los problemas que generan los modelos económicos. El Estado siempre es necesario para asegurar una justa distribución de los ingresos. Las políticas complementarias son imprescindibles hasta que se genere pleno empleo, educación de calidad, salud para todos y todas.
La pobreza no es sólo falta de alimento o ingresos, la pobreza implica no poder usar el transporte público, no poder salir a caminar porque ni siquiera hay veredas en los barrios en los que habitan y cuando las hay están rotas.
La pobreza implica no tener información acerca de nuevos derechos, implica no poder acceder a prestaciones básicas por no manejar tecnología. Implica tener una vivienda, pero no poder pagar los arreglos necesarios o los servicios indispensables, o llegar al extremo de ser desalojado de ella. La pobreza implica no haber terminado el nivel primario de educación. Implica ser desvalorizado por la sociedad, la vergüenza de ser catalogados como “vagos, que nunca trabajaron y ahora quieren una pensión”.
La pobreza implica además estar sobreexpuestos a la violencia institucional, intrafamiliar e interpersonal. Estar expuestos a la violencia simbólica, a los discursos, cada vez más naturalizados, que sostienen que vivir más años en la vejez es ocasionar un gasto innecesario.
La pobreza en la edad mayor implica también la disminución de las fuerzas y las capacidades suficientes para ejercer la rebeldía necesaria para cambiar un orden en el que la injusticia social y el individualismo son los valores predominantes.
Por eso insisto, cuando lean este informe recuerden, que detrás de cada número hay una persona. Recuerden que la gran mayoría viven múltiples discriminaciones y que muchas de ellas están enfrentando este proceso de ausencia del Estado en absoluta soledad.
Este informe es una fotografía de una realidad que merece ser cambiada, la invitación a hacerlo es desde la información, el conocimiento, la desnaturalización del edadismo y la importancia de involucrarnos.
Por eso nos sumamos a las palabras del papa Francisco, cuando en el año 2013 en Río de Janeiro, les dijo a los jóvenes “hagan lío”. Por eso también llamamos la atención de las otras generaciones, las que vienen en camino y en unas décadas serán personas mayores, para que todos juntos volvamos a creer y a luchar por un mundo mejor.
“El sello de una sociedad noble no reside en la forma en que ayuda a los ricos,
sino en que ayuda a los pobres… no en la forma en que protege a los poderosos,
sino en que defiende a los vulnerables”[1]
[1] Darkwa, O. 1997. ‘Reforming the Ghanaian Social Security System: Prospects and Challenges’ en https://www.helpage.org/silo/files/el-sello-de-una-sociedad-noble-derechos-humanos-y-personas-mayores.pdf
Fuente: HelpAge Argentina
