Es una gran alegria que María Blanchard haya llegado al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) y que lo haya hecho por la puerta grande, con una exposició antològica que nos permite echar un generoso vistazo a su obra, que sin duda se halla entre las más sugestivas realizada por un artista español en las primeras décadas del siglo XX. Ni todas las artistas entran en ese templo artístico, ni tampoco fueron precisamente muchas las mujeres que a principios del XX (y que no decir antes) pudieron desarrollar sus capacidades creadoras hasta el punto de ser apreciadas, poco o mucho, por sus contemporáneos y contemporáneas, de modo que nuestra congratulación es doble.
(Foto grandesmujeresenlahistoria.blogspot)
Me paseo por las salas que albergaron antaño el Hospital San Carlos contemplando la muestra de esta pintora santanderina nacida en 1881 y fallecida en París en 1932, a la que pilló de pleno la explosión cubista, en la que se sumergió en unos años clave para su formación, pero de la que salió más fortalecida que antes, lo que la llevó a optar por un expresionismo muy cercano al de la mejor Frida Khalo. La exposición recoge setenta y cuatro obras, entre sus orígenes figurativos (que incluyen toques simbolistas y, cómo no, otros ya tremendamente expresionistas), su larga incursión cubista y su regreso al figurativismo en un alarde de personalidad propia difícil de soslayar.
Pero, ¿quién es María Blanchard? Hasta 1976 no se realizó en España una antológica suya, en concreto en la madrileña Galería Biosca (en el catálogo que se hizo para la ocasión hallamos incluso un texto de la Condesa de Campo Alange, quien ya le dedicó un estudio publicado en 1944). María Blanchard arrastró desde siempre una limitación física que contribuyó en mucho a forjar su carácter: “cambiaría toda mi obra… por un poco de belleza”, llegó a decir. Al bajar de un coche de caballos, embarazada, la madre de María sufrió una caída, y la niña nació con una doble desviación de columna, que conllevó una seria deformidad. Fue bautizada con el nombre de María Gutiérrez-Cueto y animada por su familia llegó en 1903 a Madrid siguiendo los pasos de su vocación artística. Mas no será hasta su traslado a París en 1909, donde sería alumna de Anglada Camarasa, cuando su trabajo comience a afianzarse. 26, Rue du Départ – Érase una vez en París es el título del documental, de reciente estreno, que le ha dedicado Gloria Crespo MacLennan.
(Foto wikipedia)
En su no muy extensa pero sí intensa trayectoria fue amiga de Gómez de la Serna, de Diego Rivera, de Juan Gris… e incluso García Lorca le dedicó una elegía, en la que afirmó que “la lucha de María Blanchard fue dura, áspera, pinchosa, como rama de encina”, cosa que sin embargo no la empujó al resentimiento. Contrahecha, literalmente jorobada, no es sólo por ello nuestra Frida Khalo, sino también y sobre todo por la explosión de fuerza, arrojo y color que su obra exhibe y por su rabiosa valentía a la hora de expresarse con el pincel. Ambas fueron también mujeres temperamentales y excéntricas, con las que debió resultar difícil lidiar. Frida Khalo hace largos años que es mundialmente apreciada y la suya es la biografía de la editorial Circe más vendida. Blanchard está aún, mal que bien, por descubrir.
Porque esta exposición que se le brinda, y se nos brinda, podría haber servido de mucho más de lo que ha servido y es una lástima tener que admitir que estamos ante una ocasión perdida. Figura de la vanguardia que triunfó en un mundo de hombres, androcéntrico hasta la médula, resulta en su enfoque cuanto menos sorprendente la ausencia de una visión de género, por tímida que fuera. María José Salazar, comisaria de la exposición, tendría que haberse mojado mucho más y es una pena que no la haya hecho. Hoy en día resulta enormemente empobrecedor obedecer al orden cronológico para mostrar la obra de un artista. Y aunque sin duda sea de gran interés constatar que en los años centrales de su carrera Blanchard fue una espléndida emuladora de Juan Gris (e inclusive que sus piezas cubistas aportan matices que la singularizan en el seno de dicha corriente), podría haberse guardado esa faceta suya para algún ejercicio comparativo, que podría haber consistido en exhibirla algún día mano a mano con el que fuera su maestro y amigo.
Con tener ojos basta para constatar que su fuerza, su verdadero genio, está encerrado en las obras que precedieron y siguieron a su incursión cubista. Y es allí donde su interés por retratar a las mujeres adquiere un brillo propio, en obras como “La comulgante” (1914), “La española” (1910-15), “Mujer a la mandolina” (1916-17), ”Pianista” (1919), “Mujer peinándose” (1923), “Las dos huérfanas” (1923), “La golosa” (1924), “La echadora de cartas” (1924-26), “La convaleciente” (1925-26)… y cómo no en esas maternidades que desbordan los cauces de su tiempo. Hubiera sido una fiesta poder acceder a ese proteico recorrido de vigor y colorido, trazo contundente y alto sentido plástico, con el debido acompañamiento, aquí inexistente.
(Foto wikipedia)
Como complemento a la muestra el Reina Sofía celebró un seminario titulado “En torno a María Blanchard. Vanguardia e identidad”, en el que por cierto tampoco hubo intervención alguna que incidiera en la cuestión de género. No cabe duda que se ha querido ver en Blanchard más vanguardia que identidad, desatendiendo este aspecto que creo firmemente es el que tiene en ella mayor interés. Invita al desaliento que momentos tan conservadores nos traigan miradas tan tibias y que se aprovechen tan poco los espacios públicos. Esta exposición no está a la altura de Manuel Borja-Villel, su director. En arte no valen, no han valido nunca, ejercicios de corrección política y de los comisarios se esperan miradas osadas que traigan propuestas de futuro, no baños en formol que conviertan a los grandes olvidados en nuevos clásicos sin pasar por el diálogo con el tiempo histórico que los rescata. En arte la genealogía se hace al andar e implica echar la carne en el asador. Pasar de largo en un aspecto tan relevante como es que María Blanchard incidió en el retrato de las mujeres desde un prisma radicalmente distinto al de sus contemporáneos, es un insulto al trabajo de quienes sí están revisitando la obra de las artistas con miradas que construyen desde el compromiso. La exposición dura hasta el 25 de febrero. Por muchos que sean los peros, no os la perdáis.
* Artículo publicado en castellano en la revista cultural Agitadoras y Artículo publicado también en castellano en el blog de la autora Opiniones Robinsonianas