OPINIÓN
Cuando era pequeña hablaban de una casi imposible entrada al “Mercado Común”. Murió el dictador y lo que parecía imposible se fue convirtiendo en posibilidad y, recuerdo como mucha gente lo esperaba con alegría.
En mi barrio, un barrio obrero y humilde, donde el voto era de izquierdas, donde la gente, a pesar del miedo, con mucho miedo, aspiraba a la libertad veían aquel mercado que representaba Europa como una ventana abierta, abierta a la libertad.
Durante muchos años el anhelo común ha sido que Europa, en la Comunidad Europea de la que ya formábamos parte. Nos llevaba por caminos de libertad e igualdad. Las mujeres mirabamos y nos referíamos a las directivas comunitarias sobre políticas de mujeres para reclamar cambios institucionales, políticos y sociales. Nos reflejabamos y aspirábamos a ser un país normal de Europa.
Hoy, ese sueño, ese anhelo se va desvaneciendo y vemos como la admirada Europa vuelve, si es que ha dejado de ser alguna vez, al Mercado. Y son las leyes de mercado y no las de las personas las que se priorizan. Vemos la ansiada libertad recortada, las políticas modélicas incumplidas y sin recursos, la solidaridad que pensábamos, una entelequia, una palabra vacía.
Creíamos que Europa era grande y solidaria, en la que cabía, cabíamos, las personas diferentes, diversas, con disensos y consensos, pero en libertad y con derechos. Pensábamos que era grande y solidaria. El mercado nunca dejó de ser mercado y en el bazar se han subastado los derechos y han acabado en un cajón. Los derechos fueron menguando: menos políticas sociales, menos derechos laborales, menos prestaciones… y la solidaridad ha desaparecido y se ha convertido en cuotas y dinero para los estados.
Miles de personas que atraviesan mares desafiando la muerte, siguen caminando hasta las puertas de Europa y, en lugar de encontrar una ventana abierta desde donde avistar el cielo azul y comenzar a respirar el aire libre, encuentran vallas y policía, encuentran represión, frío y hambre. Las personas que llegan para refugiarse en Europa huyendo de la guerra no encuentran la solidaridad de la Unión sino el rechazo de los estados, que los convierten en números que tienen que repartir. Europa, ahora, tiene más parecido a Christie ‘s que a un espacio común, que a una unión política y social, que a una comunidad vertebrada y solidaria.
Las mujeres hemos sabido construir redes de solidaridad por encima de las diferencias, por encima de las guerras y las miserias, pero el mercado nos niega, nos quiere detener y quiere romper las redes, nos invisibiliza y deja que nos maten.
Ahora queremos ser un país normal, yo no sé si quiero estar en esta Europa del dinero. En mi barrio, aquel barrio obrero y humilde, han cambiado cosas, las expectativas ya no llevan a la libertad, el miedo ha superado los anhelos y se mira con reservas el futuro. Europa no es la Europa que se quería y los y las refugiadas recuerdan los abuelos y abuelas que llegaron huyendo de la guerra y la miseria. Me la imaginaba más grande, esta pequeña Europa!