domingo 28 abril 2024

domingo 28 abril 2024

Las joyas que lucimos las mujeres 

Un caco ​​ha entrado en mi casa y se ha cebado con mi dormitorio. Me he quedado con una terrible sensación de indefensión que, pasados unos días, todavía persiste. El espectáculo es desolador. Bragas, sujetadores, calcetines, pijamas, cuelgan de los cajones abiertos de la cómoda como espantapájaros. Un cajón está boca abajo sobre la alfombra y las puertas de los armarios están abiertas de par en par, jerséis, blusas y cajas, expulsados a manotazos. Las joyas de la Castafiore (así es como yo las llamaba) han desaparecido. «Sáqueselo de la cabeza, no volverá a verlas», me dice una agente de la policía científica, que sabe mucho de robos. En breve, estas joyas estarán en el mercado negro internacional. La imagen romántica del ladrón que roba para sobrevivir se desmorona de repente: al parecer, hoy en día se trata de chorizos a sueldo. Hay de todo, por supuesto. Hay quien hace su propio negocio. Me quedo en estado de shock.

Mis joyas eran mucho más que joyas. Muy lejos de ser objetos para la vanidad, eran parte de mis vivencias, de mi historia. Desde el mismo momento en que entran a vivir en mi joyero, se convierten en una fracción mía, en un pedazo de mi identidad. No las lucía ni siquiera como complementos, sino que eran centinelas fieles de mis recuerdos. ¿Dónde estáis ahora? ¿Desmontadas? ¿En muñecas, dedos, escotes, en orejas ajenas? Sinvergüenzas, me habéis robado un trocito de mi legado emocional, me habéis despojado de la posibilidad de dejarlo deslizar en las manos y en los corazones de aquellos a quienes más quiero en este mundo. Pero, también debo decir, que poca cosa seria yo si mi imagen y mi autoestima estuvieran supeditadas a las joyas que me habéis arrancado. Todo esto que digo os entra por un oído y os sale por el otro, por supuesto. Que os importa un bledo es tan obvio que no habría ni que decirlo.

Otra obviedad, en mi caso conmovedora, es que estos son pensamientos defensivos. Un mero autoengaño de pánfila para disimular, para apaciguar la rabia, la indefensión, el ataque que he vivido como si de repente se me desplomara una losa encima. El nudo en el estómago no se destensa ni con tilas ni valeriana.

Los más pobres alimentándose de lo que arrebatan a los menos desafortunados que ellos, y los todopoderosos mirándolo desde la frontera, dibujan un cuadro perverso en el cuál, poco a poco, va apareciendo el esbozo de los poderes mafiosos, poderes que extienden sus garras por el primer mundo. De haber sido el ladrón un pobre indigente que roba para comer, para vivir, no de la mafia que se lucra a mansalva, incluso habría podido entenderlo. Tal vez.

Después de esta catarsis (¡el gran poder catártico de narrar!), después de este ejercicio de escritura terapéutica autoimpuesta (James Pennebaker fue el inventor) siguen otras reflexiones. ¿Por qué compramos joyas? ¿Por qué, por lo general, a las mujeres nos gustan tanto? Recuerdo a Aretha Franklin en el escenario, con aquellos pendientes brutales colgándole de los lóbulos de las orejas, cantando Respect a toda máquina, la canción que se convirtió en himno de la lucha por la igualdad de género. O el estilo característico de Virginia Woolf (uno de los símbolos del feminismo y modernismo literario del siglo XX) con aquel collar y los pendientes largos (fijaos en la fotografía que acompaña al artículo).

¿Cuál es el sentido de las joyas? ¿Por qué les damos tanta importancia? ¿Cuál es su significado para las mujeres? Estas preguntas no me intrigarían tanto si lucirlas fuera una afición femenina de igual intensidad en las contrapartes masculinas. Sin embargo, con excepciones, hoy en día no es así. Los gustos, las formas de vestir y acicalarse no sólo han cambiado a lo largo de la historia, sino que, entre los hombres y las mujeres, se han ido distanciando. Por poner un ejemplo: el rey Luis XV llevaba unos tacones descomunales y, como él, los hombres de la corte llevaban medias y se ponían polvos rosaditos en las mejillas y muchas más cosas que ahora consideramos que pertenecen a la esfera femenina.

El alarde de joyas que hace la realeza y la nobleza es, por decirlo finamente, un escándalo. Y sin lugar a duda nos informa de rebote de que las joyas (las joyas de valor) confieren un estatus elevado a quien las presume. Son un símbolo de poder económico. Un signo de jerarquía. Pensemos en los chamanes, en las cabezas visibles de las tribus, en los jerarcas de la Iglesia a través de los siglos y en las monarquías, vestigios de un pasado obsoleto que aún perviven. Las joyas han mantenido, de siempre, un estrecho vínculo con el poder.

En la cultura actual ha quedado un poso de la antigüedad y, sin llegar al extremo del mundo antiguo, la mujer se enjoya para hacer ostentación de estatus (si las joyas tienen valor económico) y parar agradar socialmente (como si presumiendo de bisutería nos empoderásemos). Pero esta costumbre cultural a veces o a menudo (depende de los sectores sociales y países) conlleva la utilización pérfida de la mujer, porque para muchos hombres el hecho de exhibir a su pareja femenina enjoyada es una demostración de poder, como puede serlo exhibir su coche. Tanto él como ella se pavonean, la diferencia está en que él seduce por medio de la seducción de ella. Vamos, como si fuera una garrapata que se alimenta de la sangre ajena. Una joya es un objeto, es algo, no tiene género. En cambio, en este caso cumple una función manipuladora, como una obscena supeditación de machismo.

Un valor positivo de las joyas es su grosor sentimental, son regalos o herencias con una fuerte carga emocional o compras que incorporamos a nuestras vidas en calidad de objetos que nos acompañan en los recuerdos. Y cuando nos las arrebatan, cuando las roban, cuando nos las arrancan, nos sentimos ultrajadas. Yo todavía estoy de luto.

Las joyas deben usarse con libertad, tanto en lo que hace a la manipulación machista como a la sociedad de consumo que nos presiona a consumir sin necesidad. La sociedad de consumo juega con la autoestima de las personas y, en esta amalgama consumista, los metales preciosos, sean bisutería o no, recrean un papel fundamental en el mundo femenino. Demasiadas chicas hoy tienen necesidades narcisistas de agradar, necesidades enfermizas de ser aceptadas y es en este sentido que considero que debemos vigilar para que el uso de las joyas no suponga un falso y nefasto empoderamiento.

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Maria Àngels Viladot

Maria Àngels Viladot

Doctora en psicologia i escriptora.
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