OPINIÓN
En 2004, la fotografía de la soldado USA Lynndie England embarazada torturando a un preso iraquí en la cárcel de Abu Ghraib dio la vuelta al mundo y estremeció las conciencias.
Todavía resultaba insoportable el ver a una mujer que iba a ser madre, vejando a un cautivo como si no fuera también él un ser humano que tenía una madre. La tortura era vivida como un error de epistemología, o sea, una contradicción insoportable introducida por la fuerza o por la publicidad en las verdades superiores de la cultura. Y el embarazo, asociado íntimamente con el amor, agravaba la contradicción, acentuando la repulsa. El sentimiento amoroso que hermana a las criaturas humanas se impuso entonces, como tantas veces antes, sobre la fuerza de las armas. El sentir se hizo política.
Entre el domingo 9 y el martes 12 de abril pasados, la muerte triste y prematura de Carme Chacón, notable política profesional socialista, llenó las noticias de otra foto con una insistencia tan sorprendente que pareció que la instantánea quisiera convertirse en el momento de su vida más digno de pasar a la posteridad.
Era una foto de 2008 en la que ella, embarazada, pasaba revista a tropas del ejército español.
Una hábil maniobra del entonces presidente del gobierno había facilitado la posibilidad de esa imagen –que dio, también ella, la vuelta al mundo– trasladando a Carme Chacón de ministra de la vivienda a ministra de defensa. Entiendo que el presidente, siendo hombre, no se dio cuenta de que su jugada llevó a una madre –a la madre– a autorizar la guerra en la que parecía que él mismo no creyera, ya que había retirado las tropas españolas de Irak apenas llegado al gobierno.
La escena de la mujer embarazada gritando ¡Firmes! con el mentón alzado a unos militares que le devolvían el gesto soberbio de quien se cree por encima de la vida y de la muerte, estremecía de horror las entrañas, sometidas a un error de epistemología similar al de la fotografía de Lynndie England. Porque una madre no autoriza impunemente la destrucción de su propia obra, que son cuerpos humanos (cuerpos que hablan) y relaciones primarias.
Y sin embargo, la foto de Carme Chacón no parece haber estremecido las conciencias. Ha sido aclamada en todos los medios de comunicación que he seguido.
Ni una periodista a mi alcance, de derecha o de izquierda, se ha salido un ápice de la línea correcta, de la voz de su amo. He oído tonterías como “la foto demuestra que una mujer embarazada puede hacer su labor”. O “las mujeres podemos estar en todas partes”. ¿Podemos? ¿Queremos?
Estos hechos indican que las mujeres occidentales, si seguimos así, vamos a perder la batalla feroz por el sentido/sinsentido de la guerra que se está librando en el presente y de la que la foto de Carme Chacón es una pieza publicitaria importantísima. La batalla simbólica por el sentido/sinsentido de la guerra la habíamos ganado casi siempre las mujeres, desde Lisístrata, cuyo nombre significa “la que disuelve los ejércitos”, hasta Leymah Gbowee, la pacifista de Liberia que organizando una huelga de heterosexualidad, como Lisístrata, consiguió que terminara la segunda guerra civil de su país en 2003.
Hay un vínculo directo entre la autorización femenina de la guerra y el alquiler de úteros con sus silenciosas granjas de mujeres. Una autoriza lo otro. No es difícil de sentir ni de ver.