Desde que trabajaba como periodista en un diario mexicano, me gustó comenzar a leer los periódicos por la contraportada. Leer la cubierta posterior de algunos diarios aún me atrapa y me lleva a vencer mis propios récords de lectura. Por ejemplo, durante mis años de periodista en México, Mar de Historias, el artículo de la escritora Cristina Pacheco (1941-2023) que se publicaba en La Jornada, fue mi favorita los domingos. Intentaba leerla mientras viajaba a casa en el autobús que me llevaba del centro de la ciudad de Xalapa a la periferia.
El formato tabloide del diario me permitía agarrarlo con una mano mientras que con la otra me sostenía para no caerme por ir de pie. Generalmente, los autobuses iban llenos. Lo mismo me pasaba cuando viajaba en el metro de la gran ciudad de México. Leer la contraportada del periódico de circulación nacional era una suerte de ritual. Quizá lo primero que me gustaba hacer cuando llegaba al Diario de Xalapa para hacer la guardia los domingos. Después me leía el interior de los demás periódicos que llegaban a la redacción, porque en ese tiempo no alcanzaba el salario para comprarlos.
Cristina Pacheco me llegaba al alma, tanto que en las primeras historias que conté para el periódico donde trabajaba, la intenté imitar. Algunos compañeros se burlaban. Me decían que era la defensora de causas pérdidas o causas inútiles. No era fácil escribir un artículo con la calidad de Mar de historias. Además, apenas empezaba a escribir y cometí muchos errores.
Lo cierto es que la costumbre de leer a Cristina Pacheco, quien murió tan solo 21 días después de haber dejado su último programa de televisión en el Canal Once y que mantuvo más de 25 años, me llevó a encontrarme con esos personajes desposeídos, vulnerables, huérfanos o víctimas de acontecimientos adversos. Poco a poco, personas con historias anónimas y muchas veces dramáticas, fueron ocupando la primera plana de un periódico estándar, de grandes pliegos, que costaba trabajo leer en los autobuses o caminando, como lo hice muchos años después, cuando ya trabajaba, aquí, en Barcelona, para El Periódico de Catalunya.
Leer las contraportadas de El País o La Vanguardia, mientras volvía a casa de la calle de Consell de cent hacía Tetuán era un placer, que me distraía del esfuerzo del trabajo de obrera del periodismo. Dependía del interés de la contra. Muchas veces logré leer en esos cuatro o cinco minutos que tardaba, primero la de La Vanguardia o la del propio periódico donde trabajaba, si aún no me había dado tiempo de leerla. Si no, me quedaban las cuatro estaciones de metro, en el qué mínimo leía también la de El País.
Hasta la fecha seguimos comprando en casa ambos: La Vanguardia, gracias a las columnas de Inma Sanchis, Lluís Amiguet y Víctor Ámela, y El Periódico por esa gratitud que mantendré siempre a ese medio de comunicación, que dirigía en aquel tiempo otro gran maestro del periodismo, Antonio Franco. Después quizá ya no alcanzaba a leer todos los interiores, pero eso me ha dejado la costumbre de ir al quiosco y ver primero que han publicado los diarios, para saber si los he de comprar, aunque no los lea inmediatamente.
Le he estado dando vueltas a tantas publicaciones que se han hecho a partir del 1 de diciembre que Cristina Pacheco anunció su retirada debido a problemas de salud y también después de su muerte, apenas 20 días después. Sigo creyendo que la gente es eterna y no me doy cuenta de que su ausencia nos coloca, me coloca ya en primera fila de la vida. La pena es que quizá ahora, nosotras, nosotros, ya no tendremos cronista que nos haga saltar a la vida pública de los medios de comunicación, pues la defensora de los sueños de tantas personas anónimas -que ella dijo que inventaba en alguna entrevista-, pero que parecían tan reales como la vida misma, se nos ha adelantado.
Cristina Pacheco ha muerto en una época en que ya se han ido grandes referentes del periodismo y de la cultura. Se nos ha adelantado en una época que nos permite detenernos y reflexionar. Estas líneas las escribí por Navidad, pero el año llegó tan de improviso que no pude hacer ni propósitos para el nuevo año. Simplemente me dejé llevar por la vida en dos maravillosas ciudades de Portugal: Lisboa y Porto, para después concluir las vacaciones en Pontevedra y Vigo, en Galicia.
Tuve la fortuna de haber estado junto a ella en alguna premiación, cuando vivía en nuestro país natal, pero no la traté personalmente. No hizo falta, la conocí a través de sus programas de televisión y sus artículos periodísticos. Soy una afortunada. Buen viaje, querida Cristina Pacheco. Gracias por tu ejemplo.