sábado 27 abril 2024

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Gisella Evangelisti ok

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Fashion revolution. El mundo de la moda debe cambiar

Gisella Evangelisti ok

 

OPINIÓN

Elegancia, colores, creatividad. Sabemos que vestirse no es solo ponerse la primera ropa que te cae en la cabeza abriendo el armario, sino verse y sentirse bien en unas prendas que hacen juego con tu personalidad.  El mercado hace que las mujeres seamos unas grandes consumidoras de ropa. 

¿Cuánto tiene que ver este placer con el aumento exponencial del sector de la moda en estos últimos años? No mucho, como veremos.

Como reportan las asociaciones del sector, el mundo de las multinacionales de la moda está en plena expansión, con ofertas variadas y un marketing capilar. En 2017 se han vendido en el mundo 154 billones de prendas, como unas 20 promedio por persona, (siendo 7,6 los billones de habitantes del planeta, sin considerar la desigualdad de los consumos entre países y grupos sociales). Cada año Zara saca 24 colecciones nuevas, H&M entre 12 y 16, y se vende el 60% de prendas más que en 2000. Esto significa que cada prenda es usada cada vez menos tiempo.

Considerando que los recursos naturales del planeta no son infinitos, se trata de un verdadero despilfarro, pues la moda resulta ser el segundo sector industrial más contaminante, después de la industria petrolera, porque utiliza productos tóxicos, (como en los vaqueros desteñidos), consuma mucha agua, y emite CO2 a raudales.

Además, la producción se concentra en gran parte en los países asiáticos, con sueldos miserables. El 80 % de los trabajadores son mujeres. Hablamos de un salario medio de 78 euro mensuales en Bangla Desh, cuando un salario digno sería de 374 Euro, según la AFWA (Asia Floor Wage Alliance). En Cambogia H&M paga 166 Euro mensuales, en Indonesia 148, cuando deberían pagar respectivamente 396 y 352 euro. Esto mientras la empresa tiene útiles estratosféricos, que permitirían con creces mejorar las condiciones de trabajo. En realidad, fue la misma H&M, que después de la conmoción mundial sucedida a la tragedia del Rana Plaza, (el edificio que se derrumbó por un incendio en 2013 provocando 1134 víctimas y 2500 heridos), anunció mejorar el salario de 850.000 trabajadoras y trabajadores, pero olvidó muy pronto la promesa.

Hay que recordar que H&M, como otras multinacionales, no contrata directamente los y las trabajadoras asiáticas, sino empresas intermediarias que mantienen los salarios lo más bajos posibles, imponen ritmos agotadores de trabajo, en condiciones de inseguridad. Una prenda producida a un coste de 3 euro puede ser vendida en una boutique europea por 100 euro: una baza por todos, menos por quien trabaja.

En cuanto a la firma Benetton, en el caso del Rana Plaza primero negó estar involucrada en la producción, y solo después de la campaña de AVAAZ, firmada por un millón de personas para que se indemnizaran las familias de las víctimas, accedió a dar un aporte a un fondo voluntario instituido por las Naciones Unidas, con un 1,100.000 euro, o sea 970 euro por familia, cuando sus ganancias anuales eran de 126 millones. Resultó ser la última en actuar entre las empresas de moda, como Auchan, Mango, H&M, que ya habían contribuido. Siempre bajo la presión de la opinión pública mundial, después del Rana Plaza 220 firmas suscribieron un acuerdo para prevenir otros incendios en Bangla Desh, realizando inspecciones en las fábricas, y ahora se está discutiendo otro acuerdo, para tratar de involucrar también productores de textiles no destinados a la ropa, como Ikea, para mejorar las condiciones de trabajo.

Es evidente que seguir produciendo ropa a bajo coste, para un consumo superfluo en los países occidentales, sobre explotando el trabajo y el medio ambiente, en los países del Sur del mundo, para acumular ganancias exorbitantes en pocas manos (los famosos “ricos que se hacen más ricos”, como los dueños del grupo Inditex) no es sostenible, y todo el sistema debe ser revisado y corregido. ¿Cómo? Hay dos maneras para contribuir a ello. Uno, desde el ámbito personal, es consumir de manera inteligente, comprando solo el necesario, reciclando, intercambiando prendas, sin por esto renunciar al buen gusto y la fantasía. El otro desde una perspectiva global, apoyando las organizaciones sin fines de lucro que quieren controlar las condiciones de trabajo impuestas por las multinacionales.

Una de ellas, que se creó en UK en 2007, y se está expandiendo a nivel mundial en un centenar de países, es Fashion Revolution. Su objetivo es apostar a una industria de la moda que valorice la gente, el medio ambiente, la creatividad y la ganancia empresarial (ahora absolutamente prioritaria y sin reglas) en igual medida. Una utopía, probablemente. Pero supone una estrategia interesante, en cuanto no trata de hacer sentir culpable la gente, sino de apelar a su poder, como consumidora, de provocar cambios positivos. Para ello, primero hay que saber cómo, dónde y quien produjo cada prenda. Estas preguntas son la llave de una campaña que se realiza la última semana de abril de cada año pero se prolonga durante todo el año, pidiendo la participación de las personas, en varias iniciativas (para mayor información ver spain@fashionrevolution.org).

Otra organización sin fines de lucro presente en 17 países es Clean Clothes (Campaña Ropa Limpia-Setem) que pide a la Unión Europea normas vinculantes para pedir transparencia a las empresas del sector y rendir cuenta sobre las violaciones de los derechos humanos de quien produce las prendas. Hay todavía mucho camino por recorrer, pero los avances realizados hasta ahora demuestran que una ciudadanía cada vez más consciente y responsable puede contribuir al cambio que se necesita.

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Tona Gusi

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Fundadora i Co-coordinadora de La Independent. També és psicòloga menció en Psicologia d'Intervenció Clínica i menció en Psicologia del Treball i les Organitzacions.
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