La recuperación de la figura de la diputada española Clara Campoamor.
La aparición reciente del libro El voto femenino y yo, de Laura Freixas, y el próximo estreno de la película La mujer olvidada, de Laura Mañà, son dos muestras de reconocimiento y recuperación de la política que luchó por conseguir el voto de la mujer.
El voto femenino y yo, se titula la autobiografía que Clara Campoamor escribió en 1935. Un título que nos coloca ante el acostumbrado dilema: cuando vemos un comportamiento femenino tradicional, ¿debemos rechazarlo –como algo impuesto y que refuerza la discriminación- o preguntarnos por lo positivo que tiene a pesar de todo? En este caso, el comportamiento femenino en cuestión es el mecanismo por el que las mujeres, incluidas –aunque en ellas resulte paradójico- las autobiógrafas, borran su individualidad, se subordinan, se someten, se diluyen en otra persona o en una causa, brillan no con luz propia, sino reflejada. Con ese título, Campoamor parece decirnos que el voto femenino se consiguió por sí solo, si acaso con una humilde ayuda por su parte.
La historia, tajantemente, afirma lo contrario. Junto con Hildegart, María Teresa León, Rosa Chacel, Victoria Kent, Maruja Mallo, Margarita Nelken, Mercè Rodoreda…, Campoamor formó parte de una generación extraordinaria, la del Lyceum Club, la de la República (véase Las modernas de Madrid, de Shirley Mangini, y más recientemente La conspiración de las lectoras, de Mª Teresa Ruiz de Castro y José Antonio Marina) y el voto femenino fue el proyecto en el que se empeñó personalmente y por el que luchó en primera línea hasta convertirlo en realidad.
Pero esta cuestión, implícita en su título, de lo personal y lo colectivo, me hace pensar en una reflexión que le oí hace unos días a una amiga periodista. Situada muy alto en la jerarquía de su profesión, en un equipo directivo casi cien por cien masculino, me decía que le costaba reivindicar la igualdad –señalar, por ejemplo, la escasez de mujeres en puestos de responsabilidad del medio en el que trabaja, y la necesidad de una distribución más equilibrada del poder- “porque cuando dices eso, parece que lo estés pidiendo para ti misma”. ¿Pedimos para nosotras mismas, para nuestro beneficio particular? Sí y no: pedimos para todas, porque el poder o el éxito de otra es mío, en tanto que demuestra que una mujer puede alcanzarlo, mientras que el éxito y el poder exclusivamente masculinos refuerzan la presunción -que se autocumple, en un interminable círculo vicioso- de que sólo los hombres están capacitados para ello y lo merecen. Pero sobre todo, pedimos, no en nombre propio (particular o general), sino en el de la justicia. Pedimos más poder para las mujeres, no porque nosotras lo seamos –también somos, por ejemplo, blancas, y no por eso pedimos mejoras en la situación de los blancos-, sino porque la situación actual es injusta y hay que corregirla.
Pensemos en Clara Campoamor. Ella, personalmente, ¿qué iba a ganar con el voto femenino? Nada. La ley vigente no permitía a las mujeres ser electoras, pero sí elegidas, y ella ya lo había sido: era diputada por el Partido Radical. Su defensa del sufragio universal le dio fama, pero le trajo también muchos quebraderos de cabeza. Aplicando una estrategia que sigue aplicando en nuestros días, el patriarcado puso en el escaparate, para defender sus intereses contra los embates del feminismo, a… una mujer, y Clara Campoamor pasó el mal trago de tener que pelear, para conseguir un triunfo femenino y de izquierda, con una contrincante femenina y de izquierda, una de las pocas diputadas –junto con ella- que había en la cámara: Victoria Kent (del Partido Radical Socialista). (Por qué ha habido y sigue habiendo mujeres que se prestan a hacer esos papeles; que llevan una vida “masculina” en términos convencionales –con libertad, con trabajo, con ambición, con logros…- mientras pretenden negarla a las demás, e incluso hacen de esa negativa uno de los pilares de su discurso público –de Pilar Primo de Rivera a Sarah Palin, pasando, ay, por mujeres de izquierdas como en ese caso Victoria Kent o como Clara Zetkin-, es algo que explica magistralmente Susan Faludi en Reacción: a saber, porque un discurso conservador, misógino incluso, es la manera más cómoda para una mujer de hacerse perdonar su anticonvencionalismo por el establishment masculino. Con su discurso, desactiva el peligro que supone su ejemplo. No es algo que se dé sólo entre políticas: también sirve para explicar esa paradoja que tanto ha intrigado a las historiadoras de la literatura escrita por mujeres: por qué las primeras novelistas, en el siglo XVIII y XIX, promovían en sus ficciones un modelo de mujer –dulce, sumisa, el “ángel del hogar”, renunciando a veces explícitamente a una carrera artística- que su propia vida de intelectuales independientes y ambiciosas, desmentía de la forma más flagrante. Véase el caso de Fernán Caballero, que analiza Susan Kirkpatrick en su ensayo Las románticas; o, más cerca de nosotras, el de Carmen Laforet: sus propias dificultades frente a la escritura –analizadas por Anna Caballé en su reciente biografía de Laforet, Una mujer en fuga– se entienden mejor a la luz de su relato La llamada, incluido en Siete novelas cortas.
Como da a entender el título de su libro y como demuestra su biografía (la militancia política le trajo más sinsabores que otra cosa: pasó treinta años de su existencia en el exilio, ganándose pobremente la vida como traductora), Clara Campoamor dedicó su vida, en gran parte, a una causa, por la que fue capaz de sacrificarse, porque la creía justa. Como a todas las feministas que nos han precedido –desde Olympia de Gouges hasta Lidia Falcón, recientemente homenajeada en Madrid con motivo de sus 75 años-, las mujeres de hoy les debemos gratitud: gracias a ellas vivimos hoy con una libertad que pocas han conocido a lo largo de la historia, y que no todas disfrutan a lo ancho de la geografía mundial. Pero no sólo eso. Como ellas lucharon, más para sus hijas y nietas-nosotras- que para sí mismas, nosotras tenemos el deber de seguir luchando para las que vendrán después. La cuestión es: ¿cómo? Nuestras antepasadas tuvieron muchas más dificultades que nosotras, pero algo les envidiamos: la claridad de sus objetivos. Desde la citada Olympia de Gouges o Mary Wollstonecraft hasta las Pankhurst o Clara Campoamor, sabían perfectamente lo que querían: la igualdad política, jurídica y educativa entre los sexos. Hoy eso está hecho, al menos en Occidente: tenemos el derecho al voto, una Constitución que nos garantiza que el sexo no será motivo de discriminación, y no sólo tantas sino incluso, desde hace unos años, más licenciadas universitarias que licenciados. Tenemos igualdad formal, pero comprobamos con sorpresa que no se ha traducido en igualdad real, como lo demuestran las cifras, trátese de violencia de género, de mujeres en los gobiernos o en los Consejos de Administración, de las horas dedicadas por unas y por otros al trabajo doméstico, o de la brecha salarial. Y aunque nos gustaría creer que es cuestión de tiempo, sabemos que no es así: no es el tiempo por sí solo, sino las personas, lo que hace la historia. A nuestra generación corresponde dar el paso siguiente. La cuestión es saber cómo, dónde darlo, saber qué es lo que ha fallado, qué falta. La respuesta, a mi modo de ver, se encuentra en la cultura. Pero esa ya es otra historia.
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Clara Campoamor, la mujer olvidada, pero ahora recuperada
La cineasta Laura Mañá ha dirigido el audiovisual que se estrenará el próximo año
A menudo la ficción da a conocer de una manera popular personajes y hechos históricos importantes que hasta el momento habían pasado desapercibidos para el gran público. Laura Mañá es la directora de la película para la televisión Clara Campoamor, la mujer olvidada y contaba en La Independent el hecho sorprendente que gran parte de la ciudadanía no conociera la figura de la sufragista española. “Ya era hora de hacer una película sobre la mujer que cambió la historia de España y es sorprendente que no se haya hecho hasta ahora”, comentó. Han tenido que pasar 79 años desde que Clara Campoamor convenció a los representantes del pueblo de la necesidad de aprobar el derecho a voto de la mujer, para que TVE, Distinto Films y TV3 produjeran para la pequeña pantalla una historia que debe todos tengan presente.
A la pregunta de La Independent sobre cómo ha podido estar tan arrinconada la historia de una mujer y un derecho tan importantes, Laura Mañá nos reconocía que Clara Campoamor es un referente político en el mundo entero y aquí no la conoce nadie. Isaías Lafuente, autor del libro Clara Campoamor: la mujer olvidada, siempre dice que “si Campoamor hubiera sido americana, en Hollywood ya habrían hecho un montón de películas sobre su vida. Darle su lugar en la historia creo que es una cuestión de justicia. Recuperar nuestras heroínas es una manera de luchar por las mujeres y la igualdad “.
Clara Campoamor, la mujer olvidada es una tvmovie basada en el libro del periodista Isaías Lafuente La mujer olvidada y está interpretada en los papeles protagonistas por Elvira Mínguez (Clara Campoamor) y Mónica López (Victoria Kent).El guión, a cargo de Yolanda Serrano y Rafa Russo, se centra en los días posteriores a la proclamación de la II República y reproduce las sesiones del Congreso gracias a las cuales Campoamor convenció con pasión los diputados para que aprobaran la ley que daría el derecho al voto a la mujer española. La aprobación del sufragio universal en España sólo obtuvo cuatro votos de diferencia. Conviene recordar que las mujeres eran elegibles pero no podían votar.
La película también retrata la otra gran mujer política de la época, Victoria Kent, quien se opuso a la propuesta de Campoamor alegando que la mujer vivía demasiado influenciada por la Iglesia y los poderes fácticos de la derecha. Laura Mañá opina que “Victoria Kent era más estratega. Creía y defendía los derechos de las mujeres pero no estaba dispuesta a arriesgar la República. Campoamor, por su parte, tenía otra postura: la libertad y el derecho de escoger por encima de todo, aunque los resultados pudieran jugar contra su partido “. Aparte de estas dos figuras capitales de la política española de la época, el filme también refleja la situación social en la que vivían las mujeres en ese momento.
El rodaje de Clara Campoamor, la mujer olvidada ha sido realizado íntegramente en Barcelona y alrededores (Molins de Rei, Sabadell, Manresa, etc). Las sesiones del hemiciclo que reproduce la película se han rodado en el Parlamento de Cataluña y sólo la secuencia en que Clara Campoamor y Victoria Kent acceden por primera vez como diputadas en el Congreso de los diputados se rodó en las escaleras del Congreso de Madrid el 1 de diciembre, la fecha histórica de la obtención del derecho.
Está previsto que el telefilme se estrene en 2011 en cumplimiento del 80 aniversario de la consecución del derecho de la mujer a votar. Aunque se habla de diferentes fechas como el 8 de marzo o el mismo 1 de diciembre, aún no está clara la fecha de emisión definitiva. Eso sí, primero la programará TVE y más tarde lo hará TV3.