Sèrie Renta Básica Universal
Este artículo tiene por objetivo abordar una de las potencialidades que considero más interesantes de la Renta Básica Universal, su impacto en la lógica del chantaje renta-trabajo y las posibilidades asociadas a la debilitación del mismo.
“Nuestras vidas no serán explotadas desde el nacimiento hasta el fin de ésta; los corazones mueren de hambre al igual que los cuerpos. Danos pan, pero danos también rosas. Mientras marchamos y marchamos, incontables mujeres muertas gritan a través de nuestro canto su antiguo clamor por el pan. Poco arte, amor y belleza conocieron sus espíritus sacrificados. Sí, estamos luchando por el pan, ¡pero también luchamos por las rosas!”. Bread and Roses, Himno de la huelga de Massachussets protagonizada por mujeres.
Este artículo tiene por objetivo abordar una de las potencialidades que considero más interesantes de la Renta Básica Universal, su impacto en la lógica del chantaje renta-trabajo y las posibilidades asociadas a la debilitación del mismo. Es, por tanto, un artículo necesariamente parcial que por suerte, gracias al trabajo de medios como éste, queda subsanado, ya que se está escribiendo sobradamente desde tantos prismas como posibilidades tiene la medida.
Cuando Howard Fast narraba la historia de Espartaco, decía que “cuando un hombre arrastra una cadena, piensa muy poco, en muy pocas cosas, y la mayor parte del tiempo lo mejor es no pensar en otra cosa que en cuándo se volverá a comer, beber de nuevo, dormir de nuevo” y añadía “A los hombres se les transforma en bestias y así no piensan en los ángeles”. Los más de dos mil años que nos separan de la historia narrada por Howard Fast no invalidan la reflexión que plasma sobre lo que pensamos cuando arrastramos una cadena, y, sin embargo, es en esta misma historia de fraternidad, donde se plantea un bien superior trascendente en la misma vida, la lucha por la Libertad.
¿Cómo llenaré la nevera? Si sube el alquiler del piso, ¿dónde viviré? ¿Qué haré cuando llegue el recibo de la luz? y así una serie de miedos y rezos dirigidos al vacío. Desde que no se estropee la lavadora, al miedo a que encarna lo que visibilizamos como la única opción para poder seguir haciendo frente a cada uno de estos pensamientos, que no dejan espacio para “pensar en los ángeles”: no perder el trabajo o, directamente, encontrar trabajo. Y ésta es nuestra cadena.
Dentro del capitalismo como sistema de relaciones sociales, las necesidades sólo pueden ser satisfechas a través del trabajo asalariado. Es decir, la gran mayoría de la población –toda aquella que no tiene la existencia garantizada de forma autónoma a través de la propiedad– encuentra vinculada la necesidad de trabajar asalariadamente a la posibilidad de vivir. Sin lo que Júlia Bertomeu y Antoni Domènech definían como una “base autónoma de existencia” la única forma de vivir es vender nuestra fuerza de trabajo, convirtiéndonos forzosamente en trabajadoras asalariadas, dependiendo, por tanto, de la voluntad de empleador para vivir. Así, en este mercado de trabajo al que no acudimos libremente sino bajo la necesidad derivada de un proceso de desposesión, nos encontramos a la mayoría de la población quienes dependemos de un salario para vivir. Vertidos a condiciones de competencia a la baja entre nosotros ejercidas a través de la presión del famoso ejército de reserva, esa porción variable, pero estructural que no accederá al trabajo. En el mejor de los casos obtendremos un salario que paga el valor de nuestra fuerza de trabajo y que se determina en función de la correlación de fuerzas del momento. Este salario no nos permite en ningún caso salir de una rueda en la que la misma posibilidad de vivir depende de la voluntad de alguien ajeno, que en este proceso acumula más riqueza social y consolida sus posiciones.
De este modo, el primero de todos los derechos humanos inalienables, aquél que es sustancia de la democracia y que genera la base para la concepción de justicia, el derecho a la existencia, no está garantizado. La existencia pasa indefectiblemente por el mercado de trabajo –o por ayudas derivadas de determinada relación con el mercado de trabajo– y por tanto, por la decisión de alguien por el mero hecho de ser propietario. Sin el derecho a la existencia la libertad, entendida como la ausencia de posibilidad de dominación, es una ficción jurídica y carne de campañas políticas éticamente dudosas. Y es aquí donde, siguiendo una rica herencia de luchas y trabajo teórico, planteamos, como tantas otras, la Renta Básica Universal. Una renta suficiente, incondicional, sufragada a través de un impuesto al capital económico y que tenga como único requisito el empadronamiento. Es decir, una prestación universal, que sea un derecho a los derechos para aquellas personas que niega la regularización la Ley de Extranjería, que no esté vinculada a ninguna forma de relación sexoafectiva o de convivencia, que sea suficiente para superar umbral de pobreza, que realice una redistribución ex ante de la riqueza y que, por tanto, rompa con la idea de que “ganarnos la vida” exija trabajar asalariadamente. Una renta que recupera el planteamiento de Thomas Paine en Agrarian Justice en 1796, donde defiende un impuesto directo a la propiedad privada de la tierra que se tradujera en una pensión vitalicia como recompensa de la pérdida de la población de su legado natural. Una RBU, como una forma de justicia conmutativa que combata el proceso de desposesión que viene de lejos y, sin freno, va por largo. Un derecho que recupera un aprendizaje que ya sabíamos: la Libertad requiere condiciones materiales para existir. Tanto lo sabíamos que la Carta Magna (1215), que garantizaba derechos civiles y políticos, era hermana de la Carta del Bosque (1217), que garantizaba el acceso a los bienes comunales.
Planteamos esta medida monetaria no como la solución a todos los males. Si no como la posibilidad de una medida necesariamente universal y que, por tanto, toma forma de Derecho en un momento en que estos –enfermidos por la desconexión de su enunciamiento de las condiciones materiales por su ejercicio– se encuentran en franco retroceso. Como parte de la respuesta a la denominada “cuarta ola” de salud mental que tome en consideración lo que exponía Amartya Sen, la variable más determinante en la salud es la renta.
Y no querríamos dejar de plantear la RBU también como una posibilidad a través de un derecho a conquistar que, en un momento de dificultad en la articulación de luchas comunes propicie un proceso de lucha por el desarrollo humano que desborde la medida e incluya la reducción de la jornada de trabajo, unos servicios públicos fuertes y amplios o una economía planificada al servicio de la vida. Un proceso, por tanto, que ponga sobre la mesa que de nuevo que el libre desarrollo de cada uno como la condición por el libre desarrollo de todos a través de una organización plural contra un capitalismo que precisamente impide a todas las personas despojadas de los medios de producción , independientemente del crisol de identidades en el que se espejen, el control de sus vidas y la persecución de cualquier interés que tengan. Como una posibilidad de conquistar tiempo libre sin el permiso de nadie, ni padre, ni marido, ni patrón, mientras agrietamos una cadena que no será eterna. Tiempo libre que nos permita una cata de buena vida, el acceso a la belleza y la formación de la sensibilidad, como paso necesario para el verdadero entendimiento, como, y ahora sí, pedir el pan y también las rosas.