Eulàlia Lledó. Fotografia de Maria Roig
OPINIÓN
La primera manifestación pública contra la dictadura argentina nació, como sus autoras, las Madres de la plaza de Mayo de Buenos Aires, el 30 de abril 1977. Querían recuperar con vida a las personas detenidas y desaparecidas por la dictadura. Ni más ni menos.
Les advirtieron que el papel de las mujeres no era luchar y ellas contestaron que no luchaban, que tan sólo eran madres, se plantificaron un pañal en la cabeza y manifestaron que sólo querían lo que era suyo: sus hijas y sus hijos o, si no, sus cuerpos. Llevaron hasta tal extremo el papel tradicionalmente asignado que se volvieron sólidas como una roca y dejaron sin margen de actuación ni respuesta a la dictadura ante una subversión tan grande. ¿Deseáis madres? Pues eso somos: tan sólo madres. Y, jueves tras jueves, se manifiestan con la fe visionaria de quien tiene razón y sentimiento. A ellas se sumaron las Abuelas, que también se pusieron a hacer tan sólo de abuelas: sólo querían abrazar nietas y nietos, cuidarlos, proporcionarles vida de familia, hasta hacer tambalear el sistema represivo.
Unos años más tarde, en 1988, nacieron en Israel las Mujeres de Negro como respuesta pacífica a la ocupación. Desde entonces, se manifiestan cada viernes en su casa, en las plazas de muchas ciudades israelíes. El ejemplo se extendió a varios países y las Mujeres de Negro se han constituido en portavoz de todas las mujeres silenciadas y víctimas de los conflictos bélicos de todo el mundo. Las hay en Alemania, Australia, Colombia, Costa Rica, en el Estado español, en Italia… De negro, en señal de duelo por todas las víctimas conocidas y desconocidas de todas las guerras, una auténtica puesta al día de la tradición; en silencio, porque no hay suficientes palabras para expresar el terror de cada guerra; en manifestación pública de la no-violencia, la herramienta para trabajar por la paz y el antimilitarismo. Recuerdo con especial emoción las arriesgadas manifestaciones de las Mujeres de Negro en el corazón de sus países, en medio de sus ciudades, vejadas, insultadas, atacadas, durante la guerra de la exYugoslavia. Tuvieron que tener una muy determinada determinación.
Bastantes años más tarde, en 2008, se fundó en Kiev el movimiento feminista Femen, que lucha contra el patriarcado, las dictaduras, las instituciones religiosas y la industria del sexo; en definitiva, contra la opresión de las mujeres. Valientes e inteligentes, en la deriva de la plaza de Mayo pero sin guardar luto, han dado una vuelta de tuerca al sentido del cuerpo, al cuerpo desnudo de las mujeres, y lo han convertido en campo de protesta y subversión.A pecho descubierto, con unas formas de lucha que tienen mucho de actuación, de performance, ponen de manifiesto la hipocresía del poder que quiere a las mujeres desnudas pero no soporta que se desnuden cuando ellas quieren, que hagan lo que les plazca con su cuerpo. Luchas que las hermanan con otras performers que también vienen del frío: las actuaciones con pasamontañas de las Pussy Riot, grupo punk rock feminista ruso formado en agosto de 2011 que cree en el arte y la metáfora para cambiar el mundo, y que se inspiran a su vez en el movimiento Riot grrrl de la década de 1990 y en el grupo de artistas yanquis que, en 1984, conformaron las Guerrilla Girls. Estas últimas, en vez de pasamontañas, van con máscaras de gorila, uno de los rasgos definitorios de sus representaciones.
Quizá, pues, no debería extrañar que haya sido también en Kiev donde, en una de las muchas manifestaciones proeuropeas de principios de enero, las mujeres (mayores, maduras, jóvenes…) se presentaran enarbolando espejos donde se reflejaban las caras y los cuerpos de las fuerzas represivas.
Invitaban a los policías a mirarse en él para que pudieran sentirse y saberse personas. Confiaban en este gesto (¡y qué gesto!) para convertirlos en seres humanos, salvándoles de su papel de represores despersonalizados. Tan fuertes son que acudieron con un utensilio que, si las cosas van mal dadas, puede convertirse en un arma cortante y peligrosísima contra ellas mismas. No les importó: siguiendo el hilo de las Mujeres de Negro, de las Madres y de las Abuelas de la plaza de Mayo, de sus orgullosas compatriotas, a estos otros modos de hacer femeninos le sumaban el simple y cotidiano gesto de mirarse al espejo. Universalizaban el gesto de mirarse en él y ver, de paso, si te soportas, si puedes aguantarte la mirada cuando lo miras de frente.
Si quieren ver alguna otra forma femenina más: baile protesta sobre la ‘tumba’ de Queipo de Llano; varias mujeres intentan inscribir sus cuerpos en el Registro de la Propiedad; miles de personas se manifiestan en Madrid con ruda y perejil contra la ley de Gallardón.
*Publicado en el Haffington.post el 20.2.2014