sábado 27 abril 2024

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Ausencia de las comunidades indígenas y de mujeres en la mesa de diálogo

 aida suarez

 Hoy en Colombia, dicen, se está naturalizando el conflicto, las víctimas y los asesinatos. Pero cuando hay un asesinato de una mujer por ser defensora de derechos, o porque se atreve a protestar o porque ha sido atacada sentimentalmente y sexualmente, eso genera sensibilidad en la sociedad, una solidaridad que se siente en todo el pueblo, no solamente en las mujeres.

Aída Suárez es Consejera Mayor de la Organización Indígena de Antioquia (OIA), máxima autoridad indígena de un territorio y con reconocimiento legal ante el Estado Colombiano. Es la primera mujer indígena que llega a este alto cargo en su país.

La OIA agrupa a cuatro pueblos diferentes que representan unas 30.000 personas. Es de las primeras organizaciones indígenas que comenzó a enfrentar la violencia contra las mujeres, no sólo la provocada por la guerra y la que viene del exterior, sino también la que viene desde la propia comunidad. Y es que las mujeres indígenas sufren una triple discriminación: por ser pobres, indígenas y mujeres. Con la entrada de Aída Suárez a la presidencia de la OIA, el programa para promover los derechos de las mujeres y las cuestiones de género al interior de la organización se ha fortalecido a fin de erradicar la violencia machista e impulsar su promoción social.

En noviembre, Aida Suárez vino a Barcelona para dar la conferencia “Violencias contra las mujeres indígenas en Colombia”, organizada por la ONG Cooperacció en el marco de un programa que impulsa con Mundubat, financiado por la Unión Europea. La Independent tuvo la oportunidad de dialogar y conocer de cerca a esta valerosa dirigenta, que se ha convertido en un referente para las mujeres indígenas de su país.

 

Aída, ¿Qué significa, en un contexto donde la violencia armada y la violencia machista permean la realidad de las comunidades indígenas en Colombia, que una mujer asuma el cargo de Consejera Mayor de una organización tan significativa como la OIA?

El ocupar este cargo es un asunto colectivo tanto de mujeres y dirigencias. Primero, es fruto de un trabajo de mucha dedicación, de entender las dinámicas del conflicto, de actuar de una manera hábil y de responder a las coyunturas que se dan en el crecimiento organizativo. Segundo, es un esfuerzo personal, que ha significado un reto, porque una mujer en el cargo de dirigenta está llamada a demostrar sus capacidades, sus habilidades y, sobre todo, está llamada a convertirte en un referente. Y llegar a esa máxima representativa significa un crecimiento individual y colectivo para la organización.

 

¿Ha habido alguna situación de dificultad que has encontrado en el proceso previo a asumir el cargo? ¿Te has visto en la situación de decir: renuncio, ya no puedo más?

Reconozco que he tenido tropiezos, sobre todo, en el último paso para llegar a la Consejería Mayor de la OIA y asumir la presidencia del Comité Ejecutivo. Llevo doce años en otro cargo directivo que no era la presidencia, y el reconocimiento de las mujeres, de los pueblos, de mi equipo y el reconocimiento de mis compañeros fue siempre importante, bueno y excelente, pero el día que dí el paso a asumir la presidencia de la OIA, ese día sentí que ellos no estaban preparados para entenderme y para respaldarme.

 

¿Pusieron en duda tus capacidades?

No es que sintieran que no era capaz o que sintieran rabia por mí, sino que se sentían vulnerables al tener que dar un paso al costado: “porque ella puede, porque ha aprendido, porque ha crecido con nosotros y ahora asume el cargo principal”. Esta experiencia fue un valioso aprendizaje. Convertí esta situación negativa en positiva. Primero, evidencié mis capacidades, y segundo, demostré que no odiaba las actitudes de reproche. Fui receptiva y reflexiva. Esto generó la valoración de muchas compañeras y compañeros. De hecho siempre dicen: “y esa mujer de qué esta hecha”. Porque fueron muchos los ataques políticos, comentarios y chismes, como una manera de desesperarme. Puse a mi favor los doce años que estuve en el Comité Ejecutivo anterior. No hay mejor herramienta que conocer las cosas para poder afrontarlas. También hubo actitudes machistas, pero es que detrás de éstas vienen muchas más. Y para evitar convertirte en un referente negativo en la gestión del poder, has de tenerlo en cuenta. Muchas mujeres somos temerosas y no hay peor cosa que generar temor en alguna para que otras no sigan participando.

 

 

 

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Siempre se ha dicho que las mujeres que entran en espacios mixtos a compartir el poder, terminan aprendiendo las prácticas masculinas de gestionar el liderazgo. ¿En tu caso, cómo ha sido, qué crees tú?

Allí juega un papel muy importante la actitud. Y no una actitud machista, sino una actitud de firmeza y de seguridad que se van aprendiendo en la dirigencia. Una tiene que estar consciente cuando actúa segura de lo que dice. Por ejemplo, critico sin herir a las personas. Esa una práctica de saber empatizar con la gente, cómo decir que se está equivocado, qué se ha de cambiar. Me centro en no rechazar, sino en mejorar y colocar seguridad en las actitudes y acciones de las demás personas. No actúo como víctima. No puedo entrar en un tema negativo en defensa de las mujeres, porque no estoy defendiendo sólo el papel de las mujeres, estoy como dirigenta y autoridad, y detrás hay tanto hombres como mujeres.

 

En la OIA se reconoce que mediante tu gestión se ha avanzado en incorporar la agenda de las mujeres dentro de la agenda indígena. ¿Cuáles han sido los principales logros en términos de incorporar la agenda de las mujeres indígenas?

Primero, hay dos factores muy importantes. Uno, es la garantía de la participación y otro es la exigencia de la participación de las mujeres indígenas en los escenarios de decisión. Hay un nivel de recomendación y de exigencia permanentes desde el comité ejecutivo y desde la presidencia, que haya mujeres en las juntas directivas de los cabildos locales, en los comités de mujeres, en los comités de salud, en los comités territoriales y en la guardia indígena, que se garantice la participación allí, en lo posible “50/50”, como decimos. Si hay 20 hombres 20 mujeres, y si no es posible, debe haber mujeres con participación activa.

Segundo, garantizar la permanencia de las mujeres en esos espacios de decisión, evitar que sea interpretada por los hombres en decir “a ver si son capaces”, sino que se le debe otorgar reconocimiento durante el periodo de dos años sin interrupciones. Tercero, generar procesos formativos. Es allí donde nos ha ido bien. Se han abierto puertas para que las mujeres permanezcan en escenarios de formación (escuelas, capacitaciones, talleres y diplomados), pues son las que primero desertan al verse obligadas por otras responsabilidades, o son mamás, o son madres solteras, o tienen que sostener la familia. También, porque el recurso económico es otra limitante. Una de las tareas que tenemos es garantizar la participación de 30 mujeres en el proceso de formación. Creo que hay muchas compañeras indígenas dispuestas y preparadas para asumir la representación de gobierno y de la autoridad de sus comunidades, incluso en la regional.

 

¿Cuál es tu valoración de la acción de las mujeres en relación al conflicto en Colombia?

Se ha sentido la voz y la organización de las mujeres alrededor del tema del conflicto. Sobre todo, en la protección de los derechos humanos y en la defensa de la vida. También, se ha sentido su sabiduría en la transformación social. Hemos tenido un rol más crítico frente a cómo se pretende estructurar un modelo de sociedad, pues sentimos que persiste un modelo de desarrollo que contradice los derechos humanos y somete a la sociedad. Hay mesas y grupos permanentes de mujeres que cuentan con un poco de voluntad del Estado y de gobiernos locales de apoyar estas iniciativas. Nos apoyan no porque somos víctimas del conflicto o porque somos victimas de violación de derechos humanos, o porque hacemos parte de una organización, sino porque hemos evidenciado nuestro aporte en este proceso.

Existe un movimiento de mujeres permanente buscando estrategias y alternativas que se han puesto a disposición a través de documentos, propuestas, acciones, caminatas, tomas, reflexiones, y no se hace de una manera egoísta, de decir “es que las mujeres necesitamos esto”. Sino, se ponen al servicio del mismo gobierno local, regional y nacional. Sin embargo, es cierto que hay lecturas, documentos y estudios técnicos que evidencian una realidad, que nos lastima. Hay cifras significativas de mujeres asesinadas por la violencia machista, rollos pasionales como así lo dejan ver y mucha impunidad. Hoy en Colombia, dicen, se está naturalizando el conflicto, las víctimas y los asesinatos. Pero cuando hay un asesinato de una mujer por ser defensora de derechos, o porque se atreve a protestar o porque sentimentalmente ha sido atacada, eso genera sensibilidad en la sociedad, una solidaridad que se siente en todo el pueblo, no solamente en las mujeres. Igual tengo que decir que en mis comunidades siento mucha tristeza por ataques violentos a mis compañeras indígenas, porque también nuestros hombres siguen vulnerando y desconociendo los derechos de las mujeres. Entonces, es un proceso que ha ido ganando escenarios y espacios, pero todavía sigue allí. En la actual coyuntura del proceso de paz, las mujeres tenemos serias preocupaciones por la etapa de postconflicto y en cómo nos vamos a preparar para este proceso de desmovilización, para no ser tan afectadas como ha ocurrido en muchas situaciones de desmovilización y búsqueda de paz, donde las mujeres hemos sido afectadas en nuestras condiciones y en nuestros territorios.

 

¿Consideras que se está tomando en cuenta la participación activa de la OIA con voz y presencia en este proceso?

Nuestra organización y a las comunidades que representamos sabemos cómo se debe trabajar hacia la preparación de la sociedad civil, pues somos pueblos que cultural y socialmente hemos vivido, entendido y leído en nuestros territorios las dinámicas del conflicto desde cada uno de los actores. Somos conscientes de los intereses que se mueven alrededor de la financiación y sostenibilidad de estos grupos, del control y dominio territorial y poblacional que quieren ejercer.

Sabemos que hay intentos, desde hace tiempo, de los gobiernos anteriores en lograr avanzar hacia la paz, en firmar acuerdos y más cosas, pero hemos sido críticos frente al fracaso que se ha dado. Este fracaso se ha dado debido a lo que hoy advertimos. Primero, la falta de participación real de la sociedad civil, y más específicamente de los pueblos indígenas, quienes tenemos un pensamiento diferente al resto de la sociedad. Tenemos maneras diferentes de leer el territorio, de entenderlo, de cuidarlo, una lengua que tiene un significado y una connotación distinta y una manera diferente de resolver los conflictos.

El que no podamos participar directamente genera un vacío en la mesa de diálogo. No nos cansaremos de decir que necesitamos estar allí, sobre todo las mujeres. No queremos que nos representen, porque si bien el gobierno nos dice que podemos enviar nuestra agenda y propuestas, y ha expresado voluntad de que participemos a través de unos foros sociales de paz; cuando se llega a la mesa estamos ausentes y nuestras propuestas se convierten en las propuestas del gobierno para negociar con las FARC.

Queremos plantear directamente lo que pensamos en relación al territorio, y en cada uno de los puntos que se están planteando en la negociación, cómo lo estamos viendo, cómo creemos que se daría el proceso de paz con los diversos actores, tanto con el gobierno en el cumplimiento de los derechos fundamentales, pero también con la guerrilla en la exigencia del respeto por la vida y el territorio, y que no somos parte del conflicto. No entendemos cómo es que se sigue negociando cuando hay un fuego prendido en el territorio. Por eso seguimos insistiendo que debemos estar en las negociaciones con participación real, con nuestra agenda, pero debe haber un cese al fuego bilateral, porque no sabemos cómo se ven allí en la mesa cuando hay un muerto militar o cuando hay un muerto de la guerrilla. Creemos que eso no ayuda en nada a que se avance el proceso de paz.

 

 

 

 

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¿Y sobre la violencia contra las mujeres en el marco del conflicto qué nos puedes decir? ¿Qué demandas en ese aspecto como mujeres indígenas están llevando a los espacios de incidencia?

Hemos definido una agenda general del movimiento indígena, porque es bastante complejo, porque somos 102 pueblos en Colombia y donde todo el mundo ha vivido la rigurosidad del conflicto. Sin embargo, hemos planteado que en esa agenda debe de haber puntos explícitos de mujeres, como el tema de la reparación, del reconocimiento como víctimas indígenas, como víctimas de reparación de un determinado actor. No es lo mismo el atropello de las fuerzas públicas al de las FARC o de los paramilitares.

Hemos clarificado cómo nos prepararemos para recibir a los desmovilizados, cómo lo vamos a asimilar las mujeres indígenas que permanecemos en el territorio, desde nuestras limitaciones en el lenguaje, en la educación y en la económicas de subsistencia. Además, de eso, porque en muchas comunidades las mujeres se han convertido en la puerta de entrada al pueblo, desde donde los actores ganan confianza. Así nos convertimos en la censura de nuestra gente, porque entonces son castigadas si resultan embarazadas o en una relación sentimental con alguien de la guerrilla, de un paramilitar o de la fuerza pública. No se quiere reconocer que es una estrategia de entrada de los actores a la sociedad.

Finalmente, hemos planteado el cumplimiento, de parte del gobierno nacional, del Auto 092 que dictamina y garantiza los derechos fundamentales, la protección y seguridad de las mujeres en general y específicamente para las mujeres indígenas.

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