OPINIÓN
Cada rincón de Colombia tiene una historia, un espacio, un cuerpo, un espíritu, una comunidad, una huella en el río, la montaña, la llanura atravesada por este largo conflicto armado que se recrudece pese a la firma de Acuerdos y al grito de paz de una nueva generación.
En la llamada Perla del Otún, visité el Museo de Arte de Pereira, me encontré con “Asimetría de fuerzas”, una exposición de vida, dolor, nostalgia, una catarsis de Jenny Toro Salas (1989), que ella describió como “un trabajo con el cuerpo en el que descubrí que había memoria en mí, pero estaba inconsciente, me habitaba y me afectaba”.
Conversando con la autora, mientras miraba y me atravesaba su arte, entendí la mezquindad de quienes han ostentado el poder político al revictimizar ocultando los hechos, los símbolos, las circunstancias.
La artista que trabaja performance, recurrió a una expresión que no fuese volátil “necesitaba un objeto material, levantar un archivo que fuera algo más palpable. Fue un proceso lento que vino de sueños, de intuiciones. Empecé abordar íconos de las izquierdas, símbolos obsoletos y muy cerrados, empecé a que me traspasara pese al estigma, peso y carga histórica que tenían”.
Jenny Toro Salas es una artista visual dedicada al performance, formada en la Universidad Nacional de las Artes de Buenos Aires, Argentina. A través de su trabajo busca señalar las relaciones existentes entre cuerpo, poder, violencia y archivo, al poner de manifiesto los modos como dichas tensiones atraviesan su propia memoria corporal. Empezó a trabajar con la hoz y el martillo y “en esa búsqueda de memoria encontré que no hay tantas imágenes, ni en archivos nacionales, es como si estas imágenes estuviesen borradas”, lo cual hizo más lento el trabajo que duró años, pero que se fue profundizando.
Mientras investigaba seguía trabajando con performance, lo hizo con ladrillos atados a los pies, en la Plaza de la Memoria de Buenos Aires. “Me llamó mucho la atención, en Argentina y Chile, a personas, luego desaparecidas, les ataban objetos para tirarlos al río”. Un familiar de Jenny, su tío Juan, es un desaparecido. En su obra aparece en una fosa común, debajo de una losa como una forma de borramiento y revictimización
“El detenido desaparecido como que no aparece en los relatos, no era algo fácil de acceder, siempre estaba en la clandestinidad o en pequeños círculos, en el ámbito doméstico, en ocasiones especiales”. Con una calavera en un bordado intenta retratar la desaparición.
Buscó sobre la vida de su familia y participación en la militancia de izquierda, en el conflicto armado sin dejar de bordar sobre un vestido militar que se encontró en una feria de ropa de segunda, una prenda que no sabe el país de origen. “A mí los vestidos militares me generaban una atracción y un rechazo a la vez”.
Mientras hacía tatuajes como un performance “descubrí que bordar es como perforar una tela y entender que hay mensajes grabados en el cuerpo, historias, memorias, conflictos puesto que todos somos sujetos históricos y somos resultado de un contexto”.
La artista continúa explicando a un grupo de visitantes que “los bordados en el vestido militar surgen de todos estos retazos de historia de muchos lugares, de una necesidad de que esto fuera expuesto. El bordado no se acopla a la tela, es como que la ataca, es agresiva de ahí la necesidad de romperla o atravesarla con estos íconos. El conflicto también me habitó”.
El color fucsia denota lo afectivo, no eligió el rojo para los íconos, están relacionados con unas memorias, unos recuerdos, unos afectos, unas utopías, y quizá la forma de idealizar la nostalgia. “Para mí el color rosa, no es ni rojo ni azul, es el color del amanecer o el atardecer, trasciende la dicotomía, también muy asociado a la femenino, lo siento muy cargado del lado materno y es cómo siento yo la historia”.
El bordado para Jenny Toro Salas no es una sencilla relación entre tela, aguja e hilos, en su obra “es la necesidad de expresar esa herida anímica para ver el proceso consciente de esa emoción. Entender que el conflicto nos ha afectado desde muchas perspectivas y, aunque existan esas diferencias políticas, ese conflicto que parece antagonista, a la vez comparte igual en la condición humana”.
La exposición concluye con dos vídeos performance. En “Diálogo”, la artista enciende dos hogueras enfrentadas, con una pala traslado parte del fuego, de una hoguera a otra y viceversa, entablando un diálogo entre los dos fuegos; indicando la interrelación y dependencia entre polaridades irreconciliables. Dos focos de combustión contrapuestos se retroalimentan, se vivifican mutuamente, sus humos se abrazan.
En el otro vídeo llega la “Regeneración espontánea” cuando los campos de cultivo caen en desuso, un proceso de regeneración deriva en el crecimiento de un ecosistema boscoso.
Para la artista estas obras son parte de una serie de acciones, por medio de las cuales busca construir un cuerpo resiliente, un cuerpo aunado a un ardor vitalista, capaz de sobreponerse al espanto de la historia.