OPINIÓN
Se está dando un cambio de época en Estados Unidos: por primera vez en la historia del país en 2009 el número de mujeres solteras ha superado el de las casadas.
Hoy día las casadas de menos de 30 años son solo el 20% del total, mientras eran el 60% en 1960. Es un fenómeno que se está dando en todas las clases y los grupos étnicos, y tiene grandes implicancias sociales y políticas, como afirma Rebeca Traister, autora de “All the singles ladies: unmarried women and the rise of an independent nation“.
En este caso, no se trata del fruto de luchas políticas como las que llevaron a conseguir el derecho al voto o de luchas “contra” el matrimonio (se supone que el deseo de relaciones largas y satisfactorias sigue vigente), sino de la aceptación de algo que hace cincuenta años sonaba a aberración: o sea que una mujer puede tener una vida social, profesional, sexual, reproductiva, como persona completa y autónoma, sin tener necesariamente un hombre al lado.
Lo que está cambiando es el rol de la mujer en la sociedad: mientras en los años cincuenta aproximadamente el 60% de las estudiantes universitarias abandonaba los estudios para casarse, ahora las jóvenes se interesan principalmente en su carrera y saben que retrasar la edad del matrimonio las favorecerá económicamente, con la posibilidad de encontrar mejores sueldos y mejores trabajos en otras ciudades respecto a las casadas.
Además, hoy en día las jóvenes madres solteras ya no se sienten humilladas, sino llevan su condición con orgullo. Desde posiciones conservadoras las ven como dependientes del gobierno pues piden recibir contracepción gratuita, asistencia sanitaria y paridad salarial, y han llegado a acusar Obama de favorecerlas en cuanto potenciales electoras; sin embargo, por generaciones han sido los varones blancos los que han recibido del estado muchas facilidades (desde becas a préstamos a incentivos fiscales) para favorecer su realización económica y su participación a la vida pública, obligando a las mujeres a depender de ellos.
Esto fue especialmente claro cuando al final de la segunda guerra mundial las mujeres renunciaron “patrióticamente” a sus trabajos para dejarlos a los excombatientes de la guerra, encerrándose en casas donde comenzaban a aparecer los artefactos eléctricos (vendidos por los maridos).
Aunque las mujeres hayan obtenido sustantivas mejoras hacia la paridad en el trabajo, en la educación y en la sexualidad, a través de la revolución sexual y de los derechos civiles en la segunda mitad del novecientos, todavía en una pareja las mujeres profesionales tienden a privilegiar la carrera del marido.
Además, para las mujeres afroamericanas la situación es notablemente peor: desde siempre para muchas de ellas el ideal familiar de “ama de casa” fue un espejismo, en cuanto tenían que trabajar todo el día, limpiando las casas de gente blancas, viviendo en barrios incómodos, con hombres con trabajos precarios etc. Por eso hay muchas madres solteras entre ellas, y en general, entre la población afroamericana hay más posibilidad de terminar en la cárcel.
El aumento de las mujeres no casadas evidencia también otro fenómeno: que existe una fractura entre las exigencias de las personas (que llegan a tener descendencia) y las del trabajo. Horarios de escuelas, o jardines de infancia, que no se ajustan a los del trabajo de su madre y padre implican que sobre todo las mujeres deben hacer malabares para conciliar estas exigencias, o deben renunciar al trabajo o a tener criaturas.
Esta fractura está moviendo hacia izquierda a la política, a través de las demandas de las mujeres independientes sobre paridad salarial, un periodo parental retribuido después del parto, acceso a guarderías subvencionadas, asistencia sanitaria generalizada, rebaja de las altísimas tasas universitarias.
Estos derechos, frecuentemente adquiridos en Europa, que parecían impensables por años en el mismo Partido Demócrata (recordemos la feroz oposición de los republicanos al “Obamacare”), ahora son al centro de los programas de Bernie Sanders y Hillary Clinton.
Las solteras, que constituyen el sector más importante en todos los grupos demográficos, son también las más progresistas: el 67% de ellas ha votado por Obama en 2012, y en este momento están más cercanas a las posiciones radicales de Sanders que a las de Clinton.
Pero Clinton, gracias a esta tendencia, está aceptando insertar parte de sus pedidos en su programa electoral. En general, la insatisfacción de la clase media frente al fenómeno de la globalización está marcando la actual campaña electoral estadounidense; encontrando un chivo expiatorio en la población inmigrante, para la gente republicana, y tratando de evolucionar hacia una sociedad más igualitaria para quien es demócrata.
Sería bueno, considera Rebeca Traister, que las mujeres solteras se dieran cuenta de cómo pueden contribuir a un fuerte cambio social en Estados Unidos, manteniéndose firmes en exigir sus derechos.
Podrían recordar, por ejemplo, lo que pasó cuando, a mitad del Ochocientos, hubo muchas mujeres solteras por el desequilibrio demográfico debido a la guerra civil y a la conquista del Oeste. Las mujeres solteras dieron un gran impulso a los movimientos reformistas contra la esclavitud, fundaron universidades femeninas, fueron pioneras en la medicina y enfermería. Ahora es otro gran momento.
Ojalá sepan aprovecharlo.
