OPINIÓN
Hay gestos reflejos que nos marcan como personas, se podría decir que incluso definen nuestra personalidad.
Algunos son tan repetitivos y excesivos que pueden llegar a ser considerados tics, son gestos que acaban siendo compulsivos, como la gente que mueve un pie cuando ve una película o la gente que cuando te habla te va dando golpecitos suaves en alguna parte del cuerpo. Hay también las gesticulaciones o tics repetitivos que afloran en ciertas personas cuando escuchan: hacer tirabuzones con el dedo en el pelo, arrancarse pequeñas pieles del contorno de las uñas, morderse el labio inferior, morder la lengua al hacer un esfuerzo, juguetear sin freno con el bolígrafo.
Están también los gestos que se definen más como lenguaje corporal, son más aparatosos y suelen darse con mucha soltura y van desapareciendo con la edad, si bien algunos o en algunas personas permanecen de manera exagerada toda la vida: llevarse la mano abierta a la boca cuando algo nos sorprende, llevarse las dos manos a la cabeza cuando algo nos alarma, poner la palma de la mano en la frente al tiempo que se lleva la cabeza hacia atrás cuando hemos olvidado algo importante, tocarnos las sienes para recordar. Este grupo de gestos es curioso porque podemos hacerlos incluso estando solos, simplemente para reforzar la sensación o el pensamiento.
Otro grupo sería el de los gestos prácticos que simulan la acción que se quiere recrear: pedir un cigarrillo como agarrando uno con los dos dedos, pedir la cuenta como escribiendo sobre un papelito inexistente, decir “nos llamamos” poniendo un objeto transparente cerca de la oreja, decirle a alguien que acabe de hablar simulando dar golpes de tijera al aire con dos dedos. Y están también los gestos del amor y del deseo: labios lamidos, párpados que caen, sonrisas pícaras.
Una serie de gestos se hacen con un solo dedo de la mano parar regañar, para amenazar, para señalar. Es increíble el poder de un dedo, un simple dedo movido con la energía necesaria, dirigido en la dirección correcta, tiene un poder casi tan importante como el de la mirada. ¿Y el dedo de la impaciencia? Ese dedo que da golpecitos incesantes a un ritmo constante y que a veces se hace acompañar por los de al lado, para poner más énfasis en la insistencia, en la molestia.
Hay gestos que con la pandemia han adquirido mayor valor: dos brazos levantados y extendidos a la altura del pecho, que piden un abrazo y también gestos hasta ahora desconocidos relativos al uso de la mascarilla, con indicaciones diversas que no podíamos ni siquiera imaginar hace unos años.
El pasado 27 de marzo se llevó a cabo 94.ª edición de los Óscar en el Dolby Theatre de Los Ángeles. Hay gente de este lado del Atlántico que pasa la noche en vela para seguir la ceremonia en directo, pero la mayoría nos despertamos por la mañana y vamos recibiendo las noticias de las películas y personas premiadas y vamos compartiendo la información y comentando nuestras discrepancias y/o coincidencias con los resultados. Sin embargo, este año parece que los gestos fueron más importantes que las películas, y hubo un gesto maravilloso en el escenario que quizás no fue el más comentado pero sí el más destacable de la ceremonia, el de Lady Gaga que, acompañando a la gran Liza Minnelli en la entrega de premio más importante de la noche, el Oscar a la Mejor Película, agarró la mano de la actriz de ‘Cabaret’ -quien a sus 76 años muestra una salud deteriorada, en silla de ruedas y con fallos de memoria- justo en el momento en que perdió el hilo, tranquilizándola con un “I got you” (“Te tengo”) lleno de respeto, de reconocimiento, de cuidado y de admiración por quienes nos han precedido. Minnelli respondió un simple “I know” (“Lo sé”) que le permitió resituarse: el grandioso poder del tacto, del cuidado y del gesto en el momento oportuno.
