Hablamos con Judit Juanhuix, doctora en biofísica y activista trans. Forma parte de Generem y Trans* forma la Salut, desde donde trabajó en la elaboración del nuevo modelo de atención a la salud de las personas trans.
Las personas trans son hoy el centro del debate, pero no es una nueva realidad.
Hay cosas que se conocen poco, personas trans habido siempre, ya se documenta en la antigua Grecia, y movimientos políticos trans también. En la Alemania anterior de Hitler ya había un movimiento bastante importante de personas trans -evidentemente no se llamaban así- que querían acceder, directamente, a la vida, una vida habitable dentro de aquella sociedad. Después de la 2ª Guerra Mundial el hecho trans se medicaliza, se interpretaba el hecho trans como el paso de un estereotipo de género a otro, fue un retroceso porque en los años 30 no estábamos condicionadas a cumplir unos roles de género concretos. La autoridad médica tomó el liderazgo y fue la vía para nuestro reconocimiento de identidad, una vía medicalizada, por pura supervivencia nos tiramos de cabeza. Para poder ser tuvimos que cumplir lo que los médicos consideraban que era un hombre o una mujer y sus condiciones, aunque no fueran reales con nuestras vivencias. Así las personas trans pasamos a ser personas enfermas y se interpretaba la expresión de género, evidentemente así cumplíamos todos los estereotipos de género, el test que determinaba el género los recogía todos, era absolutamente sexista, y de aquellas respuestas dependía el reconocimiento. Se nos ha dado permiso de pasar de una casilla a la otra, pero no a ser como somos.
¿Cuál ha sido la evolución en la demanda de los derechos de las personas trans?
Desde los años 90 del siglo XX hay un movimiento -que comenzó en Estados Unidos, fue hacia el Reino Unido, pero también llegó aquí- poniendo sobre la mesa la falta de ética y libertad de este planteamiento medicalizado. El reconocimiento legal sólo era posible con este certificado médico y a partir de una sentencia judicial y, incluso, las mujeres trans se las reconocía no como mujeres sino como simulacro de mujeres. Yo me escondía, claro, yo era una persona auténtica, no un simulacro y no se me permitía vivir. Esto cambió con la ley de igualdad entre hombres y mujeres que permitía el cambio registral de género, pero debía ser validado por una persona experta a partir de un informe psiquiátrico y adaptar el cuerpo a las características que se supone tiene cada uno de los géneros. En ese momento fue un avance importante, pero con una perspectiva de necesidad de evolución y tal como nos entendemos nosotras desde la libertad humana, como necesidad de empoderamiento y posesión del propio recorrido vital, ahora no es aceptable. Estamos con lo comentado antes: no lo pueden hacer a partir de la identidad y lo hacen en base a la expresión de género. Por ejemplo, no hace tanto las mujeres trans que les gustaban otras mujeres no se les reconocía como mujeres, sino que se les etiquetaba de travestís fetichistas, negando la posibilidad de ser lesbiana o bisexual.
Estos son criterios sexistas, patriarcales y heterosexistas totalmente, ¿no se ha avanzado?
Muchas no cumplíamos estos estereotipos y, por tanto, no íbamos a que nos hicieran el diagnóstico y nos echaran, sin tener en cuenta nuestra identidad. Era una patologización inaceptable. A partir de 2008 comienza un movimiento de revuelta contra esta situación, sobre todo desde el transfeminismo y empezamos a hacer presión contra estos estereotipos aplicados a nuestras vidas. Finalmente, la Organización Mundial de la Salud ha reconocido que el hecho trans no es ningún trastorno ni anomalía sino que forma parte de la diversidad humana y, poco a poco, las legislaciones han ido cambiando. Ahora mismo hay 14 países en todo el mundo que ya reconocen la libre determinación del género.
Y eso ¿cómo liga con el feminismo? Hay mucha polémica al respecto.
Liga perfectamente. El hecho de poder autodeterminarse el propio género es un proceso de empoderamiento, de determinación del recorrido vital, en absoluto presupone la expresión de género porque es muy diversa. Las personas trans somos la prueba más clara de que el universo femenino no tiene límites, que el hecho de ser mujer u hombre no determina qué recorrido vital debes tener. Entiendo que a largo plazo es positivo para la sociedad porque agranda las posibilidades de libertad individual y colectiva. No por el hecho de tener unos genitales determinados debes situarte de una manera u otra en la sociedad.
Entremos en la legislación, en Catalunya desde 2014 ya se apuesta por una despatologización y hay una propuesta de nueva legislación a nivel de Reino de España que se ha parado.
La legislación catalana no es especialmente favorable para las personas trans excepto la última ley aprobada – ley de igualdad de trato y no discriminación aprobada en diciembre-. Lo que si que es favorable son los reglamentos que emanan por debajo: los protocolos en educación, el tratamiento del hecho trans en la salud, los formularios en las administraciones públicas, etc. Cosas que nos afectan directamente a la vida de las personas. Pero Catalunya no tiene ninguna ley trans que blinde estos derechos. Por consenso social hay un marco normativo que es mucho más positivo que en otras comunidades del estado. De todos modos, hay competencias exclusivas de estado y por ello es muy importante la ley trans que está parada. La clave de la política trans es la despatologización, como ya hizo la OMS, pero también hay que avanzar hacia la no discriminación y en este sentido va ligado al colectivo LGBI con quien tenemos muchos puntos en común. Pero hay que tener en cuenta que las personas trans, y muy concretamente las mujeres trans que somos las que histórica y actualmente las que hemos recibido más, necesitamos protección especial porque estamos en el lugar más bajo de la sociedad.
Tú has afirmado que no te lees de ningún otro modo que desde el feminismo. ¿Dónde está el nudo de la polémica para detener una ley trans?
Francamente no lo sé, tal vez el miedo, los prejuicios, porque no han hablado con nosotras, porque todavía piensan que estamos reproduciendo estereotipos de género y, en este sentido, no nos consideran mujeres, hablan desde la alteridad, tienen una idea de las mujeres trans como prostitutas y no ven que todo ello forma parte de la opresión que tenemos. No es comprensible los ataques que recibimos por que las mujeres trans sino entramos en el feminismo nos quedamos sin casa, sin el feminismo estaríamos donde estábamos hace 40 años: alrededor del campo del Barça o, como mucho, en los escenarios de la Apolo o El Molino. Qué triste, ¿no? Nos ha hecho falta un proceso de empoderamiento de nuestros cuerpos, de ser capaces de transformar la sociedad y esto no es posible sin el feminismo.