OPINIÓN
Hace diez días se reunió en Biarritz (Francia) el G7 (que en realidad eran 8, pasa como con los 3 Mosqueteros, que como todo el mundo sabe eran 4).
Tres fotos me llamaron poderosamente la atención. La Primera era una imagen cenital, de la mesa redonda alrededor de la cual estaban sentados 7 mandatarios vestidos de azul o negro y una mandataria que destacaba por el color rojo intenso de su chaqueta que era, como no podía ser de otra manera, Ángela Merkel: 7 a 1, o lo que es lo mismo el 87,5% frente al 12,5%. En la segunda foto aparecían 23 caballeros oscuros y una solitaria Merkel de blanco, que parece ser eran los invitados a la cumbre (95,8% hombres frente a 4,2% mujeres).
La tercera foto era de 7 señoras (una por mandatario) en el paseo marítimo de la ciudad, que posaban sonrientes bajo el título de “La cumbre de las primeras damas”, y resaltaba que mientras ellos estaban hablando de Irán y la Amazonia, ellas habían aprovechado para orearse un poco. ¿Pero, no eran 8 los jefes de estado reunidos en torno a la mesa? ¿Dónde estaba el 8º Primer Damo? ¿O habrá que denominarlo Primer Caballero? A lo que parece ni damo ni caballero, las mandatarias parece que no viajan acompañadas de sus consortes, salvo alguna excepción. ¿Se han preguntado ustedes por qué?
Pues porque mientras las Primeras Damas están para acompañar a sus maridos, como toda buena esposa convencional que se precie, disponibles para desplazarse donde quiera que vayan sus esposos, ávidas por conocer nuevos lugares, hacer compras en grandes almacenes –quien dice grandes almacenes dice boutiques de lujo– o compartir confidencias con las otras señoras, los maridos de las mandatarias se dedican a su propio proyecto de vida, en el cual no debe figurar asistir de florero a las cenas y galas celebradas después de que sus esposas hayan estado hablando de misiles y aranceles comerciales con el resto de los jefes de estado o de gobierno.
Más mujeres junto a Ángela Merkel en los cónclaves donde se ejerce el poder y menos títulos honoríficos para esas damas ornamentales cuyo cometido es pasear por la playa mientras sus maridos desgobiernan el mundo.
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