domingo 28 abril 2024

domingo 28 abril 2024

Las camisas para el metro y las prendas oversize

Por Maria Àngels Viladot

Las mujeres jóvenes de nuestro país no tardarán en tener a su alcance, en tiendas de lo más heterogéneo, «camisas para el metro». Las «camisas repelentes» -las he bautizado así- de marranos y acosadores callejeros, no sólo se venderán en los chinos y en tiendecitas de souvenirs sino que también aparecerán, como setas en otoño, vendedores ambulantes merodeando alrededor las bocas de los metros, ofreciéndolas a precios módicos. No me extrañaría que las influencers (hay muchísimas más mujeres influencers que hombres, sobre todo en el mundo de la moda) recomendaran modelitos y diferentes sistemas para llevarlas. Tienen que ser, cómo no, camisas feas. Tampoco demasiado horribles, no sea el caso de que, por estrafalaries, llamasen demasiado la atención y produjeran el efecto contrario al deseado; sólo deben cumplir la función de ser disuasivas de miradas lascivas. Camisas discretas, neutras. Camisas ampulosas, unisex, oversize. Camisas espantapájaros.

En los últimos meses, TikTok se ha llenado de vídeos de mujeres de Nueva York (ciudad de la que salió la genial idea), de París, Marsella, Nantes, y de otras ciudades de Francia, que utilizan este método de la «camisa para el metro» para desviar las miradas de ojos deseosos. Es hora punta, el metro va lleno, la chica está de pie o sentada, levanta los ojos del móvil y, de repente, se siente desnudada por unas pupilas dilatadas que reflejan pensamientos de lo más desbocados, se siente observada como si fuera un objeto; un objeto propiedad de esa mirada que la desviste. Debe ser espantoso que, dentro del vagón abarrotado, un hombre se te arrime y refriegue su cuerpo contra el tuyo con disimulo. Qué asco. Y si el vagón no va hasta los topes, entonces todo se reduce a aquellas pupilas que te asedian… Solución: disponer de una camisa disuasoria para ponerse sobre la ropa, una camisa asusta marranos y perversos, una camisa tapa-carnes y tapa-fomas. Y sanseacabó. Puede que un día la chica se olvide de cogerla del armario o del perchero de casa. Resulta que es verano, hace un calor de mil demonios, treinta grados y pico, la chica se ha vestido en un estilo sumamente veraniego, con una camiseta que deja al descubierto brazos y hombros y, tal vez, un escote generoso. Está muy guapa. Sale a la calle, ya se acerca al metro, de repente el mundo se derrumba: ¡se ha olvidado la «camisa para el metro» en casa! Si decide ir a buscarla, llegará tarde al trabajo. Tranquila: ahí tiene a los vendedores ambulantes con la solución, a un precio de lo más asequible. Prendas holgadas, utilizadas por las chicas jóvenes como una protección al acoso que sufren del género masculino, banalizadas y engullidas por el sistema.

La «camisa para el metro» es un invento creativo e indicativo de la gravedad del asunto, de la probabilidad de que, si las mujeres jóvenes no se cubren, sean violentadas, día sí día también, cuando van en metro, pero también cuando pasean por la calle: miradas, silbidos, persecuciones, comentarios e insinuaciones sexistas. Las estrategias que suelen utilizar las mujeres ante este tipo de situaciones son diversas; hacer que el móvil detecte su ubicación, simular que hablan por teléfono, pedir a alguien que las acompañe en las zonas más conflictivas del trayecto, simular que miran dentro del bolso, pararse ante un escaparate, etc. Ahora han descubierto que, si adoptan formas de invisibilidad, si se cubren con una camisa o una prenda oversize, a modo y manera de impermeable, la probabilidad del acoso disminuye. Esto dicen. Después, una vez en el trabajo o en casa, se la pueden sacar y listos. Muy práctico, a pesar de las elevadas temperaturas. Pero, claro, algo tienen que hacer y mucho mejor gotear sudor que verse incomodadas en el metro y, sobre todo, mucho mejor que ser perseguidas por la calle con el peligro de ser increpadas con frases sexistas, asediadas, agredidas, incluso violadas en una portería, un ascensor, un descampado. Intuyo —estoy convencida—que estas defensas creativas de las chicas serán, desgraciadamente, muy poco disuasivas para los perversos y pervertidos acosadores. Con sus ojos de buitre, detectarán con la velocidad de un relámpago qué se esconde debajo de aquella ropa holgada, por muy gris e insípida que sea.

Podría parecer que estoy siendo sarcástica. Que me tomo este asunto a rechifla. Todo lo contrario. Lo que siento es rabia, rabia de que tengan que ser las mismas chicas las que se ven obligadas a buscar soluciones a los acosos que las hacen malvivir. Tengo la impresión de que la «camisa para el metro» cumple la misma función que la yihad y el shador… vestimentas «decorosas» para esconder a las mujeres de las miradas irreprimibles de muchos hombres; porque la carne de la mujer, un brazo, un escote, unos hombros, unas piernas, incitan la lujuria, el desenfreno, instigan a cometer un «pecado». Y es que ya se sabe, ellas son las máximas culpables. Así pues, que se anden con cuidado con la ropa que se ponen, si no quieren que se les caiga el pelo. Y éste es el quid de la cuestión. La camisa disuasoria es una prueba de la impotencia de las chicas; de que no logramos resolver el problema. Pone en evidencia que el grupo de género femenino está conceptuado como un objeto de disfrute sexual. Como si las jóvenes fueran muñecas sexuales, carne plástica de sex-shop.

La «camisa para el metro» no es una idea baladí, sin trascendencia. No es sólo un furor de Tik Tok. Desgraciadamente, pone de manifiesto que estamos muy lejos de poder resolver el problema del machismo. Que se necesitan toneladas de cultura y educación. No es que el machismo aumente, sino que aflora con mayor desinhibición en el espacio público, en la calle, en un parque, sobre todo de noche o de madrugada. Hoy, los machistas y acosadores perciben conculcados sus «derechos» de dominancia sobre las mujeres como objetos para su uso y disfrute. Se han creado muchas leyes que protegen a las mujeres y, desde el feminismo, se ha trabajado mucho en la sensibilización social; el machismo se siente amenazado y, por ese motivo, reacciona con hostilidad e intensidad. Hoy en día ya no se trata tan solo de individuos que atacan por su cuenta, sino que, estos hombres, buscan apoyo en el grupo, en la manada. Actuar en grupo no es nuevo, pero sí es una táctica que se está expandiendo. Cuando actúan en grupo, refuerzan los sentimientos de pertenencia de machos commme il faut. También las mujeres, al sentirse más protegidas por las leyes y por el cobijo social (que rechaza la faceta hostil del machismo), poco a poco rompen su mutismo. Un mutismo erigido no sólo en el miedo terrible que les producen las probables represalias del acosador, el violador, sino en el temor a ser cuestionadas, culpabilizadas, abochornadas, estigmatizadas por la sociedad.

Sea como fuere, el machismo sigue campando a su aire por medio de micromachismos, relaciones de dominancia y control, etc.; esto es algo que no ha desaparecido, al contrario, la situación es grave; sin embargo, la sociedad ya no acepta la agresividad declaradamente hostil del machismo. No es bien recibida. Pero, aun así, crece. La tensión se acrecienta. Me remito a los datos de agresiones, violaciones y asesinatos de mujeres («Radiografía de la violencia sexual: la cifras»; por femenicidio.net). A pesar de los avances feministas conseguidos en los últimos años, el acoso en la calle, en el metro, en los parques va en aumento. Según un estudio publicado en 2021 (informe Safer Cities for Girls –Ciudades más seguras para las chicas– elaborado por la ONG Plan International con la participación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) 8 de cada 10 mujeres jóvenes —entre 15 y 25 años— de Madrid, Sevilla y Barcelona han sufrido acoso en la calle. El 90 por ciento no recibe ninguna ayuda por parte de los testigos. ¿Por qué? Supongo que, por desafección, por miedo, pero también por el individualismo descarnado que impera en la sociedad. El ejemplo más claro es VOX, que, además, pretende introducir la narrativa de que el machismo no existe, de que en la sociedad no hay violencia sexista, de que las agresiones es un fenómeno del ámbito intrafamiliar. La violencia de género es un invento, dicen. Al leerlo, primero me quedé perpleja, de piedra. Pensé que se trataba de una boutade para épater al personal. Pero no, no: difunden este mensaje muy convencidos y convencidas (https://elpais.com/espana/2023-06-16/el-pp-y-vox-chocan-por-la-existencia-de-violencia-machista-mientras-pactan-por-toda-espana.html). Me sentí transportada cincuenta años atrás, yo que ya soy mayor. Me cogió un ataque de hilaridad. Un ataque interno, por supuesto, porque, en según qué temas, una tiene que mostrarse muy seria. Y mejor si lleva puesta una camisa muy holgada, gris, de colores apagados, totalmente neutra, para protegerse de lo que sea.

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Maria Àngels Viladot

Maria Àngels Viladot

Doctora en psicologia i escriptora.
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