OPINIÓN
El ritmo frenético en que desde hace tiempo vivimos dificulta elegir un hecho significativo. Todos parecen serlo.
Por ejemplo, Pablo Llarena del Tribunal Supremo, juez constructor de la causa contra una serie de políticas, políticos y representantes de la sociedad catalana, hace carambolas torticeramente (término que le encanta) con la palabra violencia que si no fuera porque puede tener consecuencias tan dolorosas y trágicas sería cómico. No contento con ello, ese mismo magistrado fulmina la apariencia de imparcialidad en un auto de procesamiento ampliamente comentado usando la primera persona al afirmar: «Y aquí termina el relato de la estrategia que venimos sufriendo»; es decir, se incluye en la parte perjudicada; es juez y parte. Que son muy conscientes de lo que significa el uso de la primera persona lo demuestra que lo han evitado en la traducción que han enviado al Tribunal Superior de Schleswig-Holstein.
Tribunal alemán que el Supremo, en la interlocutoria del 17 de abril, desprecia tachándolo de «regional». De ahí seguramente la codicia del Supremo y de la Audiencia Nacional (heredera del tristemente célebre TOP del franquismo) para apropiarse de estos procesos y similares, e impedir que de ninguna manera puedan ser juzgados —como corresponde— por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. O la contumacia en mantener cruelmente a presas (sí, sí, también las hay) y presos lejos de su casa y del calor de sus entornos confinándoles en prisiones situadas en territorio que deben considerar «nacional».
El uso de términos como tribunal «regional», «provincial» o «local» demuestra la radical incapacidad para entender qué es una autonomía real, no digamos ya el federalismo
El uso de términos como tribunal «regional», «provincial» o «local» demuestra la radical incapacidad para entender qué es una autonomía real, no digamos ya el federalismo; muestra también la reluctancia ciega y estéril a que algo pueda decidirse lejos del centro. (Claves sin duda del auge independentista.) Ni les pasa por la cabeza (seguramente lo encontrarían monstruoso) que un caso de extradición pudiera dirimirse en Barcelona, Donosti, Valencia o Sevilla. Dejen pues de llenarse la boca con aquella mentira de que España es el país más descentralizado de Europa (o del mundo). La existencia del federalismo alemán y su funcionamiento debería de avergonzarles.
Que también el máximo dirigente del PP en Cataluña se burlara de la decisión del Tribunal Superior de Schleswig-Holstein diciendo que como se trata de un tribunal regional y no central las decisiones que tome serán dudosas, cuando él está en un parlamento provincial, local, regional como el catalán, y no en un lugar central y capital como Madrid, muestra hasta dónde puede llegar el autoodio y el desprecio.
La lengua radiografía todo lo que pasa
También el 17 de abril, Cristina Cifuentes —en el momento que escribo estas palabras todavía presidenta de la Comunidad de Madrid—envió al rector de la Rey Juan Carlos, universidad que le expidió un presunto máster, una carta donde «renunciaba» al título. Curiosa renuncia: puedo renunciar a la cena de hoy pero difícilmente a la de anoche. Una vez más un uso lingüístico, una cuestión aparentemente formal, el tuteo, pone de manifiesto los chanchullos y cambalaches entre el PP y la Rey Juan Carlos.
La lengua radiografía todo lo que pasa. Al margen de lo que significan primera persona y tuteo, recordemos la escalada verbal: «tumultuario», «sedición», «rebelión»… La última, de momento, es «masacre». Brindo al Supremo algunos sinónimos: «exterminio», «aniquilamiento», «inmolación», «holocausto», «carnicería», «hecatombe», «apocalipsis».
Ahora bien, más que de las palabras, los ojos me han quedado prendidos de las consideraciones sobre la mirada de Jordi Sánchez cuando compareció ante Llarena el pasado día 16. Sánchez reprochó al digamos instructor su falta de objetividad —se refería justamente a la primera persona «venimos sufriendo» con que comenzaba este artículo— y las noticias destacan pasmadas que miró «fijamente» al juez a los ojos mientras se encaraba a él.
Otros diarios usaban «directamente» en vez de «fijamente» y hacían hincapié en la elocuencia del acusado.
Los adverbios «fijamente» y «directamente» han sido muy usados en los medios para definir la forma de mirar de Sánchez. Algunos especificaban que a pesar de laatrevida vehemencia de sus ojos no había faltado el respeto al juez.
Gran tema el de la relación entre mirada y sumisión: mujeres con la cabeza baja, ojos velados detrás de la rejilla de un burka, mirada dirigida al suelo, «niña, no seas descarada»… En mi infancia conocí a una familia que cuando reñía a una criatura lo primero que hacía era conminarla a bajar la vista.
He recordado un fragmento de la novela Una bendición de la Nobel Toni Morrison.
Cuando se enteró por la señora de que era un hombre libre, su inquietud se redobló. Así pues, gozaba de derechos y privilegios, como el señor. […] Ella debería haber visto de inmediato el peligro, porque la arrogancia del he¬rrero era evidente. Cuando regresó la señora, limpiándose las manos en el delantal, él volvió a quitarse el sombrero e hizo algo que Lina nunca había visto hacer a un africano: miró directamente a la señora. […] Los europeos podían matar a las madres con toda tranquilidad, disparar a los ancianos en la cara con mosquetes […], pero se enfurecían si alguien que no era europeo los miraba a los ojos.
Y otro en que el sexo (además de la edad) es determinante. Es antiguo, de 1886, de Los Pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán, la obra cumbre del naturalismo. Autora a quien la Real Academia Española cerró las puertas a cal y canto como a otras eminencias. Pienso en Concepción Arenal, Gertrudis Gómez de Avellaneda, María Moliner.
Tenía su físico algo de impersonal, una neutralidad que le permitía variar de peinado y de adorno sin mudar de tipo. Mediana de estatura, su rostro prolongado y sus agradables facciones no ofrecían rasgos característicos. Sus ojos, ni chicos ni grandes, no eran feos, pero sí dominantes y escudriñadores más de lo que a su edad y doncellez convenía.
Dos imágenes que valen más que mil palabras para calibrar la osadía insumisa de Jordi Sánchez.