OPINIÓN
Cuando reflexiono sobre mí, he tenido que hacer una revisión profunda sobre cuáles han sido mis “referentes” masculinos y femeninos. Sobre todo me he focalizado y centrado en los masculinos.
En primer lugar porque mi padre ha sido, por proximidad e intimidad, uno de los hombres que más me han marcado en mi existencia. De hecho, considero que me ha influido hasta tal punto que he decidido, por el momento, no ser padre.
No sé cómo interpretarlo, si es porque él ha sido casi perfecto, o si bien, al contrario, siento que se ha comportado de forma en demasía rígida, estricta, insegura, miedosa, y no quiero repetir los mismos errores en el caso de contribuir a traer niñ@s a este mundo. De una forma u otra siento que él, a pesar que no ha sido mi único referente, ha tenido una gran influencia.
Por otro lado, siempre me he sentido “diferente” a los otros chicos y hombres. Ni mejor ni peor en comparación a ellos, si no de otra manera distinta. Simplemente actúo según me dicta mi corazón, mis emociones, mis sentimientos. A veces algunas mujeres, antes de conocerme de manera más próxima, más profunda, se piensan que soy homosexual. Esto lo he sabido más tarde, cuando he tenido con alguna de ellas una relación más íntima, más personal. En un primer momento me sorprendía, hasta incluso sentía herida mi parte y naturaleza más masculina, mi orgullo de hombre, pero después caía en la cuenta que de alguna forma lo que me estaban diciendo era que no era el típico chico que actúa siguiendo un estereotipo masculino agresivo, expansivo, machista, aquel representativo del “macho”, hombre duro, insensible, que no siente ni padece. Por lo tanto esta información externa me confirmó mis sospechas: mi carácter conecta desde otro plano con ellas, con las chicas, y con las mujeres. Todo se desarrollaba y se desarrolla, cuando establezco un contacto social con una mujer, de una manera más natural, espontánea, amable, amorosa, respetuosa, empática. Como si nos conociéramos de toda la vida, aunque acabemos de conocernos. En ocasiones también la amorosidad y conexión que dispongo con las mujeres ha dado pie a mal interpretaciones, creando situaciones cómicas.
En cualquier caso mi incorporación a la asociación Homes Igualitaris ha permitido que esta “diferencia” que siento respecto al gran elenco de hombres, se halla minimizado, “normalizándose” la misma. En gran parte porque he descubierto y he conocido un grupo de hombres, que a pesar de ser diverso, plural en sus comportamientos, temperamentos y naturalezas, tienen muchos elementos comunes a mí. Me siento, cuando estoy en su compañía, comprendido, escuchado, acompañado. No hay juicios. Mantenemos una relación horizontal. Hay respeto. Hay sensibilidad. Hay hermandad, fraternidad, y siento en mi interior un fuerte sentimiento de pertenecer a un grupo, de formar parte del mismo. Hay solidaridad. Hay compromiso. Hay consciencia.
¿Somos “diferentes” entonces los hombres que estamos comprometidos con la igualdad? Sí, desde el momento que asumimos de forma crítica pero positiva nuestra masculinidad y que, a pesar de formar parte del problema (de un sistema machista injusto) también somos parte de la solución. Y no, desde el momento que el machismo ha silenciado todas las masculinidades que no han sido abusadoras, injustas y dominantes. Los hombres por la igualdad no somos “diferentes”, sencillamente nos atrevemos a hacer visible y gritar bien alto que otras formas de ser hombre han sido y son posibles. Nos atrevemos a reivindicar la pluralidad de las masculinidades.