domingo 08 diciembre 2024

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maribel

¿Feminismo islámico o musulmanas feministas?

 

  maribel

 

OPINIÓN

Alguien se podría preguntar por qué hay tanto interés en justificar un supuesto rechazo a las y los musulmanes que, con una presencia cada vez más creciente en medio de nuestro mundo occidental, parece deban ser los culpables de todos nuestros males.

En este sentido cabe preguntarse también porque los tópicos y rumores, y poniendo como excusa su Islam, nos llevan a concluir que tratan y degradan la situación de sus mujeres, lo que ha justificado más de una guerra ( la invasión de Afganistán de los talibanes, por ejemplo).

No seré yo quien analice este texto sagrado y lo compruebe, para eso ya tenemos algunas voces autorizadas como la de Dolors Bramon, que nos lo explica de forma reiterada en numerosas publicaciones. Lo que sí sé, es que una cosa es la espiritualidad intrínseca en todo ser humano, con las diversas religiones que practican las diferentes comunidades o formas de organización social, y  la otra -todavía- son los efectos de una estructura patriarcal que, de forma transversal, se reproduce en casi todas las sociedades, sea cual sea su cultura o profesión religiosa, mayoritaria o no, que degrada a la mujer a un ser dependiente, por no decir que -incluso- le niegan el propio ser.

 

Los feminismos religiosos no son feminismos

Estos días he leído un interesante artículo de la gran escritora y amiga Nazanin Amirian donde se manifiesta que los feminismos religiosos no son feminismos: “A pesar de sus pretensiones aglutinadores y universalistas, las religiones son -junto con los mercados- los dos principales enemigos de los derechos de la mujer en el mundo “, dice. “No hace mucho que las propuestas generales de un feminismo sin adjetivos, adaptadas a la situación concreta de cada país, mostraban su capacidad para reclutar millones de mujeres y algunos hombres deseosos de progreso, para poner fin a la escandalosa discriminación que sufre la mitad de la humanidad por razones de sexo. El asalto del neoliberalismo a los sueldos y a los servicios sociales, ha sido como un regalo para las instituciones religiosas que ven como millones de trabajadoras vuelven a ser esclavas del señor, del hogar y del cielo y, desesperadas, recuperan los amigos invisibles de tiempo atrás. No obstante, a finales de la década de 1970, sus frágiles logros fueron embestidas por la santa alianza entre el capitalismo exacerbado y el fundamentalismo judío, cristiano e islámico “.

 

El fundamentalismo a la una

Nazanin continúa analizando: en 1978, mientras el polaco Karol Józef Wojtyla se convertía en Juan Pablo II,en otras fronteras de la URSS, las derechas suní y chií irrumpían en Afganistán y en Irak. Es en este marco donde aparecen los feminismos religiosos, cómplices de las teocracias opresoras que han vestido con disfraces modernas los viejos conceptos superados, con el fin de justificar el estatus inferior de la mujer “por su destino biológico” y su razón de ser . En este sentido, afirma Nazanin, ninguna interpretación benévola de los textos sagrados propone un cambio en la estructura de poder en beneficio de un mundo más justo para la mujer trabajadora.

 

Feminismo en las religiones

Si bien fueron las promotoras del movimiento secular universal por los derechos de todas las mujeres, las religiosas feministas que luchan para establecer estados teocráticos, reclaman un trato igualitario para ellas y poder ocupar puestos de poder en la institución, como si el hecho de tener una pastora convirtiera el rebaño (una masa sin voluntad propia) en ciudadanos y ciudadanas defensores de los derechos humanos. Por otra parte, las feministas religiosas judías, en lugar de luchar por un estado laico, piden a los rabinos poder rezar libremente en el Muro de las Lamentaciones, acabar con espacios segregados por sexo y con el registro de hijos nacidos fuera el matrimonio en la lista de niños bastardos.

 

Antecedentes de mujeres en el gobierno en países “islámicos”

Por su parte, el feminismo islámico nace en Irán a principios de 1990 después de la ilegalización de las organizaciones feministas laicas. Pensaron que eliminando las voces que hablaban de un grave problema social, el problema desaparecería por arte de magia. Fue así como las propias mujeres islamistas vinculadas a los hombres del poder, y afectadas por la restauración de las leyes medievales que asignaban el estatus de subgénero a las iraníes (que en 1964 tenían una ministra en el gobierno y un ministerio de la Mujer en 1974 ), decidieron ofrecer su versión alternativa del Corán suavizando el apartheid de género impuesto por aquella teocracia.

Mientras que los fundamentalistas apostaban por el “Cásate y sé sumisa” y acusaban a  las feministas de ser agentes de la corrupción moral, las moderadas exigían que el pañuelo sustituyera el hiyab y que, en la aplicación de las leyes bárbaras de lapidación o del talión, la vida de la mujer valiera lo mismo que la de un hombre, y no la mitad. Con todo, sin embargo, sus propuestas fueron desestimadas por los islamólogos, y esta postura empujó -por ejemplo- a la Premio Nobel de la Paz Shiri a pasar al tercer grupo, las radicales, que reclaman una clara separación entre la religión y el poder.

 

Cuando hay injusticias sociales la religión avanza

Si, es cierto, la religión prospera donde hay graves injusticias sociales -y por ello su presencia en la Europa del bienestar ha sido menor-. El secularismo es la condición previa para la liberación de la mujer: las primeras musulmanas que pudieron votar lo hicieron en 1919 en las repúblicas socialistas de la URSS. En Arabia Saudí todavía no pueden. Los textos sagrados, dice Nazanin, se oponen a casi todas las reivindicaciones feministas como acabar con la feminización de la pobreza y con la violencia contra la mujer, o denunciar que entre 193 países sólo hay mujeres jefe de estado o de gobierno en 19, o que la mujer pueda ser quien decide sobre su propio cuerpo como es en el caso del hombre.

 

Basta feminizar los diversos colectivos

En definitiva, no se trata de que las diferentes religiones se hagan feministas ni tampoco se trata de ponderar qué doctrina concreta de las religiones existentes, teocráticas o no, puedan ser calificadas de feministas. Bastaría que se feminizaran los colectivos de sus diferentes organizaciones para que las mujeres que pertenecen a ellos, puedan ser aceptadas y oídas con igualdad.

 

Hacer frente a las desigualdades por sí mismas

De lo que sí se trata es de que todas las personas -también las mujeres- tengan las creencias que sean, profesen o no alguna religión y/o sean más o menos practicantes, que nadie debe sustituir al propio derecho que tienen todas las mujeres – cualquiera que sea su condición social, cultura o religión- para que puedan hacer frente -por ellas mismas- a las desigualdades que sufren en su día a día en la sociedad donde viven. Y puedan hacerlo -como no- conjuntamente con otras mujeres de su entorno, sea cual sea la cultura de origen o la religión que hayan adoptado. Por fortuna hay feministas en todas las culturas y tradiciones, y la lucha feminista no entiende, o no ha de entender, de diferencias. Demasiado las hemos sufrido y sufrimos todavía.

 

 

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Amada Santos

Fotoperiodista i Socióloga. Activista Feminista, Defensora DDHH i Cooperant. Presidenta de la XIDPIC.Cat. Co-coordinadora i Editora de La Independent. Coordinadora Internacional a la RIPVG
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