OPINIÓN
Más allá de las virtudes y defectos que tenga la película Mignonnes (Guapis), y más allá de la polémica creada por la desafortunada campaña de promoción de Netflix.
La lección más importante que nos da, a mi juicio, este film es que muestra, de manera meridiana, que ser mujer no es un sentimiento, ni una performance, ni una identidad innata, ni una elección, sino el producto de un aprendizaje que se impone por el hecho de nacer con un sexo determinado.
El aprendizaje universal de la subordinación, ya sea en un contexto cultural tradicional o en un contexto posmoderno. El resultado es el mismo: las niñas son sometidas a un adiestramiento desde su más tierna infancia para que integren aquellos valores que la sociedad ha decretado que les son propios. Otro tanto podríamos decir de los niños, pero esta película se centra en el universo femenino, aunque el masculino también lo vemos como contrapunto y oposición al primero.
En el primero caso, Amy tiene que asimilar las costumbres y tradiciones que su madre, su tía y todas las mujeres de su entorno han asimilado antes que ella: que una mujer tiene que mantener un comportamiento recatado, una predisposición a ser para los demás, una aceptación resignada de los mandatos e imposiciones culturales, una relación vergonzante con su propio cuerpo y unas habilidades prácticas que la conviertan en una hipotética buena esposa (pelar cebollas como metáfora del llanto futuro que le aguarda).
En el contexto cultural posmoderno el aprendizaje de ser mujer no es mucho mejor, a diferencia de lo que se pudiera pensar. Si de lo que se trataba era de mostrar el desafío de una niña a la tradición patriarcal, se hubiera podido elegir que la niña en cuestión quisiera ser ingeniera, o un portento de las matemáticas, o una jugadora de futbol excepcional. Sin embargo, el aprendizaje de ser mujer en nuestra sociedad del espectáculo lejos de proponer modelos que fomenten la autonomía y la valía intelectual se reduce a que las niñas imiten los morros y el culo de Kim Kardashian.
Lo que desean las niñas de nuestras supermodernas sociedades es lo que estas les ofrecen como el máximo triunfo al que pueden aspirar: convertirse en objeto, pintarrajearse los labios, ir de compras, embutirse en ropa ajustada y aprender a perrear.
Ni siquiera pueden tener unos kilos de más, como le pasa a Yasmine, a la que se conmina que se ponga a dieta si quiere bailar. Ser mujer en las sociedades modernas, igual que en las tradicionales, significa interiorizar lo que te hace valiosa, algo que nuestras niñas aprenden tan pronto empiezan a andar. Miren donde miren ven el mismo modelo de mujer, llámese Shakira, Cardi B, Nicki Minaj, Rosalía o Beyoncé. Este es el modelo de empoderamiento femenino que la sociedad posmoderna valora y es capaz de ofrecer. Y ya podemos ir haciendo discursos bonitos sobre igualdad, libre elección y no sé qué.