RESEÑA
En esta dirección Web encontrareis el articulo de Gabriel, Ute and Gygax, Pascal ( 2016): Gender and Linguistic sexism. In Howard Giles & Anne Maass (Eds), Advances in Intergroup Communication. New York, NY: Peter Lang Publishing.
Creo que vale la pena leerlo (como otros que iré colgando sobre este tema) porque proporciona muchos conocimientos y, por tanto, además de hacernos más sabios y sabias (!) en temas relativos a la comunicación entre los géneros femenino y masculino nos dota de argumentos para contrarrestar las explicaciones de las personas que pontifican que, por ejemplo, el género gramatical no marcado de las lenguas indo-europeas (como el catalán y el castellano) no se refiere al género (sexo) masculino.
Quien lo desee puede saltarse el “Resumen” y la “Teoría de la auto-categorización” (es una teoría de psicología social) e ir directamente al tercer punto: “La gramaticalización del género”. Es una sugerencia dirigida sobre todo a los que no sois psicólogos sociales. También podéis obviar las “Conclusiones” y centraros, por tanto, en los puntos centrales del artículo.
El artículo trata, a grandes rasgos, de lo siguiente:
El lenguaje es uno de los medios más potentes a través del cual se perpetran y reproducen el sexismo y la discriminación de género. El contenido de los estereotipos de género, que dictan que las mujeres deben mostrar rasgos comunales / cálidos y los hombres deben mostrar rasgos agèntics / competentes, se ve reflejado en las opciones léxicas de la comunicación cotidiana.
Es decir, según la teoría de los roles de género, las diferencias de género surgen de la división del trabajo y de la estructura jerárquica en una sociedad en la que mujeres y hombres han desarrollado históricamente roles diferentes. Los hombres han tendido más a participar en tareas que requieren velocidad, fuerza y la posibilidad de viajar lejos de casa durante largos períodos de tiempo, mientras que las mujeres han sido más propensas a quedarse en casa y participar en tareas domésticas, tales como la crianza de los hijos.
En consecuencia, los hombres son percibidos como asertivos (agèntics), es decir, fuertes, independientes y decisivos, y así se espera que sean, mientras que las mujeres se perciben como empáticas (comunales), es decir, amables, útiles y simpáticas, y así se espera que sean. Como resultado, se cuenta con que las mujeres deben adoptar un papel de género femenino que refleje las cualidades empáticas pero no las asertivas.
El lenguaje reproduce sutilmente estas desigualdades, estas asimetrías sociales de estatus y poder favorables a los hombres, que están ligadas a los correspondientes roles sociales. Además, la regla o norma oculta, aunque consensual, según la cual el ser humano prototípico es masculino, está arraigada en la estructura de muchas lenguas. Las reglas gramaticales y sintácticas se construyen de tal manera que los términos femeninos generalmente se derivan de la forma masculina correspondiente. Del mismo modo, los sustantivos y pronombres masculinos se utilizan a menudo con una función genérica para referirse tanto a hombres como a mujeres.
Estas formas lingüísticas provocan el efecto negativo de hacer desaparecer a las mujeres en las representaciones mentales. A pesar de que el uso de expresiones lingüísticas justas con respecto al género puede prevenir eficazmente estas consecuencias negativas y fomentar la igualdad de género, hay formas aún muy implícitas en el lenguaje que son difíciles de eliminar.
Para reducir el sesgo de género, hay que cambiar los hábitos lingüísticos de las personas haciéndolas conscientes de los efectos beneficiosos de las expresiones equitativas de género.