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OPINIÓN
Tomaré de la canción de Rocío Jurado el nombre de este artículo, puesto que la diferencia entre lo que dice la canción y lo que hacen estos hombres de faldas largas y negras es mínima.
Al parecer algunos sectores de la sociedad parecen inmunes a los avances pequeños o grandes que en ella se producen. Y este es el caso de hoy.
Quiero reivindicar la memoria de lo ocurrido el pasado 7 de noviembre en Madrid en donde casi medio millón de personas nos manifestamos para exigir medidas que frenaran las violencias machistas de todo tipo y que este tipo de violencias se tomaran dentro de un pacto de estado que implicara a todos los partidos y, al menos yo que estuve allí, no vi a ninguno de estos señores secundando la manifestación.
Sin embargo no tienen ningún escrúpulo en aparecer en los medios de comunicación dando sus opiniones al respecto para, evidentemente, volver a culpabilizar a las mujeres como víctimas de su propia situación y, por supuesto, intentar justificar y exculpar a sus verdugos, los maltratadores.
Si tenemos en cuenta que las confesiones religiosas, todas y cada una en su entorno, son, al igual que la escuela y las familias potentes elementos socializadores, podremos entender el alcance del tipo de declaraciones como las hechas recientemente por el arzobispo de Toledo y su homólogo el arzobispo de Albacete.
Estos hombres de faldas largas y negras predican para las mujeres desde los púlpitos y desde los confesionarios la paciencia y resignación cristianas dentro del matrimonio. Predican la subsidiariedad y la no igualdad entre mujeres y hombres. Predican desde las Sagradas Escrituras, la violencia física contra las mujeres. Predican un amor romántico que conlleva espera eterna de un cambio del varón y la sumisión y aguante de todas las situaciones por parte de las mujeres por “bien de los hijos”.
Estos hombres mezquinos que no entienden de libertades personales pretenden darnos lecciones de cómo vivir nuestras vidas con sus razones morales sobre temas tan íntimos como nuestras relaciones de pareja, cuando ellos precisamente deberían abstenerse de esos temas por su teórico desconocimiento, por su teórica castidad.
Esos hombres cobardes ante situaciones vitales y que se aferran a sus ritos nos quieren dar lecciones morales sobre nuestras maternidades o decisiones de no serlo, cuando siempre anteponen los derechos de los embriones a los de las mujeres.
Estos hombres necios y engreídos cuestionan el feminismo y su existencia por denunciar abiertamente el patriarcado más rancio que ellos representan y defender a las mujeres víctimas de esa misoginia feroz que se esconde detrás de sus ritos y predicamentos. Y por cierto como no se atreven a llamar a las cosas por su nombre al feminismo lo llaman “teoría del género” y la culpabilizan de todos los males sociales, como fracasos escolares, alto número de divorcios, paro masculino, etc.
Esos hombres que nos expulsan de sus espacios y sus ritos al parecer también pretenden volver a expulsarnos de los espacios públicos para volvernos a recluir en los espacios domésticos para que sigamos realizando las tareas de reproducción y cuidados que su modelo de familia contempla.
Todos estos temas, así como su forma de relacionarse con el mundo reproduce un tipo de violencia de género. Es la llamada violencia de género estructural y es la que pretende naturalizar estas situaciones y llevarlas al plano de lo normal para que se asuman con facilidad por parte de la población en general. De ese modo las sociedades asumen las estructuras de poder que incluyen miedos y culpas como elementos de dominación sin demasiados problemas y quienes ostentan el poder siguen haciéndolo de manera mucho más cómoda.
Pues como vemos en los predicamentos de estos hombres de faldas largas y negras no falta ninguno de los ingredientes de la que componen la violencia de género estructural. Contienen el factor de que es dirigida contra las mujeres, que pretende su dominación como grupo al que considera inferior y para ello utiliza el miedo o los miedos y sobre todo la culpa para evitar que pueda escapar a su control.
Estas dos potentes armas como lo son el miedo y la culpa las refuerza con el instrumento que consideran primordial: la palabra y mandato divino en forma de sagradas escrituras que han de guiar las vidas de las personas a través de sus sacerdocios que les otorgan privilegios (sólo a los varones) que nos son vetados al resto de las personas, sobretodo y como hemos visto a las mujeres.
Por tanto, ¿Qué credibilidad pueden merecernos estos hombres que practican violencia de género estructural contra nosotras cuando por sus bocas no salen más que patrañas destinadas a mantener un estado de las cosas y un orden establecido opresor y asfixiante para las mujeres? Al menos para mí, ninguna credibilidad por supuesto.
Y tal como dice al final la canción de Rocío Jurado: “Ese hombre que tú ves ahí, que parece tan seguro de pisar bien por el mundo, sólo sabe hacer sufrir”, si lo comparamos con los hombres de faldas largas y negras, comprobaremos como en demasiadas ocasiones ocurre lo mismo: que sólo saben hacer sufrir a las mujeres con sus seguridades en unas creencias que pueden llegar a producir tanto dolor y perjuicio a lo largo de nuestras vidas de mujeres.
A esos hombres de faldas largas y negras hay que mantenerlos fuera de nuestras vidas. Rechazar sus palabras que sólo provocan dolor y culpa por no seguir sus mandatos.
No les quiero en mi vida. Como mujer les considero unos maltratadores sistemáticos de todas las mujeres. Representan un orden establecido androcéntrico, patriarcal, misógino, desigual, clasista, etc. al que combato y rechazo profundamente.
Desde mi rechazo más absoluto a sus posiciones, condeno todas y cada una de sus palabras y les acuso de ejercer violencia de género estructural contra las mujeres con el objetivo de mantener un sistema de privilegios para ellos y sometimiento para nosotras.
Y para ello sólo hace falta echar un vistazo a la Biblia para ver qué posición ocupamos las mujeres.