Ana Sofia Cruz
Ana Sofía Cruz se define a sí misma como una “migrante privilegiada”. Llegó a España desde Cali (Colombia) para cursar un par de diplomados: uno en Madrid y otro en Málaga. Ingeniera recién graduada, su plan era formarse para luego retornar y trabajar en alguna importante empresa de su país.
Su madre vive en Andalucia (en Málaga) desde hace varios años y a través de ella sabía de lo duro que significa el ser una migrante. “Hay muchas personas que vienen a España a buscar trabajo para enviar dinero a los suyos. Esa no era mi motivación, yo venía a estudiar”, dice.
Terminada su formación Ana Sofía Cruz ya no tenía muy claro aquello del retorno inmediato y sin saber exactamente qué era lo que buscaba, decidió venir a Barcelona.
Al llegar a la ciudad encontró un piso para compartir en L’Hospitalet y caminando por el barrio se topó – de casualidad- con un lugar y un grupo de mujeres que le cambiaron la vida.
“Llegué a la Casa Sin Fronteras. Aquel día había una charla sobre el conflicto armado en Colombia y me quedé. Descubrí que en aquel lugar funcionaban varias asociaciones, una de ellas resultó ser el Colectivo Maloka que ofrece acogida a mujeres migrantes”.
Cruz volvió en varias ocasiones, primero para recibir orientación y acogida por parte de las Maloka y luego para colaborar con el colectivo, hasta que le ofrecieron trabajar en la creación de una cooperativa para ayudar a las mujeres migrantes, como ella, en sus proyectos emprendedores. La idea la cautivó y, junto con otras compañeras, trabaja para darle forma a la Cooperativa Mujeres P’alante, una iniciativa que tiene como fin agenciar a las migrantes de una forma innovadora de ganarse la vida.
Choque cultural
La universidad es un ámbito en el que no pocas migrantes empiezan su proceso de integración, aunque la condición de estudiantes no las libra de la discriminación que también se da en los claustros, y en ese aspecto Cruz tiene experiencias no tan agradables.
“Me he sentido rara y diferente con respecto a otras estudiantes. Hay compañeros y compañeras que no te toman en cuenta y a veces ni te miran. Hay una gran diferencia en cuanto a ser una estudiante latinoamericana o provenir de algún país europeo ya que, por ejemplo, una Erasmus nunca será una migrante, es un extranjera”.
Pero no es sólo eso. También están los tópicos y estereotipos.
“Se piensa que si eres de Latinoamérica te ríes y hablas mucho. Y no sólo lo piensan, te lo dicen en tu cara. Cuando pasa eso pienso en aquello que llaman “choque cultural”. Pero algo falla ya que ese encuentro tendría que ser más bien enriquecedor y no diferenciador. Es una tragedia que no siempre se valore la oportunidad que ofrece la migración para conocer y aprender de otras culturas”.
Justamente esa diferenciación genera otro problema en las migrantes, sobre todo en aquellas que llegan con formación y una valiosa experiencia profesional.
“Al no existir oportunidades de ejercer la profesión o compartir la experiencia profesional, muchas se derrumban. Lo he visto. Por eso la necesidad de generar alternativas como la cooperativa que es un proyecto abierto a toda mujer sin importar su nacionalidad. La idea es reivindicar nuestros derechos como mujeres, trabajadoras y migrantes. Deseamos mostrar que buscamos una oportunidad y que queremos compartir nuestra experiencia y bagaje con los demás”.
“Todas podemos ser emprendedoras”
Hasta el momento son siete socias las que conforman la Cooperativa Mujeres P’alante, y la idea es que se vayan sumando más mujeres que tengan un oficio o profesión, además del deseo de crecer como personas y ciudadanas. La inversión inicial para su conformación como cooperativa la obtienen de las diversas actividades que realizan y en las que participan, como ferias, fiestas, y también vendiendo comida típica de sus países. El capital de la cooperativa son ellas mismas y para consolidarse, apelan al beneficio común y trabajan en lo que saben hacer con el fin de asegurar un fondo que se compartirá entre todas las socias cooperativistas.
“Estamos creando una red para ayudarnos entre todas. Por ejemplo, si una compañera sabe de una oportunidad de trabajo, avisará al resto y siempre habrá alguna que pueda aprovecharla. La idea central que nos impulsa es que todas podemos ser emprendedoras. Sólo hay que tener las ganas. Dicen que las mujeres sabemos administrar el hogar. Tal vez eso sea un atavismo discutible y, según quien lo diga, hasta estereotipador, pero nosotras lo aprovechamos desde un punto de vista positivo y proactivo”.
Ana Sofía Cruz dice que cuando habla con sus amigos y familiares, estos le comentan que nunca la imaginaron trabajando en lo social siendo ella ingeniera.
Incluso ella misma se confiesa sorprendida por el giro profesional que ha dado su vida.
“No se necesita, necesariamente, un título universitario para trabajar con las personas y sus problemas, sino sensibilidad. Aunque los estados afirmen estar pendientes aún queda mucho para que se escuche realmente la voz de la persona migrante. Importamos sólo cuando se acercan elecciones, y a veces ni eso”, dice Ana Sofía Cruz, quien anhela que algún día las cosas cambien para el bien de todas y todos, inmigrantes y autóctonos.
“Ojalá algún día el único pasaporte que necesitemos sean nuestros pies y nada más”, reclama.