martes 16 julio 2024

martes 16 julio 2024

El verano ya era nuestro*

Isabel Franc

OPINIÓN

Porqué yo, cuerpo divergente, ya sentía muy mío el verano antes de que me lo concedieran.

1 de agosto, una de las fechas más esperadas del año. ¡Vacaciones! El mail se relaja y por WhatsApp solo entran los selfis de esas amigas que se han ido al mar o a la montaña a cargar las pilas. Entonces, Franc, cómo se te ocurre escuchar las noticias a primera hora de la mañana si te lo tienes prohibido. Entre tostada y tostada, me entero de la polémica generada por la campaña ‘El verano también es nuestro’ y resoplo: ¡Ya me están dando faena!

¿La refresco?

Finales de julio. El Ministerio de Igualdad lanza una campaña con el lema “un verano para todas, sin estereotipos y sin violencia estética”, con un cartel que “pretende mostrar la diversidad de los cuerpos femeninos”. Al poco, salta la polémica: tres de las cinco modelos que aparecen denuncian el uso de su imagen sin su consentimiento. Nyome Nicholas-Williams afirma que su fotografía se obtuvo de su cuenta de Instagram. El caso de Juliet Fitzpatrick es más grave, no solo se usó su imagen sin permiso, sino que, además, se modificó y aparece su cara en el cuerpo de otra mujer con una sola mastectomía, cuando ella tiene dos. ¿Os parece muy fuerte? Pues es peccata minuta frente al caso más impactante: la modelo Sian-Green Lord luce en la axila una mata de pelo, del que carece; y una esbelta pierna izquierda, de la que también carece, ya que utiliza una prótesis cuya visibilidad reivindica.

Yo es que soy muy pava y me he perdido algo. ¿Eliminar una pierna ortopédica es reivindicar una imagen de igualdad y diversidad?

Me pregunto cómo llegaron a esa decisión en la empresa encargada de materializar la campaña. Tampoco sé si fue una sola diseñadora o un equipo el que intervino, pero me imagino su razonamiento:
—Lo importante es mostrar que una axila no depilada es un derecho y no resta belleza a la mujer.
—La modelo nos sirve un montón, es monísima y tiene una cara muy étnica, pero lo de la pierna ortopédica resta fuerza al elemento clave, que es el pelo en la axila.
—Cierto, a la gente se le iría la mirada hacia la prótesis. No interesa.
—Pues Photoshop y p’alante.

Seguro que hubo aplausos.

O, no sé… tal vez, alguien dijo que el pelo en el sobaco afecta a más mujeres o que vende más que una pierna ortopédica… Es que no me hago a la idea. No dejo de preguntarme qué diantre tenían en la cabeza. Y si fue una sola persona la que decidió…, tiene muy mal pronóstico.

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Como colofón (a modo de anécdota porque, visto lo visto, esto sí que es peccata minuta), se usaron tipografías con copyright sin pagar autoría, argumentando que “pensaban que eran de uso libre”. Para darles un premio, vamos.

Por la parte que me toca, de entrada, me salió una rabia incontrolable y me puse a teclear en el ordenador un manifiesto basado en el insulto. Bueno, insulto relativo porque acusar a alguien de tener muy pocas luces cuando no tiene ninguna, hasta es benévolo. Pasado el primer disgusto, mi educación cristiana me llevó a aceptar que semejante cortedad de entendimiento merece más compasión que ira y decidí ponerme pedagógica.

Empecemos por el principio: título de la campaña ‘El verano también es nuestro’. Vamos a darle un par de vueltas a ese bonito lema. “¿Nuestro?”, ¿de quién? Entiendo que se refiere a cuerpos estéticamente divergentes como los que aparecen en la foto. Entonces, ¿el verano no era nuestro antes? En cambio, sí lo era y lo es de otros cuerpos que aun estando fuera del canon de belleza traen ese derecho de fábrica. Verbigracia, los señoros con barriga cervecera que recorren las playas masajeándosela con orgullo. Ellos no necesitan una campaña que los reivindique. Bien.

Sigamos. “También” establece dos categorías, la de quienes tienen, por mérito propio, libre posesión del verano y la de quienes accedemos gracias a la magnanimidad de la campaña. La primera categoría es la de los cuerpos aceptados como estándares. A la segunda pertenecemos quienes, debido a alguna variable que no encaja, estamos fuera de la norma (socialmente definida como tal) y, por tanto, necesitamos de su permiso para que el verano nos pertenezca. Menos mal que ese “también” nos equipara. Ahora ya somos iguales en las playas. Pero, ¿es necesario reivindicar un paradigma del blanco y en botella? ¿Qué ínfulas tiene quien me otorga algo que ha sido siempre tan mío como del resto de la gente? Porque yo, cuerpo divergente, ya sentía el verano muy mío antes de que me lo concedieran.

La sociedad inclusiva nos incluye, qué bien. Y, a lo mejor, hasta tenemos que darle las gracias. Pero, nos incluye destacando esa nuestra lacra que a ellos y a ellas les hace sentir que son gente normal y nosotras, nosotros, nosotres un error que hay que encajar con una suerte de cristiana compasión que difiere mucho de la que estoy usando yo en este escrito. Seguimos siendo las, los y les diferentes y sí, también “les” porque más allá del desbarajuste que hay ahora con los géneros, de los errores que pueda tener determinada ley, de los excesos y de las situaciones insólitas, existen personas que no se sienten ni “las” ni “los”. Y quien no lo entienda, tendrá que asumirlo.

Volviendo a la campaña. Por lo visto, la ilustradora pidió disculpas a través de Twitter y, afirmando sentirse muy abochornada por los errores cometidos, ofreció repartir entre las partes afectadas los beneficios derivados de su trabajo para paliar los daños causados. ¡Loable! Pero, diría que ni ella, ni el Instituto de las Mujeres, encargado de dirigir la campaña, ni el Ministerio de Igualdad han pedido disculpas a la modelo por la falta de respeto y empatía que representa la ocultación de su pierna ortopédica. Y deberían hacerlo. Así como sentirse más que abochornadas por la enorme falta de sensibilidad que representa no entender lo importante que es para todas las personas a las que nos han quitado un trozo de cuerpo que esta joven aspirante a modelo lo sea incluso con una pierna artificial. No estaría de más que hicieran un reconocimiento público elogiando su valentía y su asertividad. Sian Lord se hizo famosa al publicar una foto con un bolso de Louis Vuitton y el logo de la marca envolviendo su prótesis. “Quería demostrar a todo el mundo que tenía la suerte de tener una superpierna”, declaró a la BBC. La imagen tuvo tanto éxito que incluso la propia marca le agradeció la iniciativa. Ella afirmó haber recuperado un sentimiento que nunca pensó que volvería a sentir: “He vuelto a tener confianza en mí misma”. Sí, señora, y te la has ganado a pulso.

¿Se imaginan las implicadas —diseñadora, Instituto de las Mujeres, Ministerio de Igualdad— el proceso que ha tenido que seguir para llegar a esa declaración? ¿Conocen las etapas que se describen —primero de Psicología— para llegar a aceptar una amputación: negación, rabia, depresión, duelo… hasta conseguir asumirlo y entrar en la fase de esperanza? Por la parte que me toca, me siento profundamente ofendida. Y comparto con Sian Lord su decisión de mostrar con orgullo y glamour nuestro cuerpo serrano tal como el tiempo, las cicatrices y las circunstancias lo han ido configurando. Y también los caprichos, por qué no. A estas alturas, ya no vamos a renunciar a ponernos como gochas de bravas, cruasanes de chocolate y helados artesanos por unos michelines de más. Al menos yo. Y, por supuesto, a mostrarlos durante ese verano y en esas playas que ahora, ya sí, nos pertenecen.

El discurso del cuerpo

Todo este asunto me ha recordado cuando participé en una exposición de fotos de Judith Vizcarra con mujeres mastectomizadas como protagonistas. El título que, de entrada, pretendían ponerle era ‘Seguimos siendo mujeres’ (pa darles otro premio). Por supuesto, me negué ¿la pérdida de un pecho te convierte en menos mujer? ¿Había que reivindicarlo? Junto con Elina Norandi, autora de uno de los textos del catálogo, insistimos en que era innecesario reclamar lo que es per se; yo no he dejado de ser mujer —aunque con mucha pluma y rayando lo no binario— ya sea con dos tetas, una o ninguna.

Ante la queja de una de las modelos y la “echápalante” exigencia de poner yo un título (solo le faltó espetarme “lista, más que lista”) elegí, sin dudar y en un acceso de empoderamiento, ‘El orgullo de la ausencia“.

La modelo rezongó: “Yo no me siento orgullosa de haber perdido un pecho”. Yo tampoco, le aseguré, pero sí de lucir mi cuerpo sin complejos tal como es ahora. Y ahí se quedó mi título.

Tato primer pla

Foto @Judith Vizcarra. Tatuage en el cuerpo de Isabel Franc de @Joana Catot 

Tanto en aquella ocasión como en esta lo que más me apena es tener que esgrimir este tipo de argumentos precisamente con mujeres. Pero, volviendo a la compasión, entiendo que para algunas perder un pecho es una tragedia insalvable, no pueden mirarse al espejo, son incapaces de tocarse y, mucho menos, de dejarse tocar, temen el rechazo social y se sienten mujeres incompletas. Y es que, ya sabemos que dos tetas tiran más… y sin ellas no hay paraíso. Así de cruel es el valor estético y simbólico que la sociedad patriarcal ha otorgado a esa parte de la anatomía femenina.

En mi caso, no hay que aclarar que esa pérdida no me hizo ni pizca de gracia, pero me lo tomé por el lado del positivismo: no era un elemento funcional (como una pierna, por ejemplo). Ni por edad ni por intención iba a usar sus propiedades, se quedaba en un elemento estético, así que asumí con estoica dignidad mi nuevo aspecto y, puesto que quería seguir haciendo topless, decidí decorar la zona como una invitación a que me miraran sin necesidad de disimular. Alguna energúmena tuvo la desfachatez de comentar que lo hacía porque al ser lesbiana no lo sufría tanto. A esa, ni compasión ni hostias, directamente a la hoguera. Si alguien cree que por llevarlo mejor se sufre menos, demuestra una nula capacidad para ponerse en el lugar de la otra y entender que esa actitud es el resultado de haberse currado la resiliencia con mucho énfasis.

Como ya escribí hace unos años en la revista Lectora, un cuerpo diferente provoca una curiosidad morbosa. Miramos de soslayo esa parte contrahecha o mutilada intentando adivinar qué falta o qué sobra, qué tiene o qué no tiene, qué le pasa o le deja de pasar. Y de alguna manera tenemos que reaccionar las personas con cuerpos no normativos, diferentes o no estándar. La elección de adornar la cicatriz tatuándome una lagartija polinésica, símbolo de protección, fue del todo intencionada (todo el proceso quedó reflejado en la novela gráfica Alicia en un mundo real, Egales 2020). No se trataba de esconder o disimular la herida sino de poner presencia allí donde había una dolorosa ausencia. Las cicatrices hablan, el tatuaje completaba el discurso.

Con la decoración del cuerpo maltrecho, la insurrección de la diferencia, la asunción deseada y consciente de una estética divergente abrimos las puertas a otros paraísos. Cualquier forma de modificación del cuerpo es expresión de nuestra propia esencia, de nuestro poder de decisión y nuestra manera de estar en el mundo. Y ayuda a crear otro tipo de referentes. Esta suerte de insumisión corporal no deja de ser una manifestación de desobediencia civil gracias a la cual, hoy en día salen a la calle personas/cuerpos que antes las familias ocultaban. Es ahí donde radica el valor y la infinita importancia de la visibilidad. Cuando la modelo Sian Lord exhibe su pierna ortopédica a conjunto con su atuendo, lo que está haciendo es invitar a que las miradas de soslayo se traguen la hipocresía. ¿Hay que quitarse el sombrero o no hay que quitarse el sombreo?, señoras implicadas en la campaña que nos ocupa.

El Ministerio que “nos representa”

La pregunta del millón es por qué se concedió el proyecto a esa empresa (no voy a darle más publicidad) y no a otra. No quiero ser mal pensada, pero la verdad es que cierta suspicacia sí me crea. En su web —ahora eliminada—, se hablaba de presentar cuerpos no normativos en la playa, como los de mujeres con sobrepeso, “para mejorar la sensibilización contra los estereotipos de género basados en los cánones de belleza femeninos”. Pues, viendo cómo lo han gestionado, yo alucino; de verdad que las neuronas me hacen chiribitas. Y quien propuso la campaña, ¿no revisó el resultado? ¿No se da un OK a los proyectos antes de lanzarlos? El Instituto de las Mujeres afirmó que no sabía del uso indebido de la imagen de las modelos y que, junto a la autora, resolverían la situación. Pues, francamente, no sé cómo se ha resuelto. ¿La autora ha repartido los beneficios de la campaña y se le ha cerrado la web? No sé a vosotras, pero a mí me gustaría saber de cuánto estamos hablando. Por otra parte, ¿eso es todo? ¿No hay más implicadas ni en el Instituto de las Mujeres ni en el Ministerio? Ya no hablo de dimitir, deporte muy poco practicado en la política de nuestro estado pluriautonómico, pero asumir responsabilidades, digo yo que estaría bien, ¿no? Bueno, también he dicho antes que soy muy pava, dejémoslo ahí.

¿Me duele, especialmente, que la diseñadora sea una mujer? Pues no, solo me gustaría verle la cara. Lo que sí me duele es que sea el Ministerio que me representa el responsable —porque de alguna manera lo es— de una situación tan bochornosa. Y que se queden tan anchas. No es la primera vez que siento vergüenza ajena por su forma de funcionar. En una ocasión anterior, por un tema más prosaico y mucho más parodiable: una “invitación” sin presupuesto a participar en el acto oficial del Dia de la Visibilidad Lésbica. Para asistir, además del desplazamiento, me veía obligada a pasar la noche en Madrid, eso sin contar con una clase que tenía que anular y su consiguiente perjuicio económico. Así que solicité al Ministerio que asumiera, al menos, una parte del gasto que me generaba salir en la foto. La repuesta fue así de alegre:

Sra. Franc: (me encanta que me llamen señora Franc)
Lamentamos mucho informarle que la Dirección general no puede asumir gasto alguno respecto a este acto.

Está claro que el Ministerio y yo no coincidimos en el concepto “invitar”, que la RAE define como: “Pagar el gasto que haga otra persona por gentileza hacia ella”. Lo curioso es que no tuvieran ni para un AVE low cost. Mi representante es especialista en conseguirme billetes por menos de 20 euros ida y vuelta (no suelo aceptarlos porque soy una pija y prefiero viajar como tal, pero podría, que es lo que cuenta). En cuanto al alojamiento, ya habría intentado yo que me diera asilo alguna amiga. Pero no. No había presupuesto. Fin del asunto.

Parecerá que con esta pataleta pretendo desahogarme por la ofensa y calmar mi ego herido ¿verdad? Nada más lejos de mi intención. Aunque disfruto un montón (lo reconozco) dando rienda suelta a una malsana intención crítica, el quid de la cuestión está en que, ahora, por fin, lo he entendido: no tenían presupuesto porque estaban ahorrando para campañas como esta.

¡Qué peligro! En ese grupo político que pretende el cierre de “nuestro” ministerio por ser “un insulto constante a las mujeres y al contribuyente” (que no a los hombres y a las contribuyentes) se están frotando las manos. Deberíamos andar con un poco más de cuidado y no darles argumentos. A pesar de todo, sería una lástima perder una institución que trabaja por la igualdad, defiende la igualad, aboga por la igualdad, promueve la igualdad…

*Artículo publicado en castellano en Pikara Magazine

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Tona Gusi

Fundadora i Co-coordinadora de La Independent. També és psicòloga menció en Psicologia d'Intervenció Clínica i menció en Psicologia del Treball i les Organitzacions.
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