OPINIÓ
Un grupo de docentes e investigadores de las universidades de Granada, Almería, Ramon Llull y Jaén han presentado recientemente un estudio que incluye entrevistas en profundidad con doce mujeres que han sufrido mutilación genital (MGF).
En 2004 publiqué un estudio sobre esta aberración (Crónicas de una vida sin justicia, L’Espill, número 18) y los datos coinciden sin que, desgraciadamente (por supuesto), se vean mejoras sustanciales. Todo ello horripilante.
Cada año, casi cuatro millones de niñas son víctimas de mutilación genital en África subsahariana, Oriente Medio, Asia, y de forma encubierta, en muchos países europeos. Según la Organización Mundial de la Salud, más de 200 millones de niñas y mujeres que viven actualmente han sido mutiladas.
La MGF es una flagrante violación de los derechos humanos reconocida internacionalmente. En España, se considera además una forma de violencia de género. No puede ser considerada de otro modo. Constituye un delito de lesiones, tal y como ha sido recogido en la reforma del Código Penal del año 2003. Sumamos el trabajo ingente y de lo más loable de las diversas ONG.
En julio de 1997, Naciones Unidas aprobó una ley que condenaba esta nauseabunda práctica, y el Parlamento Europeo ha considerado que constituye un gravísimo atentado a la salud psíquica y física de las mujeres; las complicaciones físicas psicológicas y sociales que sufren las supervivientes incluye problemas urinarios, disfunciones sexuales, trastornos psicológicos y depresión y la reaparición del trauma en el momento del parto. Y todo esto si lo que no ocurre es la muerte, dadas las circunstancias y los métodos con los que se realiza. Ninguna motivación de naturaleza cultural ni religiosa puede justificar esta práctica. Es un crimen contra la integridad personal y una violación de los derechos humanos sancionada, como vemos, por numerosas convenciones internacionales. En este sentido, consideran que el riesgo de sufrir la MGF es motivo para reconocer el derecho al asilo o la protección humanitaria.
La MGF es una tradición, muy anterior al islam, puesto que sus orígenes se remontan a la edad de piedra en África central. Actualmente todavía está enraizada en muchos países africanos. Cabe decir que la Unión Africana ha prohibido cualquier tipo de mutilación genital femenina en el conocido Protocolo de Maputo. Incluso hay países como el caso pionero de Guinea en 1965. Es sobre todo a partir de los años 90 cuando otros países se sumaron a la prohibición. Pero sigue permitiéndose en Somalia, Malí, Sierra Leona y Chad, entre otros países, si bien cabe decir que la mitad de las niñas y mujeres que han sido mutiladas viven en Egipto, Etiopía e Indonesia. A partir de los años 80, y sobre todo en los 90, quedó prohibida por ley en Europa, América y Oceanía.
A lo largo de las orillas del Nilo es, desde hace más de dos mil años, una costumbre profundamente establecida. Según un estudio de la ONG Medicus Mundi, más de un 50% de las mujeres egipcias han sido mutiladas. Esta cifra se eleva en las zonas rurales hasta en un 89%. El hecho es que, en Egipto, todavía hoy en día se mutilan a diario alrededor de tres mil seiscientas niñas. La tradición también se extiende por Omán, Yemen y los Emiratos Árabes. Teólogos islámicos de todo el mundo han negado que haya razones religiosas que justifiquen la circuncisión femenina, cuyos orígenes, como hemos dicho, arrancan de tiempos remotos, y todos están de acuerdo en que las leyes del Corán no la prescriben. De hecho, la MGF no se practica en los países islámicos más estrictos y ortodoxos como Arabia Saudita, Irán o Magreb. Esta horripilante tradición está todavía tan profundamente establecida en las comunidades que la practiquen porque se cree que no hay motivos para erradicarla, ya que es una tradición positiva y las tradiciones positivas deben respetarse. Sólo que la positividad de la tradición no se ve por ningún sitio. En cualquiera de las modalidades es un hecho espantoso. Conlleva consecuencias de todo tipo absolutamente nefastas para las mujeres. Sin embargo, lo más importante, y también lo más difícil, es cambiar la opinión y el comportamiento de la población. Porque, a pesar de las leyes que la prohíben, se sigue practicando impunemente hasta el punto de que produce la muerte de más de tres mil mujeres al año. Los métodos y tipos de mutilación difieren entre los países.
La escritora somalí Waris Dirie nos cuenta en Amanecer en el desierto cómo su madre la llevó a una vieja beduina para que la circuncidara; creía, su madre, que de esta forma se convertiría en una mujer limpia y pura, una mujer digna por casarse y formar una familia. Nos pone los pelos de punta la lectura de la muerte de su hermana, desangrada cuando la propia beduina le cortaba el clítoris, los labios menores y también los labios mayores. Esta operación es la forma más brutal de mutilación genital, y se llama infibulación o circuncisión faraónica». Nos cuenta Waris como a los trece años se escapó de casa porque su padre quería casarla con un hombre viejo al que no conocía. Esta escritora ha sido durante años embajadora del organismo de Naciones Unidas para combatir la MGF; muchas mujeres, como ella, han roto el tabú y hablan de él sin tapujos. Nawal al-Sa’dawi fue, en 1971, la primera en denunciar públicamente la brutalidad de esta práctica tradicional. Ella es, junto con otras mujeres escritoras, un fidedigno testigo, puesto que también fue circuncidada. Al igual que la madre de la escritora Walis Dirie, al igual que las madres que llevan a mutilar a sus hijas, la madre de Naval creía que tenía que llegar limpia y pura al matrimonio: con los genitales mutilados no caería en la tentación de la carne. De esta manera se convertiría en tímida y virtuosa, ya que una joven no circuncidada es fácil de excitar sexualmente y, por tanto, propensa a cometer actos ilícitos, indecentes, impuros…
Nada más.
