No es nada novedoso afirmar con datos en la mano que la extrema derecha crece en el Estado español. En el Estado español y en toda Europa. La subida espectacular de VOX en las elecciones de este pasado 14 de febrero en Castilla y León nos hiela.
Ha pasado de un escaño a tener trece. Este resultado pone una vez más sobre la mesa el apoyo creciente que tienen las políticas basadas en el racismo, la xenofobia, el sexismo, la misoginia, el antifeminismo. Porque dos son los pilares fundamentales del programa político de Vox: aniquilar la inmigración y el feminismo. Mentalidades ultraconservadoras basadas en la intolerancia y el miedo. Un partido de dureza mental. Mentalidades que utilizan el miedo a la incertidumbre de un mundo que, ciertamente, se tambalea incierto. Que provocan y utilizan la rabia del descontento económico y el vacío de valores para endurecer fronteras entre el “nosotros” y el “ellos”. Un discurso que hinchan a base de desinformación, extrema simplicidad y sensacionalismo. Que defiende cosas como que las mujeres asesinadas por razón de género en España lo han sido en manos de extranjeros. 50 mujeres al año (por lo menos) asesinadas a manos de inmigrantes, eso defienden.
Aunque, con información veraz y no sesgada, este tipo de aseveraciones son fácilmente desmontables, están calando fondo en la mentalidad de la gente que se siente seducida por posturas radicales beligerantes. La falta de expectativas económicas y de ascenso social, la falta educativa de sectores de población, es un pozo, un agujero, que la ultraderecha llena con agravios que conducen al odio; que los ultras llenan con abrandadas soluciones emocionales a la autoestima amenazada de la masculinidad retrógrada y patriarcal. Soluciones basadas en la exitación y el enarbolamiento de la rabia chulesca y de dominio sobre las mujeres, las que pretenden romper, según los esquemas de los ultraconservadores, con el designio divino o biológico de su rol en la sociedad. El antiguo refrán “en casa y con la pata quebrada” sintetiza de manera magistral la doble condición de opresión de las mujeres en las sociedades patriarcales: permanecer fuera del espacio público, sujetas a la tutela de un hombre (marido, padre, pariente) y tener que aguantar, les guste o no, la violencia (física, sexual, psicológica, económica…). Dudo que guste a ninguna mujer. A ninguna.
Curiosamente, la gran mayoría de votantes de Vox son hombres. Cuentan con un veintisiete por ciento de intención de voto masculino y sólo con un 9% de intención de voto de las mujeres. Un 76% de sus electores son varones. En concreto, en Cataluña el setenta por ciento de los votantes de Vox son del género masculino (sondeo de GAD3 para TV3 y Catalunya Ràdio). Todo esto, por un lado. Por otro lado, sabemos que el voto radical es fundamentalmente un voto de los jóvenes. No voy a extenderme en los motivos sobradamente analizados.
Y lo que vemos es que el electorado de Vox es más joven que la media de los electores de otros partidos. Casi la mitad de los votantes de Vox tiene menos de 44 años. En este aspecto coincide con la CUP, seguramente por su vertiente radical. De otro tipo, evidentemente, pero radical. En el caso de Vox, son el tipo de hombres jóvenes y de mediana edad que participan del juego de la política con posturas de dureza (por aquello de que la blandura es propia de las mujeres y denota inferioridad; por aquello de que no se es un hombre de verdad si no se es quien manda, si no se es condescendiente, siempre y cuando las mujeres se mantengan en “su lugar” ). Según el último Barómetro sobre Adolescencia y Juventud basado en la encuesta de 1. 200 jóvenes —chicos y chicas— de entre 15 y 29 años (Centro Reina Sofía, septiembre de 2021), un 20% de los chicos dicen que la violencia de género no existe y que es “un invento ideológico”. En 2019, este porcentaje era del 12%. No dispongo de información sobre la relación de estos datos con la subida de Vox. Pero no me extrañaría que el aumento de intención de voto ultraderechista entre los hombres tenga que ver en ello de forma directa. La negación de la violencia de género por parte de estos hombres jóvenes (¡dios mío, qué torpeza!) choca con la visión que tiene la parte afectada ( es decir, las mujeres): más de 7 de cada 10 mujeres considera que las desigualdades de género son elevadas en España, frente a sólo 4 de cada 10 hombres. Cada vez son más las mujeres que consideran que la violencia de género es un problema social muy grave – 72,4% en 2017; 74,2%, en 2021– Y, en cambio, cada vez son menos los chicos que están de acuerdo con esta afirmación.
No me parece nada insólito que, en lo que se refiere a Vox, la intención de voto de las mujeres sea bastante más reducida (relativamente a la intención de voto de los hombres). Quizás es que, ante las posturas antifeministas de Vox, a las mujeres (se declaren o no feministas) se les pongan los pelos de punta; queden estremecidas cada vez que hay un asesinato sexista. Y, por supuesto, Vox es un partido sexista y misógeno. No debemos olvidarlo. Pondría la mano en el fuego de que poquísimas mujeres jóvenes piensa que la asesinada se lo merecía. No la pondría, la mano en el fuego, en cuanto a los hombres, incluso jóvenes.
En definitiva, el antifeminismo es uno de los dos pilares del discurso radical de la ultraderecha de Vox para conseguir votantes y lo más grave es que este discurso le funciona. Cuanto más antifeminismo hace, más excita a los radicales ultraconservadores de derechas. Es uno de los vectores, por las razones mencionadas más arriba (desencanto social, sentimientos de amenaza de la masculinidad retrógrada y patriarcal, expectativas económicas inciertas, etc. ), que explica la subida del voto a la ultraderecha radical.
