martes 16 julio 2024

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Cosas nuestras

Isabel Franc

OPINIÓN

Cercano el día más orgulloso del año, he sentido el impulso de recordar o simplemente nombrar a algunas de las nuestras, las que nos han abierto y abren camino.

Los martes a última hora, en casa se paraliza la actividad doméstica, familiar y zoológica. Todas las miradas (perro incluido) se concentran en la pantalla del televisor. Es el momento de Gentleman Jack, la serie de HBO sobre la vida de Anne Lister, cuyos diarios acaba de publicar Ménades editorial con un éxito abrumador.

Anne Lister, terrateniente, culta, viajera, inteligente y seductora, era también una transgénero sin complejos: vestía de negro y sombrero de copa, propio de los hombres, de aquí que la llamaran Gentleman Jack, y no ocultaba sus inclinaciones afectivo-sexuales; incluso llego a casarse, sin reconocimiento legal —sería demasiado— con la heredera Ann Walker. Plasmó sus aventuras en una serie de diarios que desde su adolescencia no dejó de escribir. Más de 4 millones de palabras, gran parte de las cuales encriptadas en un código que combinaba álgebra, griego antiguo, símbolos matemáticos, de puntuación y zodiacales. Y sí, vuestra agudeza no os ha fallado, la parte codificada correspondía a detalles íntimos de sus relaciones con otras mujeres.

En la introducción de Caballero Jack: los diarios de Anne Lister (Ménades 2019), se detalla el folletín que siguieron esos diarios desde que se descubrieron hasta que fueron descifrados y publicados. Todo muy curioso, pero lo más importante es que si se salvaron fue por la buena voluntad de un descendiente de la familia, John Lister, quien, en lugar de destruirlos como le habían aconsejado, los escondió. Y el destino hizo el resto. Todo, en conjunto, resulta tan apasionante, que os invito a entrar en la vida de esta mujer fascinante, que está considerada “la primera lesbiana moderna” de Gran Bretaña. Pero, vete a saber. El caso es que si hubieran destruido sus diarios, ni sería la primera ni siquiera sería, lo que me lleva a pensar que quizás no sea estrictamente la primera. Cuántas más habrá habido antes que ella de las que no se conservan diarios ni cartas, bien porque no los escribieron, bien porque sí fueron destruidos.

Del trabajo de mujeres brillantes (y de las mujeres brillantes) que no han escondido sus inclinaciones lésbicas se conoce bien poco. Me vienen a la mente dos pioneras del cine que, ni estando, como estoy yo, en el tema, son conocidas como se merecen. Germaine Dulac, primera cineasta feminista y segunda directora del cine francés después de Alice Guy (a quien la Mostra Internacional de Films de Dones de este año ha recordado con la proyección de “Be Natural” de Pamela B. Green). Sus películas se conservan gracias a su compañera y asistente Marie-Anne Malleville, quien evitó que fueran destruidas por los nazis durante la ocupación de París. Una de elles, “La Coquille et le clergyman” (La concha y el sacerdote), está considerada un clásico del cine surrealista junto con “El perro andaluz” o “La edad de oro” de Buñuel y Dalí, ellos sí, bien conocidos. O Dorothy Arzner, la única directora que dio el salto al sonoro, considerada entre “los 10 mejores” de Hollywood, primera mujer que dirigió una película hablada, inventora de micrófonos móviles, primera en ser inscrita en el sindicato de directores más poderoso de Hollywood y primera en declararse abiertamente lesbiana. Y este último dato no es gratuito ni casual, es necesario destacarlo por aquello de la invisibilidad, la doble discriminación y la falta de referentes. Hace tiempo que insisto en ello y me alegra saber que no soy la única. En su artículo “Una alcaldessa negra i lesbiana” (y sí, es importante decirlo), el siempre lúcido Isaias Fanlo, lo expresa hablado de Lori Lightfoot, la primera mujer de origen afro-americano y abiertamente lesbiana que accede a la alcaldía de Chicago; una reflexión para quitarse el sombrero (de copa, como el de Anne Lister).

Cercano el día más orgulloso del año, he sentido el impulso de recordar o simplemente nombrar a algunas de las nuestras, las que nos han abierto y abren camino. Consuela saber que siempre hay una primera vez, ¿verdad? Por cierto, que en TV3 sigue adelante la trama de los amores entre Joana y Paz, dos señoras de una cierta edad (qué bonito), que tienen una relación y todavía no han acabado con amargas lágrimas en un pozo de soledad. Si continúan así, será el primer happy end lésbico-madurito de la historia en una televisión pública. Pero lo digo con la boca pequeña porque, aun estando en el tema, se me puede haber escapado algún título por falta de eco mediático. Y, por otra parte, ¿cuántos intentos de producción, cuántas ideas y proyectos no habrán llegado a materializarse porque son minoritarios, no interesan a nadie o eso es solo para vosotras? No nos engañemos, una serie sobre los guerreros de Shian o los jugadores de rugbi samoanos y su danza haka (pongo por caso) es potencialmente universal, puede interesar a todo el mundo; una serie de lesbianas es cosa nuestra y aún gracias.

¡Buen orgullo, chicas!

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Drina Ergueta

Periodista y antropóloga. Comunicación y feminismo son sus temas predilectos desde hace más de una década. Articulista en medios bolivianos y portales feministas de España/México.
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