Víctimas de trata (Foto pulitzercenter).
Dos investigadoras norteamericanas afirman que la crisis de las personas refugiadas provoca cambios importantes en la economía y en las relaciones de poder a nivel global, en base a un estudio dado a conocer recientemente.
Estamos asistiendo a un fenómeno, el de la migración, que es parte de la historia humana pero que en estos últimos años, por sus dimensiones y rapidez, se ha vuelto un gran desafío para las sociedades europeas, que se están dividiendo entre acogedoras y no acogedoras.
Campañas informativas, claramente racistas, asocian migrantes con terrorismo y criminalidad, haciendo crecer en la población el miedo y la hostilidad hacia los foráneos.
En medio de tantos debates agitados y confusos que proliferan sobre el tema, son especialmente apreciadas unas investigaciones en profundidad, como la de dos periodistas norteamericanas especializadas en documentales multimedia, Malia Politzer y Emily Kassie, que han recorrido cuatro puntos claves o “hotspot” del fenómeno migratorio: Níger, Turquía, Sicilia y Berlín, para observar los cambios que se dan en estas sociedades.
Se trata de cambios tan fuertes en la economía y, por ende, en las relaciones de poder y en la política, que las investigadoras no dudan en definirlos como un nuevo “Gold Rush”, una nueva “carrera a por el oro” del siglo 21, pero esta vez con dimensiones globales.
“The 21th Century Gold Rush”- Como la crisis de refugiados cambia la economía mundial-, es el título de su investigación, publicada en diciembre del 2016, con el apoyo del Pulitzer Center on Crisis.
Turquía, trata y comercio informal
En Turquía, en las ciudades cercanas a la frontera con Siria, como Gaziantep, las periodistas observan como las personas refugiadas de Siria, sin permiso de trabajo, han tenido que enviar a sus hijos e hijas a trabajar para sobrevivir, con lo que 400.000 menores no están asistiendo a la escuela. Chicos y chicas reciben la mitad de la paga que les corresponde a las personas adultas. Mientras, los sueldos y las oportunidades de trabajo, sobre todo para las mujeres locales, han disminuido.
En Siria, la economía se ha desplomado en un 75% y falta de todo. Por eso en las ciudades de la frontera con Turquía hay quien ha podido prosperar produciendo o comerciando alimentos, medicinas o materiales de construcción, sea hacia las zonas controladas por el gobierno o la que está en manos de grupos de oposición o ISIS.
De hecho, los impuestos sobre el paso de las mercancías y las personas entre un lugar y otro, así como la trata entre zonas “enemigas” y los raptos, han resultado enormemente más rentables que las actividades de una economía formal. Este es uno de los motivos por los cuales esta guerra parece destinada a permanecer al infinito, señalan las investigadoras.
Agadez, paso de migración obligada
Para conocer la ruta y las modalidades de la migración África-Europa, las periodistas han viajado a Agadez, una ciudad situada en el centro del Níger y que desde el año 1400 es el centro de intercambios en el Sahara, considerada parte del patrimonio artístico de la humanidad por la UNESCO. El colapso de Libia transformó esta ciudad convirtiéndola en un punto de paso para los migrantes subsaharianos que se dirigen al norte, cruzando el terrible desierto de Teneré.
En Agadez, las investigadoras tomaron nota de cómo un grupo de personajes se está enriqueciendo a costa de la migración: son los “agentes de viajes” informales en exclusiva que organizan el viaje desde los pueblitos del Burkina Faso o Gambia, ofreciendo alojamiento, transporte y comida a lo largo de las paradas, como Agadez. Ellos son responsables que los y las migrantes lleguen sanos y salvos a la “Casa Blanca”, el principal punto de tránsito en Libia hacia Europa.
Además, están los dueños de los güetos donde tienen atiborradas al menos a cien personas, están los choferes de los camiones que cruzan el desierto, los policías que recogen las coimas, los explotadores de la prostitución… todos cogen su tajada.
Muchas jóvenes originarias de pueblos de Gambia o Nigeria, convencidas por parientes o “madames” (ex prostitutas), buscan llegar a Europa con promesas de riqueza o son obligadas a migrar para salir de la pobreza y “amarradas” con los ritos mágicos de “juju” por curanderos locales.
Allí, en Agadez, tienen su iniciación en la prostitución, entre golpes y violaciones. Mantenidas encerradas todo el día, después de la quinta y última oración musulmana de la tarde, las chicas son puestas en la calle hasta ganar, lo que corresponde a 3 euros por cada servicio sexual, la cifra de 3.000 euros necesaria para ser trasportadas a Libia.
El “agente de viaje”, que organiza el transporte y estadía de un promedio de 66 migrantes al mes, llega a ganar el equivalente a 17.000 euros en total; sin embargo, las mayores ganancias las tienen los traficantes de droga (hachís, cocaína y un opiáceo analgésico) que es escondida en camiones (que cargados de gente) que cruzan el desierto en dos o tres días (muchas veces por rutas alternativas y más peligrosas para evitar las “mordidas”) hasta llegar a Libia, donde la droga es repartida entre varios contactos.
Si en el viaje hay un fallo mecánico, es el infierno. Según el Danish Refugee Council, las muertes en el desierto, no contabilizadas, superan las que se registran en el Mediterráneo.
Una vez llegados a Libia, los y las migrantes avisan al agente de viaje que todo ha ido bien, y éste paga al dueño del camión. Antes de regresar, el camión se llena de armas para ser vendidas a grupos secesionistas en Níger, a Al Qaeda en el Magreb, al grupo ISIS, o a Boko Haram en Nigeria, entre otros.
Así Agadez se ha vuelto un próspero mercado de armas, lavado de dinero, tráfico de migrantes y prostitutas. Un río de dinero que no beneficia la población, sino los actores del tráfico y las amistades del gobierno.
En Libia, los migrantes hombres pueden ser raptados por las milicias o esclavizados por empresarios, en tanto que las mujeres pueden sufrir nuevas violaciones, pero la mayoría de estas personas aguantan todo con tal de pisar el soñado suelo de Europa.
A la espera del viaje. (Foto: Pulitzercenter)
Italia, asociaciones peligrosas
Teóricamente, Sicilia e Italia deberían ser una parada transitoria; sin embargo, por la falta de compromiso en la repartición de cuotas de migrantes entre los estados de la Unión Europea, Italia tiene una situación cada vez más problemática, teniendo que gestionar la acogida y selección de 185.000 personas llegadas en 2016, además de integrar a las centenares de millares llegadas anteriormente.
Se necesitan de seis a 18 meses para que sea examinado el pedido de asilo y definida una reubicación y, mientras, tanto las personas migrantes no tienen permiso de trabajo. Después, cuando la mayoría encuentra denegado el permiso, no tienen ni posibilidad ni voluntad de regreso por falta de acuerdos con los países de origen y el alto coste del viaje. Entonces, ¿qué pueden hacer en medio de la nada, en un país que tiene el 42% de desempleo juvenil?
Es fácil imaginar cómo los trabajos ilegales en el tráfico de drogas o trabajos sucios para la criminalidad local pueden volverse atractivos. En este contexto, se han observado cambios de actores en el mercado de Ballaró, un antiguo mercado de Palermo y antes dominado por la mafia de la Cosa Nostra, que obligaba los empresarios a pagar un impuesto de “protección”: ahora es frecuentado por bandas de africanos, como la Black Axé de nigerianos.
¿Qué pactos se ha dado entre la Cosa Nostra y las bandas africanas? Al parecer, la mafia siciliana, golpeada por la justicia en estos últimos años, ha aprendido a diferenciar sus ingresos, incursionando sobre todo en la (mala) gestión de centros para migrantes. Actúan también como los “agentes de viaje” de Agadez.
La Cosa Nostra mantiene el tráfico de droga en amplia escala, pero permite a gente africana hacer el pequeño tráfico en la calle (vendiendo a los suyos, no llevando armas sino machetes, pagando algo por el uso del territorio) y, sobre todo, les dejan el lucrativo negocio de la prostitución de mujeres africanas, que ha tenido en los últimos tres años en Italia un aumento del 300%.
Las mujeres, para poder liberarse de sus captores, deben pagar desde 30.000 a 50.000 euros. Osas Yvonne, una ex prostituta nigeriana, ha fundado en Palermo una asociación, en contacto con África, para tratar de hacer entender a las mujeres de Benin City, en Nigeria, que el dinero no cae de los árboles en Europa y en ese oficio les espera una vida muy dura.
Otra preocupación es el hecho de que las bandas africanas, de las que las personas migrantes son víctimas y no aliadas, pueden tener en un futuro más posibilidades de acción en Europa.
Acogida alemana
En cuanto a Alemania es el país más fuerte de Europa que ha acogido en 2015 más de un millón de personas refugiadas, entre hombres y mujeres, con la intención de integrarlas y paliar la próxima gran crisis demográfica del país, que pone en riesgo su welfare. Ha tenido que enfrentar el desafío de alistar en 24 horas un gimnasio, o un hangar, hasta el viejo aeropuerto usado por las ceremonias de Hitler (el Tempelhof de Berlín), para cobijar 1.000 o 2.000 personas recién llegadas.
Inicialmente para estas tareas fueron llamadas organizaciones sin fines de lucro, pero, no pudiendo dar abasto o no teniendo suficiente experiencia, sucesivamente fueron convocadas compañías privadas que ofrecen servicios de acogida, conteiner, casas inflables etc. a precios más baratos de economía de escala, pero con resultados regulares en la calidad.
En cuanto al trabajo, hasta ahora han sido contratados solo 63 migrantes en grandes empresas, pues el aprendizaje de idioma y procedimientos tecnológicos piden tiempos bastante largos. Mientras tanto, los partidos nacionalistas como Alternativa para Alemania, de Frauke Petry, soplan en el fuego del racismo y aumentan su influencia.
¿Sabrán los pueblos de Europa aceptar el desafío de la multiculturalidad o se dividirán aún más? Se preguntan las periodistas norteamericanas.
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