OPINIÓN
A Carlos París, in memoriam
El curso para iniciar en la prostitución a mujeres neófitas, que se organizó en Barcelona el mes de febrero pasado, nos sitúa ante un fenómeno impensable hace pocos años.
Se trata del hecho que se haya permitido, incluso por las instituciones políticas, que se lleve adelante una campaña de gran difusión en nuestro país para que se considere la prostitución como un oficio igual a cualquier otro, perfectamente admisible socialmente, que permite incluso que se impartan cursos de formación profesional. Cuando presenté la ponencia sobre la abolición de la prostitución en el Senado y en el Parlamento, escribí unos comentarios sarcásticos precisamente sobre este hecho: si hablábamos de un oficio tendríamos que dar cursos para enseñarlo. Entonces creí que era broma desagradable, hoy lo desagradable es que se ha convertido en realidad.
Es evidente que seguimos en la misma sociedad patriarcal de muchos siglos anteriores, cuando la prostitución era una institución reconocida para que los hombres pudieran disfrutar de las mujeres a su libre albedrío. Los ardorosos defensores de la prostitución no están defendiendo una reforma moderna. Por el contrario, no dicen nada que no hubieran contemplado con anterioridad el Derecho Romano, en el que la prostitución se hallaba regulada minuciosamente. Causa sorpresa comprobar que los argumentos que utilizan los pro legalización son los mismos que usó Santo Tomás para justificarla, aduciendo las necesidades sexuales de los hombres.
Lo realmente moderno y avanzado es abolirla como están haciendo en Suecia. No es una casualidad que tal medida se implante en el país más avanzado del mundo.
A la organización patriarcal antigua se une, en el dominio que ejercen los hombres sobre las mujeres prostituidas, el más descarado machismo. Ninguna de las mujeres que se encuentran sometidas a esa explotación sexual lo ha escogido voluntaria y libremente como se pretende, ni se encuentran satisfechas con semejante esclavitud. Todas son utilizadas por uno o varios chulos, todas son expoliadas por el proxeneta y todas son maltratadas por los clientes y por los macarras.
Por ello, la ONU ha declarado que la única esclavitud que subsiste hoy día es la prostitución y el tráfico sexual de mujeres y menores, y que la prostitución no es un trabajo porque carece de la dignidad necesaria para ello.
Porque la verdadera reflexión que hay que hacer es sobre la dignidad humana. La ética de las decisiones radicales, como decía el filósofo Carlos París, recientemente fallecido. Cuando se trata del tema de la prostitución no hay posibilidad de hablar de Dignidad Humana. Sólo se habla de dinero. Suponer que los servicios sexuales se pueden vender igual que se vende cualquier objeto, forma parte del pensamiento moderno que ha llevado a la perversión que padece nuestra sociedad.
Pero que esta inanidad de la dignidad de las mujeres se plantee en el día de hoy, después la Declaración de Derechos Humanos de la ONU de 1948, y de la Declaración de Derechos de la Mujer y de que se creara el Comité de No Discriminación Contra la Mujer, y de la aceptación universal de la igualdad de todas las personas, parece verdaderamente anacrónico y terrible.
Pero esta escala de valores no la podemos aceptar nosotras. Porque, ¿queremos que nuestras hijas se dediquen a la prostitución? Alguno de los que defienden la legalización, o las que aseguran que es un trabajo como otro cualquiera, ¿por qué no se han dedicado a la prostitución? ¿O habrían inducido a hacerlo a su madre o a su hermana? Esa distinción significa que todavía hay dos clases de mujeres.
Y, en definitiva, ¿queremos que nuestros hijos sean clientes de la prostitución?, ¿queremos una sociedad en la que los hombres vayan a los burdeles los fines de semana. Estas son las preguntas fundamentales que tenemos que hacernos en el momento actual.