OPINIÓN
En 1968 conocí a una mujer que escribía una columna llamada Ellas y la Vida en el diario El Día, donde yo comencé mi actividad profesional. Era una mujer hermosa, de unos 60 años, pelo cano y uno ojos vivos y sugerentes.
Era comunista, sin grupo o partido. Estaba segura que el mundo no podría avanzar en el terreno de la democracia, si no estaban las mujeres. Se llamaba *Adelina Zendejas.
Ella me enseñó a mirar a las mujeres en la actividad periodística y me dio las primeras lecciones de igualdad. Su elocuencia y sabiduría marcaron durante los siguientes 25 años mi existencia intelectual.
A la vuelta de un año -la conocí en noviembre- ya estaba yo delante de una máquina de escribir, tomándole dictado para un libro, aún inédito, sobre los Derechos de la Mujer Mexicana. Durante muchos meses leí sobre su escritorio una revista que se publicaba cada 15 días y se llamaba Mujer. Fue ahí donde tomé mis lecciones de hechos.
En esa época yo era una egresada del Movimiento Estudiantil de 1968. Aunque me hice militante cardenista a los 14 años, fui comunista cinco años antes del 68. El movimiento me convocó cuando ya estaba madura respecto de mi orientación ideológica. Tenía 18 años y el frenesí de la movilización nacional hizo, sin que tuviera conciencia de su significado y trascendencia, que transgrediera todas las normas establecidas para la vida, conducta, y las pautas esperadas para las mujeres. Incluso rompí con un romance que me hubiera llevado, como a millones de mexicanas, a casarme casi adolescente.
El movimiento, del que surgieron las dirigentes del nuevo feminismo mexicano, me dio muestras necesarias para distinguir entre la igualdad y la desigualdad, entre la justicia y la injusticia. En el 68 la juventud occidental rompió amarras y de ahí para adelante era claro que era mejor hacer el amor que la guerra; que podíamos compartir hombres y mujeres en las marchas, en las demandas. Rápidamente se me configuró una clara visión de cómo los problemas no eran individuales sino colectivos. Pero también que las chicas éramos “protegidas” por los chicos y estuvimos muchísimas en la cocina del movimiento, y hubo muy pocas dirigentes. Yo fui una de ellas.
Estuve en el edificio Chihuahua de Tlaltelolco, aquella tarde sangrienta del 2 de octubre. Puede ver cómo recibió una bala la periodista Oriana Fallaci y esa noche, encontré refugio en la casa de otra periodista, que también sería, años después, también mi mentora y amiga, María Luisa, La China, Mendoza. Un mes y medio después empecé a hacer periodismo.
Tenía esa inquietud indescifrable que te marca y te hace preguntarte, una y otra vez, ¿por qué las libertades de los hombres son distintas a las libertades de las mujeres? y ¿por qué la diferencia? En esas circunstancias se atravesó en mi vida Adelina Zendejas.
En 1971 me hice feminista militante. Como reportera acompañé a las mujeres en sus primeras protestas por la muerte de muchas mujeres por aborto; disfrute del pequeño grupo fundamental para reflexionar tu adentro y descubrí que las mujeres tenemos una larga historia de rebeldía.
Lo que el feminismo me ha dado es una manera de ver y vivir la vida con gran gusto y algunos dolores.
Si alguien preguntara a qué corriente del feminismo me uní, fue a lo que ahora se conoce como el feminismo radical. Empecé a mudar algunas costumbres, abrí los ojos y aprendí del valor del pensamiento crítico, también construí mi vida en pareja desde otro lugar y conseguí incluirme en la vida social y política, desde ahí.
Se dirá que son cosas generales. Lo son, pero eso significó para mi armarme el día a día, no digo que con un compromiso, pero sí con un horizonte esperanzador. Me ubiqué en una esquina del periodismo que implicó la doble jornada laboral: hacer noticias comunes, como los hombres y hacer noticias sobre la vida, el devenir y las acciones de las mujeres, de las feministas.
Mi labor, “especial” no fue obstaculizada en el diario donde empecé a trabajar, al contrario, mi mirada feminista me dio un lugar muy pronto. Empecé a hacer crónicas y noticias sobre lo que sucedía a la población femenina muy rápidamente; ello me permitió ver todos los entramados de la vida de las mujeres que después tendrían un nombre: la discriminación.
Tuve el privilegio fantástico de mirar, cómo se fue construyendo el movimiento feminista de los años setenta en México, hasta la fecha. Se diría que estuve en el lugar preciso, a la hora señalada y en el sendero correcto. Eso no se pude planear, se dio.
Me armé de valor para enfrentar mi propia vida. Lo primero y más trascendente que hice fue casarme sólo por el civil. Luego a educar a mis hijos en igualdad, con algunos aciertos, y remontando dificultades. Durante 34 años viví con un compañero que hizo todos los esfuerzos por seguirme y comprenderme.
El feminismo me ha dado, a lo largo de 46 años, miles de oportunidades. Valorar mi actividad, entender las cuestiones del amor y la sexualidad sin culpas, entender a otras mujeres atadas a lo que imaginan su destino, pero sobre todo a decir, a hablar y escribir sobre todos los contornos de la opresión femenina. Lo he hecho desde el periodismo, pero también conseguí, un día, comprender muchos conceptos y muchas teorías y caminos del feminismo.
Debo decir que ser feminista no es fácil en una sociedad como la mexicana, donde la figura de la madre tradicional es intocable, pero contradictoria; donde el charro mexicano se atraviesa en muchas formas, donde las mujeres son consideradas como adicionales, disminuidas y desechables.
En mi campo, no obstante, conseguí siempre un espacio en las múltiples empresas periodísticas en las que he trabajado, tal vez porque estaba convencida, o por qué hallé quién me escuchara y admitiera. Así fue como en 1987, en el diario de mayor influencia política de la época, pude emprender la edición de DobleJornada dirigirla durante 11 años. Desde esa plataforma inauguré, en México, la primera agencia de noticias que diera cuenta de las noticias del feminismo, la que dirigí 15 años.
Mi opción feminista también me ha dado por tanto muchos dolores. Reconocer que el proceso de transformación de las relaciones entre hombres y mujeres, es tremendamente lento. Conocer, reconocer y comprobar que la violencia contra las mujeres se vive en grandes segmentos de las sociedades como algo natural, que no sirven leyes, declaraciones ni discursos para reivindicar y liberar a las mujeres, y sobre todo darte cuenta que tu hacer es casi nada para cambiar estas cosas, porque lo que hacemos no modifica como esperaríamos, este enorme constructo del patriarcado que nos acosa.
Vivir como feminista, en cambio, me abrió mil ventanas, mil puertas. Mi pensamiento se ha ido educando en democracia. No siempre lo logro, pero muchas veces he pensado que estos aires de libertad con que me asomo a la vejez, no existirían si yo no me hubiera hecho feminista.
Además el feminismo, su práctica, el convencimiento de que era mi único camino, me ha dado cientos de oportunidades, incluso las que me han llevado por el mundo, las que me han conducido a una de las proezas humanas más sensacionales: la amistad de muchas mujeres y algunos hombres extraordinarios.
El feminismo también me ha obligado suavemente a educarme, a leer y escribir, durante más de cuatro décadas de vida profesional como periodista y me ha hecho comprender que aún estamos lejos, pero no tanto, de conseguir sociedades más equilibradas y decentes.
El feminismo es mi referente y lo será para todo lo que me falte por hacer. Soy feliz, con todo y mis rabietas, mi indignación que crece con el sistema violento e injusto en que vivimos, a pesar de las crisis económicas y políticas en que vive mi país. Siempre pienso que las mujeres con nuestro feminismo llegaremos más pronto y más lejos.
*La vida cotidiana para las mujeres puede ser terrible. Es mucho más llevadera cuando se sabe dónde están los nudos y cómo deshacerlos.
Adelina Zendejas.