viernes 29 marzo 2024

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Stacey Abrams, una activista de cine, o el peso de cada voto

  

Eulalia Lledo 2

 

OPINIÓN

La activista y abogada georgiana Stacey Abrams es una de las rocas más sólidas en las que se edifica la derrota de Donald Trump en las elecciones del pasado 3 de noviembre.

 

 

Aunque la historia comienza mucho antes, el punto de inflexión es en 2018 a raíz de la fraudulenta derrota que sufrió Abrams por sólo 50.000 votos en las elecciones a gobernadora de Georgia ante el republicano Brian Kemp, juez y parte en la contienda electoral puesto que, como secretario del estado, fue el responsable directo de suprimir (“purgar”, lo llaman allí) 1.400.000 de votos; 700.000 cancelaciones sólo en 2017; en una sola noche de julio de 2017 se canceló la inscripción de medio millón de votantes con excusas como que eran personas que no votaban habitualmente; ¡debe ser el único derecho del mundo que se pierde si no lo ejerces! No se notificaban las depuraciones.

A partir de 2014, Kemp cerró 214 colegios electorales, con las inacabables colas y desplazamientos que ello supone. Para las elecciones del 2018, suspendió el registro de 53.000 personas, en algunos casos porque faltaba un guión o un apóstrofe en el apellido; más del 75% pertenecían a minorías.

En vez de hundirse y abandonar (Abrams no pronunció ningún discurso de concesión; al contrario, anunció la creación de la Fair Fight Action), hizo lo que había hecho desde muy pequeña y había visto hacer a su madre y su padre: luchar para que la gente pudiera votar; especialmente la gente negra; las minorías raciales; la gente pobre; durante muchos años, las mujeres globalmente; es decir, la gente a la que desde siempre el poder, el establisment impide o dificulta —por los medios que sea— el derecho a voto. En febrero del 2019 Abrams fue elegida por el Partido Demócrata para dar la réplica al presidente Donald Trump en el debate del estado de la Unión. La primera negra en dársela. Me imagino cómo debió de enfurecerlo.

A su activismo hay que agradecer que el estado de Georgia —durante décadas feudo republicano— sumara a la victoria demócrata los 16 votos que le corresponden como colegio electoral; también ha sido vital para que los dos escaños al Senado los hayan ganado dos demócratas en unas elecciones tan reñidas que tuvieron que ir a una segunda vuelta.

Primero a través del New Georgia Project, dedicado a garantizar y animar el acceso a voto y proteger los derechos de la ciudadanía y luego a través del movimiento Fair Fight Action, que en dos años ha conseguido registrar a más de 800.000 votantes; casi el 50% jóvenes.

Abrams, que además es escritora, lo ha explicado en dos libros y ha producido una película All In: The Fight For Democracy (EEUU, 2018), dirigida por Lisa Cortes y Liz Garbus. Se desmenuza cómo desde el mismo momento en que fue aprobada la Decimoquinta enmienda de la Constitución en 1870, los diferentes poderes la han torpedeado. Esta enmienda establecía que los gobiernos de los Estados Unidos no podían impedir a un ciudadano (nótese que, como es habitual, cuando a la “ciudadana” no se la menciona es porque no se la tiene en cuenta) votar por motivo de raza, color o condición anterior de servidumbre.

Cuando en EEUU se empezó a votar, lo hacía el 6% de la población, es decir, los hombres blancos terratenientes. Como es bien sabido que “perder” privilegios es muy duro, pobrecillos, las trabas comenzaron. Por ejemplo, en Mississipi en 1890 los negros tenían que pagar para votar y pasar una prueba de alfabetización, o perdían el derecho si eran condenados; o simplemente se asesinaba a sangre fría a quien osaba votar La consecuencia es que en Mississipi, al principio de tener el derecho, votaban un 67% de los negros, pero después de la Segunda Guerra Mundial sólo ejercía el derecho a voto el 3%.

Especial mención merece la cruda lucha por el voto femenino, no conseguido hasta el 1920, fecha en que se ratificó la Decimonovena enmienda. De hecho, las sufragistas, las mujeres, fueron quienes protagonizaron, ya en 1913, la primera masiva manifestación o marcha sobre Washington.

All In: The Fight For Democracy explica a grandes rasgos y en general —sobre todo a partir de las leyes Jim Crow (1877-1964)— y también a partir de detalles bien clarificadores, cómo se fue restringiendo más y más el derecho a voto.

El aleccionador comienzo de otro film, Loving de Jeff Nichols (EEUU, 2016), lo muestra con unas imágenes que conmocionan e indignan. Loving se basa en la historia real de la negra Mildred y el blanco Richard que cometieron el delito de casarse en Virginia en 1958 y las subsiguientes penalidades hasta que la causa llegó al Supremo.

Los republicanos, sin pausa, han endurecido los requisitos para identificarse, han dificultado registrarse como votante y han reducido el voto adelantado”

La lucha por ejercer el derecho constitucional al voto desafiando la represión segregacionista y, especialmente, las tres marchas de protesta de Selma a Montgomery, realizadas en 1965, espolearon u obligaron al presidente Lyndon B. Johnson a emprender la Ley de Derecho al Voto, que se promulgó también en 1965, para prohibir las prácticas discriminatorias contra el derecho a voto de la población afroamericana sobre todo la del sur.

El Partido Republicano siguió esforzándose por restringir el voto en los estados que controlan con la excusa de potenciales fraudes electorales, aunque lo desacrediten incontables análisis académicos. Sin pausa, han endurecido los requisitos para identificarse; han dificultado registrarse como votante; han reducido el voto adelantado; han complicado la restauración de derechos a las personas con antecedentes penales. Huelga decir que la campaña se endureció bajo la presidencia de Donald Trump. En 2016 sugirió que votaron tres millones de ilegales, la misma cifra en que lo superó, por cierto, en voto popular Hillary Clinton.

Ahora bien, el punto de inflexión de las restricciones al derecho a voto debe situarse en 2013 cuando el Tribunal Supremo en la causa Shelby County vs Holder decidió eliminar las garantías que se habían establecido en la Ley de Derecho al Voto de 1965 para proteger el sufragio.

El Supremo decidió que no eran necesarias, la prueba era que un negro como Barack Obama había podido ser elegido presidente. Seguramente escocían, y mucho, los quince millones de votantes más que atrajo a las urnas. El Supremo lo que hizo fue, pues, eliminar las protecciones que garantizaban que algún Obama pudiera llegar a la presidencia. Como la notoria y añorada jueza Ruth Ginsburg dijo en su voto en contra de la decisión: “Eliminar las garantías previas cuando han funcionado y siguen funcionando para detener los cambios discriminatorios es como tirar el paraguas durante una tormenta porque no te estás mojando”.

A raíz de esta sentencia, el Partido Republicano intensificó las restricciones al voto allí donde pudo.

Cuando se repasan todas estas leyes, trabas y dificultades históricas, constantes, pertinaces, al voto de la gente desposeída, se entienden mejor las críticas enfurecidas de Trump contra el resultado de las últimas elecciones; las diatribas contra el voto por correo. No, Trump no partía de cero; se adscribe a una reaccionaria, putrefacta y abyecta tradición racista arraigada, por ejemplo, en el sudismo o en el Ku Klux Klan.

Quedémonos con la activista Stacey Abrams. Sonó como candidata a la vicepresidencia pero quizás porque esa activista no acabó cuajando.

No, Trump no partía de cero; se adscribe a una reaccionaria, putrefacta y abyecta tradición racista arraigada”

Más vale mirar All In: The Fight For Democracy que no gastar ni un minuto más en un perdedor cobarde como Trump que espoleó a su gentuza para que marchara sobre el Capitolio y menos de veinticuatro horas después la abandonaba a su suerte para salvarse él (y sólo él) de manera ignominiosa. La mañana siguiente, al más puro estilo Ayuso, más de dos meses después de las elecciones y cuando faltaban menos de dos semanas para que Joe Biden jurara el cargo, dijo que procuraría que la transición fuera ordenada. A buenas horas mangas verdes. Avisos de su comportamiento, había a porrillo. Recordemos que Trump no movió ni un dedo cuando el pasado octubre el FBI desbarató el plan de la extrema derecha para secuestrar a la gobernadora de Michigan Gretchen Whitmer, o cuando el pasado abril, también a raíz de las medidas contra la pandemia, sus secuaces asaltaron, armas en ristre, el Capitolio de Michigan.

O perder un minuto mirando la fotografía de un individuo tocado con un gorro de piel de búfalo con dos cuernos, que seguro que piensa que la única gente india buena es la que está muerta, y que seguro que habría asesinado a cualquier guerrero dakota, (tal vez) a una guerrera lakota, que tuviera, sí, todo el derecho a llevarlo.

O, más cerca y en otro orden de cosas, más vale mirar la película (o Loving) que contemplar a unas “autoridades” perplejas porque no entienden cómo puede ser que no haya personal para vacunar cuando, de hecho, antes de que llegara la vacuna ya faltaban médicas y enfermeros y no se les pasó por la cabeza contratar a más. Que piensan, y así se comportan, que poner una vacuna es más difícil que crearla.

 

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Amada Santos

Amada Santos

Fotoperiodista i Socióloga. Activista Feminista, Defensora DDHH i Cooperant. Presidenta de la XIDPIC.Cat. Co-coordinadora i Editora de La Independent. Coordinadora Internacional a la RIPVG
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