sábado 27 abril 2024

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Reyes y reinas presos en sus armarios reales

 

Los palacios, además de tener pasadizos secretos y estancias ocultas, siempre han tenido armarios muy bien cerrados 

 Sissi

Sissi emperatriz (Wikipedia)


El libro Reyes sodomitas, de Miguel Cabañas (Egales) se suma a otros que intentan sacar del armario a más de un miembro de las monarquías reinantes y no reinantes de la historia. Los palacios, además de tener pasillo secretos, cámaras ocultas y ser escenario de tratados y fiestas, siempre han tenido armarios. Armarios muy bien cerrados de los que, poco a poco, van escapándose algunos príncipes y reyes. O hasta alguna reina, como Sissi emperatriz, que desarrolló una exagerada afición a coleccionar retratos de bellas damas.

 

Reino Unido
Aparte de los históricos y legendarios Alejandro Magno, Adriano y Julio César, a quien llamaban la reina de Bitinia por su relación con el rey Nicomedes, en esta lista de reyes con pluma los británicos ostentan un pequeño récord. Ricardo Corazón de León, que reinó en el siglo XII, es uno de los primeros monarcas homosexuales que nos ha dejado la historia. Su relación con otro rey, Felipe Augusto de Francia, hace de estos dos soberanos la pareja de ‘reinas’ por excelencia. “Ricardo, entonces duque de Aquitania, firmó una tregua con Felipe, rey de Francia, que desde hacía tanto tiempo le testimoniaba tanto honor que comían todos los días a la misma mesa, en el mismo plato y, durante las noches, el lecho no los separaba”, explicaba en sus crónicas el inglés Roger de Hoveden.

El rey Eduardo II Plantagenet amó sin ocultarlo a Piers Gavestón, primer conde de Cornualles. Esa preferencia, unida al recorte de privilegios de la nobleza que llevó a cabo durante su reinado (1307-1327) fueron una mala combinación para el rey y para Piers, que murió asesinado en 1312 después de años de intrigas de la aristocracia inglesa.

En el siglo XVII, el rey Jacobo I de Escocia y VI de Inglaterra tuvo una esposa protocolaria, Ana de Dinamarca, y cuatro amantes varones reconocidos: su primo, Esmé Stuart, sir James Hay y Robert Carr, al que nombró conde de Sommerset y, el último y más querido, George Villiers, al que concedió el título de duque de Buckingham y fue la persona que estuvo a su lado cuando murió, el 27 de marzo de 1625. “No soy ni Dios ni un ángel, sino un hombre igual a los demás y que confiesa amar por encima de todo a aquellos que han hallado un lugar en su corazón. Podéis estar seguros de que amo al conde de Buckingham más que a cualquier otro… Jesucristo tenía a su Juan Bautista y yo tengo a George”, declaró Jacobo ante el Consejo Real.

 

Francia
En Francia ha existido también una regia tradición homosexual. Si en el siglo XVI, en el día de su boda, Enrique III deseó con toda su alma lucir el traje de la novia que él mismo había diseñado para su esposa, en el siglo XVII el príncipe Felipe de Orleans, hermano de Luis XIV, se dedicó a escandalizar a la Corte con sus diseños, su exceso de maquillaje y su libertinaje. Monsieur, título que recibían los hermanos del rey, tuvo varios favoritos –Julio Mancini Mazzarino, Armand de Gramont, el marqués de Effiat– pero el preferido siempre fue Felipe de Lorena. Como era de rigor, Monsieur se casó. La primera vez con Enriqueta Ana Estuardo y, tras enviudar, con Isabel Carlota del Palatinado.

A Liselotte, como la llamaban, no le importaban las preferencias de su marido. Al contrario. Como escribió en su diario cuando decidieron su separación conyugal después del nacimiento de su tercer hijo: “Me sentí aliviada cuando mi esposo sugirió que tuviésemos camas separadas, pues, a decir la verdad, jamás hallé demasiado placer en tener niños”. También en el diario de la reina encontramos la siguiente entrada tras la muerte de Felipe: “Si se pudiese saber en el otro mundo lo que ocurre en este, Monsieur estaría muy satisfecho de mí, pues busqué todas las cartas que sus favoritos le habían escrito y, sin leerlas, las quemé para que no cayesen en manos ajenas”.


Península Ibérica
En el siglo XV, cuando la casa Trastámara estaba en el poder en el reino de Castilla, dos reyes quisieron ser reinas: Juan II y su hijo, Enrique IV. Ellos hicieron bueno el dicho de: ‘En Castilla de tal palo, tal astilla’. Juan II tuvo como amante a su valido, Álvaro de Luna, que fue el hombre más influyente y temido del reino hasta que fue ejecutado en 1453. Detrás de aquella muerte estaba al mano firme de Isabel de Portugal, segunda esposa de Juan y madre de la futura Isabel la Católica. El historiador de la época, Fernán Pérez de Guzmán, en sus crónicas Generaciones y semblanzas, escribía: “El rey Juan ni de noche ni de día quería estar sin don Álvaro de Luna, y lo aventajaba sobre los otros, y no quería que otro alguno lo vistiese ni tratase”.

Su hijo, Enrique IV de Castilla, recibió el apodo de El impotente por no ser capaz de haber tenido un hijo con su primera esposa, Blanca de Navarra, y porque la hija que tuvo con su segunda esposa, Juana de Portugal, era, según los rumores, de su favorito, Beltrán de la Cueva (de ahí que a la niña la llamasen Juana la Beltraneja). Y si con las mujeres Enrique no congeniaba, con los hombres no tenía problemas. Entre sus amantes estuvieron Juan de Pacheco, que pretendió alcanzar el mismo poder que Álvaro de Luna tuvo durante el reinado de Juan II de Castilla; Gómez Cáceres, “un joven de arrogante figura, belleza física y afable trato”, quien, según las crónicas de la época, gozó del favor real tan solo por esas virtudes, y Beltrán de la Cueva.

En el siglo XIX, un personaje de voz atiplada y gestos amanerados conquistó un espacio de honor en los armarios reales: el esposo de la reina Isabel II, Francisco de Asís, duque de Cádiz. A don Francisco lo llamaban en Madrid Paquita y su favorito fue Ramón de Meneses, duque de Baños. La reina Isabel solía contar a sus allegados el chasco que se llevó la noche de bodas cuando se dio cuenta de que su marido llevaba puestos más encajes que ella misma. Al día siguiente de su enlace la pareja ya dormía en aposentos separados.

A principios del XX, el infante Luis Fernando de Orleans, hijo de Eulalia de Borbón y primo hermano de Alfonso XIII, fue el homosexual real más destacado, brillante y escandaloso del momento. En París, Luis Fernando fue cliente habitual del hotel Marigny, un ‘must’ del ambiente parisino de la época, donde trabajó como relaciones públicas, y en Venecia vivió una época dorada junto a los gondoleros más apuestos. Luis Fernando se casó en 1930, a los 42 años, con la princesa Marie de Broglie, de 73 y heredera de una gran empresa azucarera a la que arruinó antes de dejar abandonada.

 

En nuestros días
Hace unos meses, en octubre de 2012, el libro Cuestiones reales provocó un tsunami real en Bélgica. Su autor, el periodista belga Frédéric Deborsu, ha puesto en el punto de mira al príncipe Felipe de Bélgica. “A los 39 años, Felipe tenía un problema con las mujeres”, afirma el periodista en su libro, en el que explica que el heredero habría mantenido, antes de casarse en 1999, una intensa relación con el conde Thomas de Marchant. “Durante varios años, los dos hombres estuvieron juntos. Pero el príncipe tuvo que ceder al chantaje de su padre y casarse con Matilde d’Udekem: ‘O te casas, o nunca serás rey’ le dijo Alberto II a su hijo”. Y Felipe, como otros tantos, se casó.

Otros casos recientes han sido los de Alberto de Mónaco, que ha mantenido su soltería hasta los 52 años, y el de Eduardo de Inglaterra, un apasionado del teatro que prefería el diseño a los uniformes, y que no logró acabar su formación militar. Los dos se han casado, aunque no sabemos si ocultan alguna cosa en sus armarios.

 

¿Una reina? ¿Sissi? 
Existe una leyenda de armarios alrededor de todo un icono de la feminidad real: la emperatriz Sissi. La escritora Ana María Moix se ha atrevido a cuestionar la heterosexualidad de la bella y eterna Sissi, desde una perspectiva de género histórico, en su novela Vals negro.

En ella se retrata la vida de la emperatriz, se menciona su amistad con numerosas mujeres de su época y su insistente afición a hacerse fotografías con sus amigas y admiradoras: “Una segunda mirada más atenta descubría que, en realidad, los cuatro marineros eran cuatro damas vestidas como tales, con blusa y gorro. Y una tercera mirada revelaba la verdad: ¡las cuatro damas vestidas de marino eran la emperatriz y sus damas! La emperatriz, sentada, tocaba la mandolina; Elena de Taxis, arrodillada a sus pies y con un perrito en brazos, la miraba como un enamorado; Matilde de Windischgrätz, en pie, sostenía un catalejo, y, al fondo, aparecía la húngara Lily de Hunyady, mirándolas a todas con expresión malvada”, se lee en un momento de la novela. Por si quedaban dudas de la naturaleza de las relaciones de Sissi y sus amigas, en esta novela de tinte histórico también se lee: “(…) a la impertinente y constante presencia de Lily Hunyady junto a la emperatriz, seguiría la de esa ‘gitana española (…) que no era otra que la deslumbrante María de Córdoba. Por las agrias damas me enteré de que la emperatriz se había encaprichado de la compañía de la española a su paso por Sevilla”.

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