Leila Mottley nació en Oakland (California, Estados Unidos de América) en 2002 y su primera novela se ha publicado en 2023 en Ed. del Periscopi traducida al catalán por Nuria Busquet Molist, Criatures nocturnes y en castellano en Plata Editores, con traducción de Daniel Casado, Entre las sombras de la noche. El título original de la novela, que estuvo nominada al Premio Booker 2022, es Nightcrawling, y arranca con esta dedicatoria: “para Oakland y sus chicas” que ya nos sitúa en un lugar y en unas personas, mujeres jóvenes, mujeres negras como la autora y las de las imágenes de portada de las ediciones catalana y castellana.
Oakland es una ciudad californiana situada en la parte oriental de la bahía de San Francisco y representa la California más intensa, más marginal y compleja socialmente, versus la California del sueño americano a menudo narrada al cine y en la ficción. Es donde sobreviven los diferentes personajes que desde la primera página va introduciendo la autora que arranca la novela con excrementos, burlas y risotadas: “La piscina está llena de mierda de perro y las risotadas de Dee se burlan de nosotros a primera hora del día.” Esta piscina estará muy presente en diferentes momentos de la sobrecogedora historia, una piscina maloliente, pero a la vez un espacio de evasión, como si dentro del agua el olor fétido desapareciera y diera lugar a una zona de confort, una posibilidad de empatía, de risas en medio de todos los callejones oscuros y sin salida que rodean a todos los personajes permanentemente. El agua como lugar poético donde encajar todos los golpes, donde liberar el dolor momentáneamente. Porque la historia no ofrece tregua al dibujar los diferentes tipos de violencias a las cuales hacen frente las mujeres en general y en concreto las mujeres como Kiara Johnson, la protagonista, negra y menor de edad, o como Leila Mottley, que empezó a escribir el libro con 17 años, hecho que impresiona durante toda la lectura y que hace que la voz con que se narran todos los errores que cometen los personajes, todas las situaciones de violencia y de riesgo en las que se encuentran, se expliquen con una naturalidad e incluso cierta frialdad que hiere de una manera especialmente penetrante porque parece como si los hechos fueran inevitables, como si se sucedieran las violaciones físicas, las violaciones de derechos y las violencias de manera natural y sin poder hacer nada más que acatarlas resignadamente. La crudeza con la que se explican las vivencias de Kiara es violenta por sí misma, porque nos sitúa en un punto de vista desde el cual ni siquiera te indignas con la injusticia ni dramatizas el dolor, un estado como anestesiado y resignado respecto a la propia existencia. Y, aun así, hay pequeños momentos de felicidad, de amistad y de empatía, incluso algunos pequeños placeres, que dan sentido a la vida.
Leila Mottley explica con lucidez la presión continua para llegar a pagar el alquiler, para encontrar trabajo de lo que sea -más que trabajo, ingresos-, para cuidar de un niño, Trevor, la madre del cual no puede hacerse cargo de él, y de un hermano inmaduro e inconsistente, como la mayor parte de los hombres de la novela. Las vivencias en primera persona de una chica, Kiara, que todavía no es mayor de edad para poder tener un trabajo como los que busca inicialmente pero que tiene que hacerse cargo de su manutención, de sobrevivir y cuidar del hermano, del vecino, de la madre, y se encuentra con la prostitución como salida para obtener dinero, o más bien es bruscamente conducida a ella. La desprotección total y el intento de buscar salidas que siempre acaban en frustración, en dolor físico o moral. Y la irrupción de las instituciones y las autoridades siempre es para empeorar las cosas, para causar más daños.
Según datos oficiales la tasa de pobreza en los Estados Unidos de América para el año 2022 era del 11,5% de la población y esto equivale a 37, 9 millones de personas (con criterios europeos, esta tasa de pobreza seria del 25,5%). La pobreza infantil era del 12,4% en 2022. Los datos de España no son comparables porque se miden de forma diferente, pero, según datos oficiales, en 2022 el 7,7% de la población española se encontraba en situación de carencia material y social severa y el 8,7% de la población llegó a final de mes “con mucha dificultad”. Estos porcentajes son desoladores si se cuentan en número de personas que llevan vidas como las de los personajes de Mottley y que están sometidas a los diferentes tipos de violencias y sufrimientos descritos en la novela y que me han recordado una película excelente del año 2017, The Florida Project, dirigida por Sean Baker y escrita por Chris Bergorch que explora esta marginalidad también desde el punto de vista infantil que, ajeno a la capacidad de comprender la maldad humana, se resiste buscando un mundo idílico imaginario y choca con la brutalidad institucional y con la crudeza de la realidad.
La novela es mucho más que una historia sobrecogedora, es un retrato de la vida en los márgenes, de la violencia y la desesperación de la pobreza, de la marginación social y la discriminación institucional, de pasar hambre, frío, dolor intenso, del machismo cotidiano y del más repugnante, de los abusos, de la prostitución, del racismo. Y quieres continuar leyendo a pesar de tener que parar de vez en cuando para respirar hondo o llorar; hay una fuerza en la historia, en la escritura, una energía para seguir y para salir adelante tan admirables, que hacen que esta lectura te atrape.
Al final, en los márgenes sociales, no hay futuro. Hay amor, hay pequeños momentos de comunión amistosa, pero el sistema sigue golpeando igual. Los momentos entrañables ayudan a vivir, pero la “mierda” de la piscina continúa en su lugar y la de la sociedad también.
