OPINIÓN
Queremos empleo, que trabajo nos sobra. Esa frase tan contundente no es mía, es de una de mis maestras sindicalistas, Imma Bernabé, mujer trabajadora tenaz en las reivindicaciones específicas de las mujeres trabajadoras y de la que aprendí mucho.
Podría hablar de brechas salariales, diferenciación a la hora de realizar las valoraciones de puestos de trabajo, suelo pegajoso, techo de cristal, segregaciones horizontales y un largo etc.
Pero hoy quiero hablar de un tema que es el gran ausente histórico en las reivindicaciones históricas fuera del feminismo. Se trata del trabajo doméstico.
Este que mezcla las tareas reproductivas con las productivas y me cuento con un ejemplo.
Tenemos a una pareja más o menos joven en la que ella es funcionaria docente y él trabajador industrial. Como en la pareja los dos trabajan, han podido empezar una vida en común y allá que van.Tienen horarios similares en duración y con jornadas partidas. Al terminar de trabajar tocan tareas domésticas. Y comienza el problema. Es necesario meter la lavadora, el lavavajillas, confeccionar la lista de la compra y diseñar la lista de comidas semanales así como organizar la limpieza de la casa. Una parte de estas tareas son claramente físicas y, al menos, de momento hay pocos problemas. Pero hay una parte que es claramente de organización en la que, tradicionalmente las mujeres han cargado con ella. Ver si queda arroz, detergente para la lavadora, lejía para limpiar, pan congelado, fideos o, en caso de que haya alguna criatura, comida específica para ella, pañales o ropita limpia para meterle. Y sólo son algunos ejemplos.
Esta carga mental acumulada en la jornada laboral y la doméstica que, en el mejor de los casos es compartida, que no corresponsable, es fuente inagotable de problemas emocionales para las mujeres. Y está comprobado.
Pero volvamos a nuestra pareja que ha decidido tener una criatura. Ambos cogen los permisos correspondientes sin ningún problema. Como ella es funcionaria y la madre de la criatura, decide pedir una reducción de jornada para el cuidado y atención de la criatura. Esta decisión, claramente reduce sus retribuciones y si la situación se alarga o nace otra criatura y se solapan las reducciones de jornada, a la larga supondrá una pensión menor por la dedicación de la madre al cuidado de las criaturas que son de los dos.
Y sumamos. La mujer suma a su jornada laboral reducida, la de las tareas de la casa más o menos compartidas, pero (casi siempre) con toda la carga mental de la organización del hogar, y el cuidado de los niños. O sea varias jornadas diferenciadas. Una retribuida y considerada ocupación y las demás que también es de trabajo que no lo están pero que, ante la falta de políticas reales de conciliación y ayudas a las familias, recae sobre las mujeres.
Si volvemos a la frase de Imma, veremos claramente la diferencia entre empleo por el que existe una retribución y trabajo, por la que no existe.
Y estos trabajos forman parte del buen funcionamiento del Estado y descansan sobre los hombros de las mujeres. Pero no aparecen en las grandes pancartas del primero de mayo salvando alguna pancarta feminista.
Desde aquí reclamo una reflexión sobre la diferencia entre los conceptos de empleo y de trabajos que también realizamos las mujeres con dobles e, incluso triples jornadas, frente al Día del Trabajo. Porque trabajo es todo. Y no todo debemos soportarlo nosotros, las mujeres.
Y, también, porque estamos hartas de esta carga mental nunca reconocida pero existente y que tantos dolores de cabeza nos causa.
