jueves 25 abril 2024

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Porqué necesitamos una eco revolución: la llamada de Naomi Klein

                                                          naomi klein

El cambio climático, con el previsto aumento en número e intensidad de huracanes, está llegando a las puertas de casa. No solo se ha elevado la temperatura del Pacífico, provocando el más destructivo tifón en la historia de Filipinas, sino la del mismo Mediterráno.

 

Prueba de ellos, el ciclón Cleopatra que ha devastado partes de la Cerdeña, (aquellas donde se había construido en orillas de ríos, contraviniendo reglas de buen sentido), ha dado una severa advertencia a los que vivimos alrededor del Mare Nostrum.

 

 

naomi klein

                                                                 Foto:Naomi Klein. Delamediterrania.blogspot

 

Sin embargo, en la cumbre de las Naciones Unidas sobre el Clima celebrada recientemente en Varsovia, los representantes de los países desarrollados llegaron sin ofrecer ninguna medida concreta de reducción de emisiones, al contrario elevando un himno a la producción del carbón “limpio”, tanto que las ONG ambientales dejaron la cumbre, aduciendo que era una farsa, y mejor usarían su tiempo para ir informando a la opinión pública.

 

 

Las previsiones son sombrías. Las emisiones de dióxido de carbono relacionadas con la energía, según la AIE (agencia Internacional de Energía) crecerán en un 20% hacia el 2035, elevando la temperatura global a 3,6 grados, muy por encima del objetivo de 2 grados, acordado a nivel internacional. Estados Unidos, Canada, Japón, (que sigue regalándonos desde la central de Fukushima agua radioactiva que termina en el océano), Australia y nueva Zelanda se han negado a pagar algún tipo de coste para reducir emisiones.

 

El petróleo seguirá siendo la principal fuente de energía: en 2012 ha recibido subvenciones gubernamentales por 544.000 millones de dólares, mientras las energías renovables recibieron 100.000 millones. A estas alturas, la gran pregunta que nos hacemos es: ¿Ya está jodida la Tierra? ¿No nos queda que resignarnos a que la especie humana se auto destruya?

 

Esto es lo que preguntaron también los periodistas a los 24.000 geólogos y astrónomos reunidos en diciembre del 2012 en su congreso anual en San Francisco, y en especial al afamado geofísico Brad Werner, un investigador de sistemas complejos, con pelo teñido de rosa. “En la globalización, la explotación de recursos es tan rápida, fácil y libre de barreras que, en respuesta, “los sistemas tierra-humanos” se están volviendo peligrosamente inestables”, había declarado Werner. Entonces, ¿estamos jodidos? Le preguntó un periodista, y Werner le contestó con un diplomático “Más o menos”.

 

Sin embargo, según el geofísico hay un motivo de esperanza, pues, en todos los sistemas complejos hay un “punto de fricción”, una válvula de escape por la que se cuela lo imprevisto, la variable resolutoria. Werner lo denominó “resistencia”: los movimientos de grupos de gente, como indígenas, trabajadores, y activistas que “no encajan con la cultura capitalista, y hacen acciones directas medioambiental, con protestas, bloqueos y sabotajes”.

 

De hecho, en la historia las culturas dominantes han evolucionados gracias a los movimientos sociales que han exigido cambios a sistemas obsoletos, desde la esclavitud al apartheid, y ahora, a un sistema económico que se está escapando a todo control. Nos llena las calles de luces y las tiendas de gadget, a la vez que produce suicidios de empresarios, desaliento en los jóvenes, desahucios de familias en Europa, roba tierras en África, explota trabajadores en Asia, y destruye forestas y ecosistemas en los trópicos. En suma, jode el planeta, persiguiendo mitos como un “crecimiento ilimitado”, el beneficio como sea, y un “libre mercado” capaz, mágicamente, de auto disciplinarse.

 

Entre los científicos que lo denuncian, y se comprometen en acciones concretas hay Naomi Klein, la investigadora canadiense de 43 años que se ha vuelto una de las intelectuales más influyentes del mundo. Su famoso libro “No logo”, del 2001, desveló glorias y codicia de las multinacionales, siguiendo el recorrido de un producto desde una elegante tienda occidental a un infame taller asiático. En la “Doctrina del shock”, del 2007, habló de la estrategia del capital de imponer privatizaciones y libre mercado en momentos de crisis social y económica de un país, presentándolas como medidas de salvación, mientras sirven simplemente a reestructurar y optimizar sus ganancias.

Crisis económica y crisis ambiental van juntas, y piden el mismo compromiso, según Klein. Hace dos años   ella misma fue arrestada en una protesta en las inmediaciones de la Casa Blanca, en una acción de 166 personas contra el gaseoducto de gas de esquisto Keystone XL, (Obama por eso postergó la decisión de implementarlo) y ahora está preparando un libro y una película sobre la necesidad de una eco-revolución de ciudadanos y ciudadanas presionando gobiernos, como única esperanza para modificar un sistema económico enloquecido.    

 

Naomi Klein señala un hecho positivo: cada vez más científicos que investigan en temas ambientales se han vuelto conscientes que está en peligro la existencia de nuestra especie, y por eso se han puesto al frente de movimientos contra las armas nucleares, la energía nuclear, la guerra, la contaminación química.   Al frente de este grupo de nuevos científicos revolucionarios se encuentra uno de los máximos expertos en cuestiones climáticas en Gran Bretaña, Kevin Anderson, director adjunto del Centro Tyndall para la Investigación del Cambio Climático, que ha pasado más de una década popularizando pacientemente los resultados de la ciencia climática más moderna a políticos, economistas y activistas.

 

Junto con su colega Alice Bows, Anderson señala que en los últimos veinte años, desde la Cumbre de Rio en 92, “hemos perdido tanto tiempo con políticas ambiguas y con tímidos programas climáticos (mientras las emisiones globales crecían sin control), que ahora tenemos que enfrentarnos a recortes tan drásticos que chocan con la lógica fundamental de priorizar el crecimiento del PIB por encima de todo. Esto, porque os impactos sobre el clima no provienen de lo que emitamos hoy o mañana, sino del cúmulo de emisiones que se han ido sumando en la atmósfera a lo largo del tiempo.”

 

Por un principio de equidad, los países que han estado arrojando carbono durante casi dos siglos deben recortar sus emisiones antes que los países en los que más de mil millones de personas todavía no tienen electricidad: entonces, las reducciones deben ser mucho más profundas y tienen que llegar mucho antes.

 

Eso significa que los países industrializados necesitan empezar a recortar sus emisiones de gases de efecto invernadero alrededor de un 10 por ciento al año. ¡Y YA! Se trata de un objetivo inaudito, si consideramos que en la desintegración de la Unión Soviética hubo un promedio de reducciones anuales de apenas un 5 por ciento en un período de diez años, y tras el crack de Wall Street en 2008 en los países ricos hubo un descenso de un 7 por ciento de emisión entre 2008 y 2009, (pero sus emisiones de CO2 remontaron fuertemente en 2010, y las emisiones en China y en la India han seguido creciendo). En realidad, solo en la gran crisis de 1929, la peor crisis económica de los tiempos modernos, las emisiones de Estados Unidos descendieron durante varios años consecutivos más de un 10 por ciento anual.

 

Es más. Anderson y Bows avisan que para alcanzar este objetivo no son suficientes modestas penalizaciones por emisión de carbono o con las soluciones ofrecidas por la tecnología ecológica, normalmente defendidas por las grandes “corporaciones verdes”. La reducción del carbono debe gestionarse con cuidado a través de lo que Anderson y Bows describen como “estrategias de decrecimiento radicales e inmediatas en EEUU, la UE y en otras naciones ricas”.

En síntesis, según los científicos británicos todavía queda tiempo para evitar un calentamiento catastrófico, pero no según las reglas del capitalismo tal y como hoy se plantean. Hay que cambiar esas reglas, apostando a un decrecimiento razonado, y no a un crecimiento de la economía. Una revolución copernicana.

 

No sorprende que, vista la naturaleza revolucionaria de la climatología, algunos gobiernos como Gran Bretaña y Canada hayan tratado de acallar e intimidar a sus propios científicos, señala Klein, tanto que en julio de 2012, un par de miles de científicos y simpatizantes celebraron un funeral bufo ante el Parlamento en Ottawa, quejándose de “la muerte de la evidencia”. Sus carteles decían: “no hay ciencia, no hay evidencia, no hay verdad.”.

 

Pero la verdad siempre reluce, afirma la activista. “Ya estamos viendo con nuestros ojos los estragos del cambio climático en nuestras puertas, y hay más gente consciente y activa que está bloqueando las explotaciones de gas de esquisto en Balcombe, interfiriendo en las perforaciones en el Ártico en aguas rusas (a un tremendo coste personal); llevando a juicio a las compañías de energías bituminosas por violar la soberanía indígena, entre otros muchos incontables actos de resistencia, grandes y pequeños. Estos son los “anticuerpos” que se producen para luchar contra la “fiebre alta” del planeta.

 

No es todavía una revolución, pero es un comienzo”, avisa Klein. Como coreaban los estudiantes en mayo del ´’68 en París, “Ce n’est pas que un debut, continuons le combat”.

El tiempo apremia, y las luchas, locales y globales, (para defender una cuenca contra un dique o una mina de oro, la soberanía alimentaria de un país o una educación pública de calidad), apenas comenzaron.

 

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Amada Santos

Amada Santos

Fotoperiodista i Socióloga. Activista Feminista, Defensora DDHH i Cooperant. Presidenta de la XIDPIC.Cat. Co-coordinadora i Editora de La Independent. Coordinadora Internacional a la RIPVG
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