Una cualidad muy rara posee Thais Corral, emprendedora social brasileña de familia gallega, totalmente comprometida con el planeta Tierra del siglo XXI.
Lo que la vida le dona, en talentos naturales y oportunidades, ella es capaz de traducirlas en actividades que a su vez transforman la realidad, combinando teoría y práctica, local y global, “femenino” y “masculino”. Con excelentes resultados, si observamos la cantidad de premios internacionales recibidos en esta trayectoria, de parte de la Silicon Valley o de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Vale la pena conocerla.
Los talentos naturales le provienen, ella explica, de una familia valiente, que dejó una Galicia pobre para buscar nuevos caminos entre Brasil y Uruguay, cuando comenzaba el siglo XIX. Entre ellos había un abuelo creativo, que abrió el primer restaurante vegetariano en Brasil, una abuela curandera, y un padre que montó una fábrica textil, muriendo cuando Thais Corral tenía 14 años. Su madre, que no pudo asumir la gestión de la empresa, se esperaba que lo hiciera Thais, al terminar los estudios en una universidad de élite, pero ella sentía extraño este mundo empresarial concentrado exclusivamente en el dinero, y a los veinte años decidió recorrer al revés el camino trazado por su familia, e ir a explorar Europa.
Algunos italianos la invitaron a la víspera del Año Nuevo en Roma, donde sintió un destello de déja vu, y después de terminar los estudios regresó allá quedándose cinco años. En Roma trabajaba algunas horas al día como traductora y en la Radio Vaticana, sumergiéndose el resto del tiempo en el activismo feminista.
Entrevistaba a mujeres latinas en Roma, escribía en “Noi Donne”, la revista de las mujeres comunistas, mientras mantenía contactos con las mujeres en Brasil.
“Fue un período de gran aprendizaje a nivel humano, y a la vez incierto en el plan económico, sin saber a dónde aterrizar”, nos cuenta. “Mis compañeras militantes tenían las espaldas cubiertas por sus padres, mientras yo tenía una madre frágil que cada vez que venía a Roma se ponía enferma”.
La oportunidad de tomar un rumbo más definido se la dió el ganar una beca de un año para jóvenes latinos en Chicago, donde estudió metodología de investigación, pero con el compromiso de regresar a Brasil.
Thais Corral regresó a su país justo cuando el proceso de reconstrucción democrática estaba en pleno apogeo, acogida de brazos abiertos por las compañeras feministas, que le pidieron acercar las mujeres rurales y las pobladoras urbanas semianalfabetas a la radio, para comenzar a expresar sus historias y opiniones. Así, con algunas voluntarias, nació el programa “Fala Mulher,” que en una década logró abrir 400 estaciones de radio locales.
Mientras tanto Corral trabajaba para Inter Press Service,(IPS) una agencia de periodistas del Sur en el mundo, financiada por los países escandinavos, viajando por toda América Latina, dando formación y coordinando las actividades de los periodistas. Fueron años de trabajo, trabajo, viajes y más viajes, recuerda Thais, con poco o nulo tiempo para caipirinhas y namorados.
También porque, a la vez, tuvo que ayudar a su madre a arreglar financieramente el negocio familiar, antes de poder venderlo.
“Mientras tanto en Río en el ’87 se fundó el Partido Verde, un partido libertario, avanzado, que dio espacio a la participación de las mujeres”, sigue contando Thais.”En ’89 el Partido Verde alemán me invitó en Bangladesh en la primera conferencia ecofeminista asiática con Vandana Shiva, una de las pioneras de la época. ¿Quería hacer algo similar a nivel latinoamericano? Me preguntaron en Hamburgo: los fondos estaban allí. Respondí que quería implementar no uno, sino dos proyectos. Uno, fortalecer el sistema de las estaciones de radio locales, hasta entonces manejadas en forma voluntaria por activistas, dando lugar a una sólida organización, la CEMINA, y dos, fundar la Rede de Desenvolvimento Humano, basada en la Mujer y Medio Ambiente, REDEH. ¿La Mujer podía contribuir a enfrentar los problemas de la pobreza, la exclusión social, la contaminación ambiental? No fue un proceso fácil, como se puede imaginar. Pasamos por un período de confusión antes de llegar a una organización efectiva. Aprendí a no temer los conflictos momentáneos, en vista de un objetivo importante. Justo en 1992 se celebró la primera Cumbre de la ONU sobre el Medio Ambiente, la Cumbre de la Tierra, para abordar el desafío de salvar a un planeta que las actividades humanas estaban llevando al colapso”.
“Tenía 33 años, y con las otras mujeres y lideresas socios ambientales fuimos llamadas a establecer la carpa de “Female Planet”, (Planeta Fémina) donde con un proceso estratégico inclusivo creamos la Agenda de Mujeres 21. Nuestra carpa estaba conectada a 14 redes que trajeron ideas, o sea, 14 puntos sobre el consumo, la paz, la tierra, el espíritu empresarial.
Hemos podido tener mucha visibilidad e intervenir en la formulación del documento final. Por fin las mujeres salíamos del tema casi exclusivo (aunque básico) de la violencia de género, convirtiéndonos en agentes de cambio general, de un desarrollo diferente. Creo que las mujeres podemos aportar mucho en eso, con nuestra capacidad de crear abundancia aún con pocos recursos, y la capacidad de encontrar conexiones, los hilos escondidos entre temas diferentes, buscando soluciones innovadoras. Después de la Cumbre de Río, durante 10 años tuve el papel de implementar la Agenda global de Educación de las Mujeres a nivel del Estado de Río, y lo hice a través de 50 eventos.
Mientras tanto, a nivel internacional, me llamaron a participar en las Conferencias de las Naciones Unidas, la del ’93 sobre Derechos Humanos, la del ’94 sobre Población en El Cairo, la de Bejíng sobre Mujeres en ’95, la del ’96 sobre Hábitat, una después de la otra, hasta comenzar a sentir cierto cansancio, porque trabajamos duro para llegar a acuerdos con los políticos y luego casi todo se quedaba en el papel.
Hubo un hecho que me marcó y hizo reflexionar mucho: la muerte en 1998 de Bella Abzug, una activista feminista poderosa e influyente, que solía decir: “El lugar de las mujeres es la casa, o sea, la Casa de Representantes”. Y justamente fue una de las primeras congresistas de Estados Unidos, una verdadera estratega, co-fundadora de una organización global de advocay hacia la equitad de género y la integridad del medioambiente, WEDO (Women’s Environment and Development Organization). Pero a pesar de tanta actividad desarrollada y reconocimientos obtenidos, en los últimos años Bella se sintió sola y resentida. Esto me hizo pensar que las activistas muchas veces cuidamos mucho lo externo, pero no sabemos regenerar y nutrir nuestras energías interiores. Así que decidí tomar un año sabbático y me fui a Harvard para tomar un curso sobre leaderdership, sobre cómo activar la capacidad creativa en equipos. Quería contribuir al desarrollo humano en el planeta, sin estar directamente vinculada a la política. Junto con la investigación de Harvard, enfocada en la voluntad, la organización, la racionalidad, me interesé en una búsqueda más profunda, espiritual e intima.
¿Cómo hacer posible una verdadera comunicación entre las personas, sabiendo escucharse desde el corazón, no sólo desde los oídos, cómo aprender el respeto al otro, a dejar ir, a delegar? A través de técnicas de la pedagogia budista y del yoga aprendí a crear un campo de fuerzas en el cuerpo, para mantener la claridad y no perder energías en los conflictos.
Aprendí que no existe solo el conocimiento intelectual, sino que podemos abrir nuestros canales de sabiduría interna, sintiéndonos parte de la naturaleza y del cosmos.
“No pasó mucho tiempo antes de que llegara el momento de unir los diversos temas que había tratado, como Género y Medio ambiente, para transformar una realidad en la práctica. La primera experiencia fue en el Sertao de Bahía, con un grupo de mujeres que querían mejorar la agricultura, y en 2004 comenzamos un proyecto sistémico, que ayudé a orquestar. Creamos un modelo para producir conjuntamente leche, carne y palma con técnicas específicas para enfrentar la creciente sequía, en módulos replicables. El proyecto fue exitoso, recolectó muchos premios y se expandió a nivel regional.
Luego conocí los lugares del Valle del Santo Antonio cerca de Río, en la exuberancia de la mata atlántica. Y vimos los problemas del área, la deforestación, una comunidad sin perspectivas para los jóvenes, con el agua contaminada. Empezamos a trabajar en la escuela el tema de la basura, cómo mejorar el sistema de agua, y producir alimentos saludables. Un joven vino a darme la idea de hacer una “aldea” local-global, y por una oportunidad que definiría un “milagro” pude invertir en esta tierra, creando “SINAL do Vale”. Significa “Sincronicidad, Innovación y Alegría”, y es pensado como un hub, un refugio donde los activistas podrán tomar cursos de liderazgo, o recargarse, comunicar más profundamente, esperimentar tecnologías sostenibles”.
Un desafío no fácil pero apasionante. Y la Madre Tierra agradece.