Tampoco el gran público es consciente de la dureza de su trabajo, y de que tras 20 o 25 años de profesión es difícil encontrar a una camarera que no padezca fuertes dolores, no esté sometida a un estrés grave o no necesite medicarse para aguantar su jornada laboral. La siguiente nota, publicada en el diario El País de Madrid, da minuciosa cuenta de las peripecias de estas mujeres.
En el marco de la preparación de una campaña internacional sobre las condiciones laborales de las camareras de piso que impulsará la Rel-UITA visité recientemente Playa de Palma, Mallorca, para entrevistarme con trabajadoras de este sector.
Contacté con ellas a través de Comisiones Obreras y UGT. Playa de Palma es uno de los principales destinos de sol y playa en el Mediterráneo. Los hoteles, que en temporada alta alojan a miles de turistas europeos, en especial alemanes, se suceden uno tras otro a lo largo de kilómetros. La concentración de trabajadores es también muy importante.
“No puedo con mi alma”
En los relatos sobre su trabajo las camareras de piso se quejan sobre todo de la carga que soportan: limpian de 18 a 24 habitaciones al día, aunque cuentan de hoteles donde el número es superior; también se ocupan de las zonas nobles, las áreas comunes que utilizan los huéspedes.
Dolores Ayas, de 57 años, trabaja para una de las principales cadenas hoteleras de Baleares. Dice que “lo más duro es mover las camas de madera, que son muy pesadas. Cada día son 50 camas. Y los colchones también pesan un muerto, es horroroso. Hay días que no puedo con mi alma”.
Otra trabajadora, Soledad Castro, que limpia 24 habitaciones al día, describe su trabajo como “agobiante”.
No todas las habitaciones implican la misma dedicación: las salidas de los huéspedes obligan a hacer un trabajo más a fondo. Y como los turistas cada vez pasan menos días alojados se incrementa la frecuencia.
“Cada día tenemos cuatro o cinco salidas, y eso no hay quien lo aguante”, dice Isabel Moreno, camarera de piso desde hace 22 años.
Angelina Alfaro, con más de 30 años de profesión, detalla: “El tiempo está todo medido: 30 minutos por salida y 10 por habitación normal. Pero si un día tienes que hacer más de cuatro salidas la teoría de la empresa ya no cuadra”.
De hecho la intensidad con la que tienen que trabajar es otro de los problemas de las camareras de piso.
Más trabajo para menos personal
El tiempo que tienen para hacer la limpieza de las habitaciones es muy corto, aprovechando cuando sale el turista: “Tenemos cuatro o cinco horas para hacer 20 habitaciones”, explica Isabel Moreno.
Con una plantilla más grande no sería necesario forzar tanto el ritmo de trabajo de las camareras, denuncia Pepi Lora: “Donde se necesitan 20 camareras ahora hay 14 o 15”.
Soledad Castro expresa también el estado de malestar que provocan estas condiciones: “Cuando en la mañana te dan la chuleta de trabajo, te das de cabeza contra la pared. Genera mucha frustración no poder hacer bien el trabajo que una tiene. Y eso provoca mucha tensión”.
Así, la dureza del trabajo y las condiciones en las que se realiza tienen un fuerte impacto en la salud de las trabajadoras.
Esfuerzo repetitivo y estrés
“Vamos sobrecargadas, llevamos un trabajo enorme, y el cuerpo te pasa factura”, reafirma Angelina Alfaro.
Por una parte están las afectaciones derivadas de la repetición de unos mismos movimientos con cargas pesadas, que repercute en lesiones diversas en espalda, cervicales y brazos. Y por otro la situación de estrés y malestar psicológico.
La consecuencia es que prácticamente todas las camareras acaban medicándose para poder sobrellevar el trabajo.
“Estamos hechas polvo y trabajamos todos los días a fuerza de pastillas. Yo tomo pastillas para el reuma, anti-inflamatorios y también para el corazón, porque voy muy estresada”, así de contundente se manifiesta Dolores Ayas.
Medicamentos, una segunda piel
Algo muy similar expresa Isabel Moreno: “Todas llevamos medicamentos. Yo el espidifrén para el dolor y otras pastillas para la ansiedad. Por la mañana me levanto y me tomo mis pastillitas. Es que el cuerpo te duele. Entonces te tomas las pastillas y así es como aguantas”.
Este recurso a la medicalización también lo expresa María González, que tras 16 años como camarera relata que ya le han hecho dos operaciones en la zona lumbar y otra del túnel carpiano.
“A mí los doctores me han dicho que soy adicta a los medicamentos, porque tengo que tomarlos por la mañana, al mediodía y por la noche, todos los días. Hasta parches de morfina me han puesto. A las 7 de la mañana ya me estoy tomando la pastilla porque me duele todo el cuerpo”, dice.
El problema de fondo tiene que ver con un modelo de gestión turística en el que se reducen cada vez más los costes laborales.
Así lo denuncia Dolores Ayas: “Cuando nosotras empezamos, el trabajo era más leve, pero ahora los ritmos han aumentado. Los empresarios cada vez quieren más. Se fijan un dinero que tienen que ganar al año y lo que esté por debajo de eso son pérdidas. Yo veo los hoteles llenos y ellos dicen que siempre hay pérdidas, y siempre quieren un poco más”.
El turismo responsable no puede ser un producto turístico más, empieza aquí, en lo más básico, en las condiciones laborales de los trabajadores y trabajadoras del sector.