No es la primera vez que escribo al respecto. El cuerpo de mujeres como arma de guerra, como campo de batalla, como materia prima para negocios ilícitos o incluso para sufragar la guerra de Ucrania.
Hoy, una vez más quiero referirme a nuestros cuerpos de mujeres como espacio que, ahora, incluso quieren borrar y/o copiar de forma un poco grosera, por decirlo de forma un poco delicada.
El cuerpo femenino nunca tuvo gran importancia aparte de su capacidad de gestar para la sociedad. Ha servido, básicamente como un vehículo a través del cual someterse.
Someternos con violaciones dentro y fuera del matrimonio o pareja, con abusos, con intimidaciones y un largo etc. sobre el que utilizar el poder patriarcal para dominarnos y así mantener el control a cualquier precio.
Esas son formas brutales, pero existen otras más sibilinas con las que ejercer ese mismo poder. Me refiero a las modas de cuerpos normativos delgados, casi esqueléticos, insanos pero que los grandes diseñadores de moda, casi todos hombres y misóginos, imponen porque pueden lucirse sus piezas exclusivas.
Además, se suman factores como la gordofobia, cada día más extendida pero que, curiosamente se ceba en las mujeres y no en los hombres, otra forma de presión añadida sobre cómo debemos ser para “teóricamente” agradarles, sin que importe nuestro estado de salud ni su bienestar físico y emociona. Y lo peor de esta nueva tendencia es que las mujeres, por lo general se han subido al carro y son muy pocas las que se aceptan y se quieren tal y como son. Y, como se puede imaginar, sé de lo que hablo. Y, de nuevo el patriarcado impone a las mujeres que juzgan los aspectos físicos de otras mujeres y las cuestionan para así ganar alianzas y reforzarse.
Otra nueva tendencia que cuestiona nuestros cuerpos es la de disfrazarse de mujer y exigir ser tratadas como mujeres, sin más, como un simple deseo individual que se impone de forma individual y obviándoles siglos de luchas feministas que han impulsado a que cada mujer se apropie de su propio cuerpo y decida sobre él por encima de instituciones políticas y religiosas.
Y eso por no hablar del paso de los años y del envejecimiento y sus consecuencias. Las mujeres más mayores sufren situaciones de desdén y desprecio por no ser útiles. Y con útiles me refiero a fértiles o deseables a los ojos de los hombres. Y entonces comienza la tiranía de las arrugas y/o las canas como cuestionamiento. Y, para muchas profesiones, la falta de trabajo como el ejemplo de las actrices que ya llevan años denunciando la falta de papeles y, por tanto, de oportunidades laborales para mujeres maduras y/o más mayores.
O las mujeres con discapacidad que son blanco de muchas más violencias machistas de todo tipo.
El feminismo, de nuevo, está avisando y denunciando. No se quiere escuchar, pero insistiremos. Porque si por algo se caracteriza el feminismo radical, lo que va a la raíz de las cosas, es por su resiliencia. Porque fueron, somos. Y porque somos, serán.