sábado 20 abril 2024

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Lidia Falcón: Feminismo vocacional

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Empezaré diciendo que el último libro de Lidia Falcón, La pasión feminista de mi vida (El Viejo Topo, 2012), sigue la estela de sus anteriores incursiones en la literatura memorialística, todas ellas más que recomendables, como el poderosísimo Los hijos de los vencidos y sus más que interesantes Memorias políticas. Tuve en su día la oportunidad de reseñar este último título y no dudé en aseverar que no tenía desperdicio, cosa en la que a día de hoy ratifico. Es evidente que Lidia Falcón quedará en la historia de la España del siglo XX como una de las mujeres valientes que lucharon por cambiar la condición femenina y eso no hay quien lo borre.

Si a ello sumamos que se ha ocupado de dejar por escrito sus quehaceres y que su militancia en el feminismo ha sido fértil y en ella lleva ya cinco décadas, constituye un caso bastante excepcional. Ni abunda el memorialismo femenino reciente (lo que explica que los lejanos diarios de Zenobia Camprubí siguan siendo una referencia), ni abunda tampoco el feminismo militante; no digamos pues ambas cosas juntas. Que despierte simpatías y antipatías es del todo lógico, no podía ser de otro modo poseyendo como posee un carácter granítico y una personalidad indestructible, así como una más que envidiable vitalidad, como pudimos constatar quienes el pasado diez de mayo asistimos a la presentación barcelonesa del libro en la siempre hospitalaria librería Pròleg.

falc1Yo no sé si Lidia Falcón es nuestra Betty Friedan, pero sí sé que en las últimas décadas sin duda se halla entre quienes con mayor ímpetu y más a quemarropa han apostado por la lucha feminista en este país. Un feminismo que ella abandera desde la confrontación y en oposición clara a la opresión masculina, en clara minoría también respecto de la corriente que lo entiende como una tarea compartida fruto de la conciliación de ambos sexos. En esta última postura, como digo mayoritaria, militan dos de las presentadoras que tuvo el libro aquella tarde, la filósofa Victoria Camps y la estudiosa de la literatura Anna Caballé. Que Falcón las escogiera para esa ocasión no deja de ser loable, siendo como es la discrepancia inherente a las corrientes feministas y, acaso, la condición que mantiene vivo el feminismo en estos tiempos tan poco proclives a nada que no sea asentir y callar, y por tanto a la práctica de la sumisión y el conformismo, por lo que así nos luce el pelo.

Este su último libro que aquí comento está estrechamente vinculado a las citadas Memorias políticas, donde Falcón repasaba tanto su pertenencia al PSUC, y su posterior desencanto, como la fundación de “Vindicación feminista”, una revista que marcó un antes y un después en el feminismo español, y que jamás debiera dejarse de estimar en su justa valía. Una revista publicada entre 1976 y 1979, que fue referente del feminismo durante la Transición y cuyos fondos documentales Falcón acaba de ceder al Archivo Nacional de Cataluña, mientras sigue dirigiendo la revista “Poder y libertad”, que vino a sustituirla y que nació como revista teórica del Partido Feminista.

Si algo queda patente en La pasión feminista de mi vida es que el esforzado camino recorrido por su protagonista en años tan adversos para la mujer como los sesenta y los setenta, desembocó allí donde Falcón siempre quiso que lo hiciera: en la creación de un Partido Feminista, del que sigue siendo Presidenta. Que este no alcanzara la resonancia que ella hubiera deseado, aunque siga ocupando su espacio (como atestiguó la tercera presentadora de la tarde, Zuriñe del Cerro, vicepresidenta del Partido Feminista de Euskadi), que no alcanzara el consenso femenino, no deja de ser la constatación de que, o bien no era necesario porque el feminismo ya se canalizaba por otras vías, o bien no contó con los apoyos que hubiera necesitado. Como es lógico yo tengo mi opinión personal sobre este particular, pero mi tarea es invitar a la lectura de un libro, no abrir un debate sobre los posibles aciertos y los posibles yerros del pensamiento de su autora. Que cada lectora o lector llegue a sus propias conclusiones; datos sobre el devenir del feminismo en el último medio siglo no le faltarán, siendo como es en eso esta obra de una gran riqueza y prolijidad.

Lo que sí cabe constatar, gracias como digo a los interesantísimos datos que este libro ofrece, es que el feminismo de las últimas décadas ha sido un sucederse de encuentros y desencuentros, de avenencias y desavenencias, que lo han llevado a la imagen fragmentada (para los iniciados, y especialmente para las iniciadas) y negativa (para los profanos, ellos y ellas) que sin duda hoy tiene. Que la sola palabra “feminista” provoque en las generaciones más jóvenes verdadero rechazo, creo que poco tiene que ver con el intento perenne de las opciones no feministas de hundirlo y no dejar de él ni el recuerdo, sino que es a mi entender responsabilidad última de la incapacidad del propio feminismo por sumar en la diversidad de opiniones, creando un frente único común lo suficientemente potente como para constituir una alternativa a la realidad machista que desde todos los flancos se nos impone aún hoy, en una suerte de conformismo universal que ahoga cualquier voz de alarma y minimiza las consecuencias nefastas de la desigualdad de género. “Pero, ¿cómo reivindicar el feminismo en momentos en que existe un consenso general en las clases dirigentes para darlo por superado, consenso que se convierte en convicción mayoritaria para un sector importante de la población?”, se pregunta Falcón. Muy cierto, pero sirva este libro como autocrítica precisamente para salir de nuevo a la arena pública en este momento tan delicado sin tropezar con la misma piedra, es decir sin incurrir en la desunión y en la tendencia innata a los reinos de taifas.

Igualmente habrá quien vea en estas páginas un ajuste de cuentas con el pasado, y en especial con aquellas mujeres con las que trabajó codo con codo y acabaron a su entender traicionándola. De “cainita” trata al feminismo en uno de los capítulos. Sé ya de mujeres feministas que no están nada de acuerdo con la versión que Lidia Falcón da de ellas en este volumen, pero no creo que resulte difícil discernir dónde hay opinión, sin duda muy lícita, y dónde hay constatación de hechos. Lo que está claro es que bien poco edificante para la historia del feminismo español es sin duda la imagen de luchas fraticidas de las que aquí se dan abundantes detalles y que devinieron en situaciones realmente torticeras que, según nos cuenta Falcón, fueron en gran medida las que esquilmaron los frutos de sus esfuerzos. Habrá quien no esté de acuerdo con las disputas que ella narra, por supuesto, y no hay más verdad que la del que las vivió en sus carnes. Falcón ofrece su versión, que las demás se ocupen de dar la suya.

Porque si todo texto autobiográfico implica la construcción de un sujeto autorreferencial, de una especie de héroe (Bajtin), en este caso de heroína, y todo espacio autobiográfico es una zona de enunciación de la autoconciencia, debiera el lector o la lectora avezados saber leer desde la reserva. Siendo además como son las memorias la descripción de un individuo en su rol social, de modo que las relaciones con los otros acaban de desdibujar los contornos de la veracidad, a la objetividad sólo se aproximarían los datos contrastados. Aquí hay muchos y no hace falta ningún máster en estudios de género para detectarlos. Por otro lado, lo que no es de ningún modo este libro es un ajuste de cuentas con ella misma, pues no hay más reproche que el de haber incurrido en la confianza excesiva hacia personas que, a su entender, a la postre no la merecieron, cosa que intuyo es, mirando hacia atrás, lo que le duele.

Mas lo que domina en estas casi quinientas páginas es un repaso bastante exhaustivo de nuestra propia historia en lo que a la mujer se refiere: las primeras Jornadas Feministas; las Jornadas Catalanas de la Dona; el fin del Colectivo Feminista; la Organización Feminista Revolucionaria (OFR);  las listas paritarias en el parlamento, en las cuales constata que muchas mujeres elegidas no tenían –no tienen- ningún ideario feminista; las iniciativas del PSOE a partir de las elecciones que ganó en el 82; la creación del Instituto de la Mujer en el 83; la creación de la Confederación de Grupos Feministas del Estado Español (COFEM); la candidatura para las elecciones de 1999 al Parlamento Europeo, cosechando votos de pueblo en pueblo de un modo más que meritorio; la creación del Partido Feminista en el 2002… Y ya en fechas más recientes, la incorporación a nivel institucional y académico del término igualdad, así como la casi desaparición de la palabra mujer en beneficio de la palabra género, que ha ganado mucho terreno y aún genera no pocas confusiones.

Ya sé que paso muy de puntillas por la historia del feminismo español. Pero sí quiero insistir en que resulta muy iluminadora esa historia si se analiza tal como ella la narra paralela a la suya propia, una vida que ha sido un largo e intenso periplo de compromiso y por el que ha pagado altos precios. Se cuentan aquí episodios como su falsa implicación en la bomba de la calle Correo, que le supuso un año de cárcel donde fue “aprendiz de muerta”, como dice ella misma evocando a Quevedo, y que no le permitió celebrar como hubiera querido la muerte del dictador, cosa que sin duda merecía por haber luchado del lado de la libertad con todo su ahínco. También están aquí contadas sus no pocas salidas al extranjero, del viaje a Bruselas para acudir al Tribunal Permanente de Crímenes contra la Mujer a sus idas y venidas por las universidades norteamericanas, donde ha sido mucho más solicitada que aquí. Y asimismo llegan a ser en ocasiones hilarantes y también harto surrealistas tanto su asistencia en 1985 al Foro Feminista de Nairobi como la de diez años después al de Beijing.

Siguen siendo sin embargo un rasgo único de su propia peripecia sus orígenes, que la distinguen de otras feministas. A este respecto se narra en estas páginas, para explicar su posterior implicación feminista a brazo partido, la penosa situación que durante la primera posguerra sufrieron “los restos del naufragio de las familias O’Neill, Leret y Falcón”, es decir su propia familia, con una abuela, una madre y una tía impelidas a desenvolverse solas al serle arrebatados sus hombres por la guerra civil en un contexto tan contrario al feminismo que en ellas anidaba y que a Falcón le vino inyectado en el ADN (por lo que no necesitó que le naciera la conciencia, usando las célebres palabras de Rigoberta Menchú). Fotogramas de esa Barcelona atrozmente gris que también preside en Nada, de Carmen Laforet, novela que en mucho se asemeja a los recuerdos de infancia de Falcón que en su día plasmó en Los hijos de los vencidos.

A estas alturas de la historia, aunque al feminismo le quede tanto trecho aún por recorrer (cosa que al parecer las nuevas generaciones no entienden, entretenidas como están en conservar a cualquier precio su pequeña parcela de bienestar, ciegas a la realidad homocéntrica y nada paritaria que las circunda), han cambiado algunas reglas del juego. Conseguidos en los países desarrollados algunos de los objetivos principales de la lucha por la dignidad de la mujer, léase la anticoncepción, el divorcio, el aborto… (aunque cualquier mente mínimamente lúcida sabe, a tenor de algunas decisiones políticas recientes, que todo lo que avanza puede retroceder), siguen existiendo agravios comparativos indignos, como es el caso de la escasa presencia de las mujeres como agentes de la cultura y no sólo como destinatarias de la misma. Y si algo es La pasión feminista de mi vida, es justamente también eso, un ejercicio contra el olvido y una exhortación a erradicar de una vez ese modelo de mujer que el franquismo ensalzó en su intento, logrado, de boicotear el modelo de mujer propuesto por la República, como cuenta con más detalle Mujeres bajo sospecha. Memoria y sexualidad (1930-80), ensayo colectivo editado por Raquel Osborne.

Porque para recuperar ese modelo de mujer republicana ha luchado desde bien temprano Lidia Falcón. Ha dedicado su vida a la defensa de las mujeres, desplegando una enérgica y apasionada tarea que le debe de haber dejado muy pocos momentos para el esparcimiento.  Y ya desde la tribuna que le otorga la larga experiencia, en lugar de replegarse y dar el trabajo por cumplido, se ha molestado en escribir estas memorias, con orgullo y también con cierta pesadumbre. Acusada de radical, de haber permanecido voluntariamente en la marginalidad, de no haber sabido encarrilar sus dotes políticas hacia algún partido mayoritario (como sí hicieron otras feministas como por ejemplo Carmen Alborch, ex ministra socialista), afirma que volvería a hacerlo. Algo que no sorprende en quien piensa que “el feminismo es la última ideología llegada a la escena de la luchas sociales, después del anarquismo, el socialismo y el comunismo, y que como ellas engloba todas las demandas de igualdad y justicia social”.

La propia Falcón afirma en estas páginas que no ha habido madurez del feminismo, que ha pasado de la adolescencia a la senectud. Acaso sea pues el momento de recuperar esa madurez extraviada. Le leemos a Martha Robles en Culpas viejas, mujeres nuevas (2011): “El infortunio femenino tiene en la actualidad muchos rostros; tantos como culturas existen y aún en cada pueblo perviven contraste aleccionadores”. Múltiples son las expresiones de la desigualdad de género y es evidente que la globalización, en su afán comunicador, nos lleva a mirar con lentes de aumento y a practicar el sano ejercicio de la comparación, que no puede tener por respuesta el silencio cómplice sino la acción.

Resumiendo, quienes piensan, con Anna Caballé y Victoria Camps, que tratar a las mujeres como una clase social no es el camino para afianzar los logros feministas ya existentes y alcanzar los muchos que aún faltan, no por ello deben dejar de admirar a esta mujer valerosa, que sin duda merece en la historia del feminismo español un lugar mucho más significativo del que hoy se le está dando. La propia Anna Caballé comentó en la presentación barcelonesa cuál no había sido su sorpresa al no hallar, en la exposición dedicada a nuestro feminismo realizada recientemente en Madrid (Cien años en femenino. Una historia de las mujeres en España), ni una sola referencia a Lidia Falcón. Y eso, amigas consagradas al estudio de dicho movimiento, aún vivito y coleando, no se puede tolerar. Como recordó Victoria Camps aquella tarde, el feminismo es la gran revolución del siglo XX. Hagamos que complete su curso en el XXI a velocidad de crucero y no olvidemos la aportación de mujeres como Lidia Falcón, que sus aciertos sirvan de ejemplo y sus yerros, si los hubiere, inviten a nuevas formulaciones.

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Fundadora i Co-coordinadora de La Independent. També és psicòloga menció en Psicologia d'Intervenció Clínica i menció en Psicologia del Treball i les Organitzacions.
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