OPINIÓN
Las creencias, estereotipos, cultura, valores, construyen y determinan el pensamiento. Sin embargo, no nos damos cuenta hasta qué punto esto es así. Y menos del hecho de que nadie escapa a ello. Todo el mundo tiene sus propios puntos ciegos.
La cirugía, como muchas otras profesiones hasta hace poco, es todavía una profesión dominada por los hombres y, sin duda, la explicación la encontramos en los enojosos prejuicios sexuales implícitos. Y en las dinámicas de la distribución de los espacios vitales de hombres y mujeres, en la división de las tareas y horarios, propias del sistema patriarcal. El hecho es que en Europa, nueve de cada diez médicos cirujanos son hombres. El 86% de los cirujanos senior son varones. La misma cantinela de siempre: las mujeres representan, entre hombres y mujeres, el 41% en la etapa inicial de sus carreras, pero sólo el 30% de los aprendices superiores y el 14% de los consultores. La falta de flexibilidad en los horarios y turnos de capacitación quirúrgica también explican por qué muchas mujeres no llegan a ser cirujanas consultoras.
Y ahora, agarraros fuerte, hay diferentes investigaciones que nos muestran que las mujeres que son intervenidas quirúrgicamente por un cirujano tienen muchas más probabilidades de morir, tener complicaciones postoperatorias y tener que ser reingresadas en el hospital, que cuando son intervenidas por una cirujana. Lo encontraréis bien documentado en el último trabajo de investigación que se ha publicado en JAMA Surgery, una revista médica de nivel. Los autores analizaron los registros de 1.320.108 pacientes en Ontario que se sometieron a veintiún procedimientos quirúrgicos comunes llevados a cabo por 2.937 cirujanos y cirujanas. Desde reemplazos de cadera y rodilla y cirugía para perder peso, hasta la extirpación del apéndice o la vesícula biliar e intervenciones más complicadas como un bypass cardíaco, aneurismas y cirugía cerebral. Pues bien, estos investigadores nos muestran que las mujeres tienen un quince por ciento más de probabilidades de sufrir problemas postoperatorios y, apegaos a la silla, un 32% más de probabilidades de morir cuando han sido intervenidas por un cirujano que por una cirujana. Las pacientes tienen un 16% más complicaciones; un 11% más de probabilidades de tener que ser reingresadas; y un 20% más de tener que permanecer más tiempo en el hospital.
Todo esto no ocurre cuando la que hace las intervenciones quirúrgicas es una cirujana. Es decir, que cuando una cirujana opera, los resultados de los pacientes son generalmente mejores, especialmente para las mujeres, incluso después de ajustar las diferencias del estado de salud, la edad y otros factores, cuando se someten en las mismas intervenciones quirúrgicas. Y quede claro que todo el mundo, tanto los cirujanos como las cirujanas, tienen la misma capacitación técnica. Y ahora viene la pregunta del millón: ¿por qué? La investigación no lo explica, tan sólo presenta las estadísticas. Pero las mujeres (sobre todo las que somos lilas; más lilas que violetas) sabemos la respuesta a ojos cerrados: de nuevo, también en este ámbito, los prejuicios sexuales implícitos se sitúan líderes para explicar este “desiderátum” (desiderátum, como mínimo).
Los cirujanos intervienen quirúrgicamente las mujeres, realizan sus visitas preoperatorias y postoperatorias, rebosantes de sesgos, estereotipos y actitudes por razón de género subconscientes y profundamente arraigados. No dispongo de espacio para profundizar pero está claro que, para empezar, las habilidades interpersonales en las conversaciones de los cirujanos con las pacientes antes de llevar a cabo la intervención también puede ser un factor. Así como los (pre)juicios distintos de los médicos y, en consecuencia, la toma de decisiones. Me imagino a un cirujano acotando con ojos impasibles a la mujer que, sentada frente a la mesa del despacho de su consulta, le explica sus males y dolores. ¿Qué piensa el médico de todo lo que la mujer le cuenta? ¿Y de la mujer? Probablemente que ya se sabe, que las mujeres son bastante histéricas y que no debe ser para tanto. Y lo que es más que probable es que él no sea consciente de su própio pensamiento. El prejuicio está implícito en su percepción. Y ya no digamos si se trata de un postoperatorio; aquí sí que su pensamiento probablemente es consciente: el cirujano pensará que las mujeres son más ansiosas e histéricas y, como tales, le hará menos caso. Además, tal vez (lo desconozco) existen diferencias significativas en la percepción del dolor y los médicos subestiman la gravedad de los síntomas de las pacientes.
Situémonos ahora en el lado de las cirujanas. ¿No hay nada por parte de ellas en este fenómeno? A mí me parece que lo que ocurre es que las cirujanas están dispuestas a su labor hasta el ultísimo detalle. No pueden permitirse ningún fallo. Como ocurre en todas las situaciones de liderazgo (ser médico cirujana es, sin duda, un liderazgo) en el que las mujeres son muy pocas, éstas deben demostrar que son hábiles; no pueden permitirse fallar, ya que seran tachadas de incompetentes y borradas del mapa mientras que, como sabemos, un error de los hombres será atribuido al azar, a la mala suerte y nunca a su incompetencia. Me imagino la terrible discriminación de género en un ámbito tradicionalmente dominado por hombres. No me extraña que las mujeres a mansalva abandonen la profesión. ¡Pues vaya tú! Relámpagos y truenos!